Descentrada, vol. 1, nº 1, e003, marzo 2017. ISSN
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (CInIG)


DOSSIER / DOSSIER
Género, política y academia


Mi recorrido hasta la historiografía de las mujeres

 


Dora Beatriz Barrancos

Universidad de Buenos Aires – CONICET, Argentina
dora1508@aol.com

 

Cita sugerida: Barrancos, D. (2017). Mi recorrido hasta la historiografía de las mujeres. Descentrada, 1(1), e003. Recuperado de http://www.descentrada.fahce.unlp.edu.ar/article/view/DESe003


Resumen
La narrativa que sigue –tal como el título pone de aviso– conduce al engarce de mi trayectoria como oficiante de la historia de las mujeres y de modo más amplio, de la historia de las relaciones de género y de las sexualidades disidentes. Hay un claro predominio autobiográfico en estas reflexiones pero en todo caso, tal como pretendo desarrollar, se revelan los giros de los contextos históricos vividos y las evoluciones de los puntos de vista de la Historia en los últimos cincuenta años. Estoy lejos del “confieso que he vivido”, pero no faltarán interpretaciones acerca de que en razón de mi edad suena a gesto de un balance y sería difícil contradecir la especie.

Palabras clave: Historia de las mujeres; Sexualidades disidentes; Género.



My journey to historiography of women

 

Abstract
The following narrative – as the title warns – strings together my career in the dissemination of the history of women and, in a broader sense/more broadly, in the history of gender relations and dissident sexualities. There is a clear autobiographical predominance in these reflections but in any case, as I intend to develop, the twists of the historical contexts experienced and the evolutions of the points of view of History in the last fifty years are revealed. I am far from “Living to tell the tale”, but there will certainly emerge interpretations about the fact that due to my age this work appears as a balance and that would be difficult to contest.

Keywords: Women’s History; Dissident sexualities; Gender.


La narrativa que sigue –tal como el título pone de aviso– conduce al engarce de mi trayectoria como oficiante de la historia de las mujeres y de modo más amplio, de la historia de las relaciones de género y de las sexualidades disidentes. Hay un claro predominio autobiográfico en estas reflexiones pero en todo caso, tal como pretendo desarrollar, se revelan los giros de los contextos históricos vividos y las evoluciones de los puntos de vista de la historia en los últimos cincuenta años. Estoy lejos del “confieso que he vivido”, pero no faltarán interpretaciones acerca de que en razón de mi edad suena a gesto de un balance y sería difícil contradecir la especie. Tal vez, para las nuevas generaciones de varones y mujeres que investigan, que hoy transitan con mucha mayor legitimidad académica los problemas relacionados con la condición femenina y la diversidad identitaria anclada en la dimensión sexo-género, resulte de interés conocer cómo abrevamos en estos estudios y cómo pudimos contribuir a abrir un cauce en la historia local. Este testimonio no debe observarse desde el punto de visto equívoco de una “transmisión de experiencia” como si le asignáramos a ésta trazos significativos para el futuro, una suerte de lección imprescindible. La noción de experiencia ha tenido fuertes contestaciones, especialmente por parte de Joan Scott (2001), una notable representante de la Historia de las mujeres quien advirtió sobre los apegos esencialistas que podría tener la idea de asimilación inexorable por parte de un grupo determinado. Estas reflexiones tienen menos que ver con la experiencia subjetiva que con la interpelación “del lado de afuera”, como nos ha revelado Gilles Deleuze (1986). El pensamiento viene del lado de afuera, ha sostenido nuestro autor, y desearía que estas páginas pudieran poner en evidencia cómo los contextos hicieron sus operaciones, de qué modo burilaron mis concepciones y orientaron mis opciones y no sólo en materia de conocimiento historiográfico.

1. Primera estación: ir a la Universidad

Pertenezco a la generación que quebrantó a inicios de los ´60 –y no sólo en la Argentina– la menguada participación de las mujeres en la Universidad.1 Fue una ruptura importante de las convenciones culturales de buena parte de las clases medias y también de los sectores populares, particularmente de las familias de trabajadores urbanos. Más allá de los derroteros que seguimos, una gran proporción de aquellas jóvenes manifestábamos ánimo de hacernos de una profesión y de poder vivir de ella. Aspirábamos a encauzar nuestras vocaciones y creo que teníamos intuiciones acerca de que se jugaba nuestra autonomía. Las vocaciones pudieron significar tensiones familiares –de hecho, recuerdo muchos casos en que a las familias no les gustaba nada que la hija se hubiera dedicado a una determinada carrera, y hasta situaciones más dramáticas que el mero descontento verbal. Nuestros padres y nuestras madres— aunque ya sabemos el significado de la potestad patriarcal –solían tener una opinión determinante y había que poner en acto alguna estrategia para convencerlos de la íntima vocación.

En la época en que cursé la escuela secundaria –la Escuela Normal nº4 de la ciudad de Buenos Aires—, se vivía una atmósfera tensa pues se estaba en el inmediato pos peronismo y las posiciones políticas eran radicalizadas a favor y en contra. En mi caso, provenía de un hogar completamente politizado. Mi padre era maestro, se había desempeñado por largo tiempo en escuelas rurales pampeanas y tenía un compromiso visceral con los intereses de esas comunidades. Había sido cesanteado por sus ideas “comunistas”, en 1943, reingresado a la docencia en 1945, y vuelto a cesantear en 1950 por el peronismo, cuando se desempeñaba como Director de la escuela de Rancul, al norte de La Pampa. Sus ideas eran una mezcla de socialismo con radicalidad liberal y tenía particular admiración por su hermana mayor, Leonilda Barrancos, una conocida figura del Partido Socialista. Desde que tengo conciencia, las cuestiones políticas o mejor, la politización de la mayoría de las cuestiones, era la regla de mi casa, porque mi madre –de origen valdense, una de las herejías que confluirá al calvinismo después de la Reforma– era buena argumentadora en materia social y política. Su familia había emigrado del Piamonte al Uruguay –es bien conocida la colonia valdense en aquel país–, y permaneció fiel a los principios religiosos cuando finalmente se instaló en Jacinto Aráuz, al sur de La Pampa. El rigor calvinista de mi educación pasaba por el desprendimiento, la presunción de que era moral cierto ascetismo y que había que ayudar siempre a pobres y desamparados. Aunque mi madre sólo había cursado la escuela primaria, seguramente debido a la singular cultura de su hermano mayor –un patriarca de la comunidad valdense de Arauz, cuya biblioteca era sorprendente en aquellas latitudes—,2 había obtenido cierta instrucción informal gracias a las lecturas a las que fue inducida.

Pero volvamos al clima que respiraba una adolescente que ya se contagiaba con ciertos retos de radicalidad en la última fase de la década 1950. Aunque mis padres persistieron en el antiperonismo, decidieron que había que votar a Arturo Frondizi, en 1958, porque eran imprescindibles los acuerdos de convivencia con los derrocados. Pero ese año marca una circunstancia sin duda decisiva: fue extraordinario participar de las movilizaciones contra la “educación libre”, esa rebelión que protagonizábamos una inmensa cantidad de jóvenes reclamando porque no se entregara la universidad a la Iglesia (Orbe, 2009).3 Creo que fue entonces que adherí a una fórmula reveladora: había que oponerse a las manifestaciones reaccionarias. Y me fui dando cuenta de que las posiciones encarnizadas contra el peronismo formaban parte de una concepción reaccionaria. En 1959, festejé el triunfo de la Revolución cubana y, además, ese año leí consternada “Operación masacre” de Rodolfo Walsh. Estaba listo el puente de mi identificación con el pueblo peronista.

Como era esperable, debido a las formulaciones “justicieras” con que dividía al mundo entre los que estaban a favor de los pobres y sus intereses y quienes se les oponían –y que estos últimos eran “reaccionarios”—, el primer impulso fue inscribirme en Derecho. Pero cuando llegó la incorporación a la carrera con enorme sorpresa advertí que estaba muy lejos de mis intereses, que había construido una distorsión acerca de lo que era el Derecho y tuve que admitir la opción fallida, casi una defección para quien parecía tener las cosas tan claras.

En 1960, de manera muy inesperada falleció mi padre y por diversas razones supe que debía ocupar su lugar en la jefatura familiar aunque no era la mayor. Era forzosa la determinación propia pues, en gran medida, había sintonizado con las posturas de mi padre, con sus guiños ideológicos y con sus encomiables sentimientos con la humanidad. No tenía 20 años todavía, pero avizoré la perspectiva de los desafíos, de las adversidades, y créase o no, tuve la profunda intuición de que me apegaría a ideales que no serían fáciles ni cómodos, pero que debía acertar porque ya no dispondría de la consulta señera de mi padre. Pero no sería leal a estos recuerdos si no introdujera el papel jugado por mi prima Sylvia Bermann, la hija de Leonilda. Con quien era su marido, Arnaldo Torrents –una de las figuras importantes de la Salud Pública de la época—, obraban como una suerte de balizamiento debido a sus ideas de izquierda. Fueron decisivos para la brújula ideológica y política que construí alrededor de mis 20. Recuerdo el puente fundamental con William Cook y las nuevas alternativas que abría el horizonte político peronista “a izquierda”.

En 1962, luego de cursar el ciclo introductorio para el ingreso en la Facultad de Filosofía y Letras, ya estaba inscripta en Sociología. ¿Por qué Sociología, cuando las humanidades me atraían notablemente, especialmente Filosofía e Historia? Mientras me reorientaba después del malogrado tránsito por Derecho, alguien que se desempeñaba en el lugar en que trabajaba –dedicaré más adelante unos párrafos a mi vida laboral–, me dijo que debía inscribirme en Sociología porque el carácter de las argumentaciones y los intereses que defendía me hacían apta para “la nueva carrera que propone estudiar científicamente a la sociedad”.

En cuanto a mi inserción laboral, el recorrido de inicio fue el magisterio. En Buenos Aires regía el Consejo Nacional de Educación y era necesario hacer la solicitud en los distritos escolares. Fue conmovedor que me llamaran para cubrir una licencia en la entonces ex Ciudad Evita, en la zona de La Matanza, se trataba de una escuela que pertenecía al Consejo Nacional de Educación y fue una experiencia que contribuyó a identificarme aún más con los sectores populares. Un día, recibimos una rápida visita de Clotilde Sabattini de Barón Biza,4 a la sazón, Presidenta del Consejo. Y aunque en mi orden “justiciero” había desarrollado una clara intolerancia a cualquier reto a la dignidad, no estaba cerca del feminismo. Recuerdo como una ráfaga la presencia de Clotilde en la escuela, los niños alineados y el saludo que cada una de nosotras recibió con la mano extendida (no creo que hubiera un solo varón ejerciendo en esa escuela). No formulé ni una frase respecto de la enorme excepción que era Clotilde ocupando un cargo de importante rango, pero no puedo dejar de evocar que ya entonces defendía absolutamente el derecho a abortar, una posición que adoptaron muchas jóvenes en mi tiempo.5 Claro que había discusiones, pero no me parece que hubiera disensos fuertes entre mis amistades femeninas.

Más tarde, me desempeñé en escuelas de la Capital y recordaré una anécdota respecto de una huelga de docentes en 1961, cuando era maestra de una escuela del distrito 18. En una asamblea se me había ocurrido comparar la educación que había en la entonces Unión Soviética, una referencia sin duda contingente, y al día siguiente estuve anoticiada en corrillos de que se había dicho que era comunista e imaginé que sería la causa de que me sacaran la suplencia, pero felizmente no ocurrió.

Un párrafo aparte merece mi paso por la educación de adultos en lo que entonces eran las Universidades Populares Argentinas. Éstas tenían un convenio con el C. N. de E. por el cual empleaban las propias aulas de las escuelas para el dictado de cursos destinados a la población adulta, y había un amplio repertorio de capacitaciones, desde las manualidades y el aprendizaje de oficios hasta las artes. En la escuela que dirigía mi padre en Floresta, y donde vivíamos, estaba localizada también una Universidad Popular y pude conocer a las autoridades de la entidad quienes me ofrecieron trabajar en la sede central en la redacción de ciertas notas; a menudo preparaba los discursos de sus dirigentes. Trabajé en la sede central creo que hasta 1965, pero seguí como profesora de castellano en universidades populares enseñando a interpretar textos y a redactar a personas adultas, y me daba mucha felicidad contribuir a la mayor educación de quienes se esforzaban por asistir a la enseñanza nocturna. Eso ocurrió hasta 1969, cuando egresé como socióloga y pude encontrar rápidamente trabajo en el Ministerio de Agricultura, en la Dirección de Educación Agrícola.

Las materias de Sociología y de otras disciplinas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA fueron de crucial significado. Recuerdo especialmente algunas como Introducción a la Filosofía, con un práctico a cargo de Saúl Karsz que solía rematar con una advertencia, “y no olviden que hay una justicia inmanente”. Sociología Sistemática brillaba alto para mis inquietudes, pero las palmas se las llevaba Historia Social General bajo la batuta del notable José Luis Romero.6 Romero daba clases fascinantes y en su equipo había gente muy formada como Tulio Halperín Donghi, Reyna Pastor, Alberto Pla, Leandro Gutiérrez, para citar sólo algunos integrantes de la cátedra. La idea de hacer conversar sociología e historia fue para mí perdurable.

2. Segunda estación: militancia

Una proporción importante de mi generación, y muy especialmente de quienes eran estudiantes universitarios, tomó caminos militantes. La primera inscripción fue en el Socialismo de Vanguardia, una formación que ya tenía contactos con los grupos radicalizados del peronismo y fui a parar a una célula a cargo de un docente en sociología, una figura de enorme calidez y de muy buena formación ideológica. Estábamos en 1961, y el sector territorial que me correspondía era la villa del Bajo Flores a donde, por lo general, llegábamos el sábado antes del mediodía. Solíamos hacer pintadas por las noches y, para esto, usaba ropa oscura con la torpe idea de que pasaba más desapercibida pues temíamos las patrullas policiales. Había muchas voces que insistían en que había llegado la hora de la lucha por medios más contundentes y, también, recuerdo los debates que suscitaba.7 Hacia 1962, tuve evidencias de que había que hacer otro recorrido: cuando nos reuníamos con la gente de la villa no faltaban quienes nos decían que lo que deseábamos era lo mismo que el peronismo. Un año más tarde dejaba el SdV, hasta que ocurrió la muerte del Ché Guevara en octubre de 1967. Fue un sacudón que suscitó una infinita tristeza y una extensa voluntad de que había que incorporarse a la acción política. Entre los amigos entrañables de aquel momento se contaban Pedro Krotsch y Carlos Federico Lebrón.8 Pedro estudiaba sociología también y Carlos (Caco) era oficial de Marina, de familia muy antiperonista, se había inclinado a las ideas de transformar radicalmente el orden social. Fue poco después de la muerte del Ché que entre los tres nos conectamos con Rodolfo Puiggrós y surgió entonces un grupo de análisis del peronismo y de integración a las luchas sociales desde el peronismo.9 Creo que no pasábamos de diez integrantes con una interesante proporción de mujeres entre las que estaba Adriana, la hija de Rodolfo, y Ana Lorenzo. De ese núcleo, surgieron inscripciones que llevaron a diferentes caminos. Participaba a menudo en actos con Eduardo Duhalde y Rodolfo Ortega Peña y el propio Rodolfo Puiggrós, y recuerdo especialmente un curso de historia sobre América Latina que desarrollamos con Rodolfo que tenía por objetivo central poner en evidencia el fenómeno del colonialismo y las luchas antiimperialistas. Tal lo que marcaba la hora. Fue allí que conocí a quien sería una una amiga entrañable, Olivia Gioria, que se había desempañado como obrera, militado en el comunismo y apartada de este, había optado por la vía peronista con la singularidad de un marcado feminismo. A sus apelaciones para que me tornara feminista incitándome a leer “El segundo sexo” de Simone de Bouvoir —que consideraba extraordinario—, solía responderle que eso sería una segunda etapa de la liberación. Lamentablemente, no leí entonces esa obra matricial.10

Hacia 1971, militaba en Juventud Peronista y el área territorial era Ezpeleta teniendo como referencia una Unidad Básica cuyo soporte eran ex militantes de la resistencia. A la sazón, tenía dos niñas pequeñas producto de un matrimonio que había terminado –me había trasladado durante breve tiempo a General Roca, Rio Negro—, y había ingresado entre los primeros planteles profesionales al PAMI.11 Estuve entre las organizadoras del gremialismo de los empleados de la institución que confluyó hacia UPCN.

No puedo precisar cómo me llegó la invitación, pero, en 1972, tuve que hablarle a un grupo de mujeres campesinas en una actividad propuesta por la OEA y recuerdo que esa charla estuvo enmarcada en las necesarias luchas por la justicia y el reconocimiento de las poblaciones indígenas y pobres de América Latina. Participaban varias mujeres peruanas y bolivianas con sus típicos atavíos y se percibían las adversidades de sus comunidades. Pero, francamente, no hice ninguna reivindicación de enjundia feminista, subrayé el significado de la marginación económica y social amparándome en la teoría de la dependencia que intenté explicar de manera sencilla. Con certeza, les llegó mi tono emotivo más que el dictatum académico.

Hacia 1973, estuve a cargo de la materia “Problemas de la Educación argentina”, en la carrera de Sociología de la que había egresado. Era optativa y reuní a un grupo de colaboradores con el que dictábamos clases con un programa completamente crítico de la educación abonando el principio de su inexorable “reproductivismo”, y desde luego, las referencias centrales eran Paulo Freyre, Everett Reimer e Ivan Illich. Con el triunfo del peronismo, numerosos cuadros de la Juventud Peronista fuimos convocados a tareas en el aparato estatal y se me pidió que fuera a educación a la provincia de Buenos Aires, cargo al que renuncié a raíz de la renuncia del gobernador Oscar Bidegain. Las encrucijadas fueron dramáticas a raíz de las posiciones del propio Gral. Perón cuando excomulgó a Montoneros, y aunque no estaba en absoluto de acuerdo con su metodología, que entrañaba tantos errores –a menudo en las discusiones aludía a la sobre determinación de las clases medias en sus concepciones— resultaban intolerables los elementos de derecha que hegemonizaban la tercera experiencia peronista. Y luego, se precipitó la muerte de Perón –con el rectorado de Otalagano perdí el cargo docente en la UBA—, el espanto de la regencia de López Rega, el miedo a la triple A y la derrocada de Isabel. A inicios de 1976, cuando ya se adivinaba lo que vendría, tuve la intuición de que se impondría un ciclo temible. Pero todo fue muchísimo peor, inimaginable el terror que se consagró el 24 de marzo de 1976.

3. Tercera estación: exilio y encuentro con el feminismo

En el mes de abril, fui cesanteada en el PAMI y la resolución nos intimaba a dejar de inmediato los lugares de trabajo. Ocurrió, entonces, algo que visto más tarde, no pudo ser de mayor riesgo. Una buena cantidad de compañeras y compañeros, gritando la marcha peronista, bajó las escaleras escoltando a quienes debíamos abandonar ese lugar12 y nos reunimos a almorzar en un restaurante sobre Av. de Mayo. Fue en ese momento que oí al menos dos relatos acerca de desaparecidos, y resultó providencial que nada nos ocurriera ese día. Acordamos entre las personas cesanteadas que estaríamos en contacto para las alertas, nos comunicaríamos, pues resultaba evidente la brutalidad de la represión. A la sazón ya había formado pareja con Eduardo – médico de profesión—, y había nacido mi tercera hija. A fines de abril, un vecino de mi madre, el Comodoro Eduardo Vaca –cuyas posiciones eran liberales y sus hijos militantes universitarios—, nos instó a tener pasaportes y valijas listas. Narró que era hasta poco creíble lo que estaba ocurriendo, que en algunos lugares había expertos que daban órdenes de tortura en francés. Contó que, aunque estaba retirado, lo habían obligado a aceptar un cargo en una provincia con una pistola en la mesa. Estupor y certeza de que estábamos cercados. Desde luego, pensamos en salir del país, pero era menester la autorización del padre de mis hijas mayores y no pude obtenerla. Fue un hecho aciago y me asombra haber omitido una interpretación desde los derechos de las mujeres. Los acontecimientos eran cada vez más siniestros. En octubre, la familia fue sacudida con la desaparición de Irene Torrents, la hija mayor de mi prima Sylvia, y por una circunstancia extremamente azarosa, su hijito de meses había ido a parar a la casa de una vecina que me conocía y que pudo comunicarse conmigo. La situación era desquiciante porque no lograba conectar a Sylvia. Pasaron varios días hasta que, después de múltiples rodeos, finalmente ella tuvo señales del paradero del nieto.

Sobrevivimos azarosamente hasta que, en abril de 1977, se amontonaron los espantos. Fue secuestrado un gran amigo y su familia se las arregló para ponernos sobre aviso, y días más tarde nos visitó de urgencia una pareja para comunicarnos que habían secuestrado y tenido por algunos días en cautiverio a quien era entonces una gran amiga y muy cercana a mi militancia. En el interrogatorio, después de tentativas ficcionales de ejecutarla, la habían indagado sobre mí y no tengo dudas de que me defendió frenéticamente. Esa misma noche, dejamos el departamento, llevamos a las niñas a la casa de la familia de Eduardo y tomamos la decisión del exilio, paso tremendo frente a la imposibilidad de llevar a mis hijitas mayores.

Muy de antemano estaba decidido que nos iríamos a Brasil. Muchos habían optado por México – como era el caso de Pedro Krotsch amenazado directamente por la triple A. El 25 de mayo de 1977, atravesada por el dolor de dejar a mis hijitas mayores, salí hacia Río de Janeiro sólo con la menor –de apenas un año—, donde fui acogida por amigos y, más tarde, pudo unirse Eduardo. Había una solidaridad notable pues también se habían extendido las resistencias a la dictadura que a la sazón daba señales de caminar hacia una módica reapertura. En julio, estaba trabajando en la Secretaría de Estado da Saúde (SES) de Minas Gerais, en Belo Horizonte, gracias a los contactos del área médica, a la solidaridad entrañable de muchas personas. Allí, había un grupo crítico y adherente a propuestas renovadoras que lideraba Eugenio Vilaça Mendes, quien se tornaría más tarde en una referencia central del sanitarismo brasileño. Era reveladora la identidad “a izquierda” que tenían los cuadros dedicados a la salud pública. Las credenciales de haber trabajado en el PAMI rindieron fruto porque, con un visado precario, me incorporé a la SES en el sector de Planeamiento, y hasta llegué a dirigir la Escola de Saúde Pública, en 1982: era la primera vez que el organismo era dirigido por una mujer, no médica y extranjera.

El exilio brasileño fue un bálsamo. Pude reencontrarme con mis hijas en diciembre de ese año, y mi compañero avanzó en el camino de revalidación de su título de médico. La experiencia en salud pública implantando el programa de Atención Primaria –más allá de todos los errores que hoy pueden observarse— fue remarcable. Pude conocer el Brasil profundo y los desgarros de la inequidad en comunidades de holgada demografía negra. Pero fue especialmente notable en el cambio de mi subjetividad la cuestión del feminismo que mi generación había puesto en borrajas, y este acontecimiento merece algunos párrafos.

En Belo Horizonte, hice una forja de amigas algunas de las cuales se manifestaban como feministas en su militancia contra la dictadura.13 Algunas habían adherido al Movimento Femenino pela Amnistía – un movimiento precursor animado por Therezinha Zerbini, cuyo marido era uno de los pocos generales que apoyaron a Joao Goulart. Therezinha tenía la estrategia de “apolitizar” el movimiento en pos de la amnistía (hay que recordar que el golpe de 1964 tuvo una vuelta de tuerca decididamente autoritaria en 1968 produciendo una ola de detenciones, torturas y exilios). El movimiento era especialmente expresivo en Belo Horizonte donde surgió la lideranza de Helena Grecco quien proponía mayor radicalidad y también alianzas con grupos políticos. No dejó de haber crisis dadas las disonancias, pero las mujeres – en gran medida profesionales y de clase media – estaban en movimiento y era muy alentador. Recuerdo sus “ferias” - desde luego realizadas sin mucha alharaca – en donde se vendían objetos realizados por detenidas políticas mujeres. Esta circunstancia sin duda significó un contagio con la especificidad de la condición femenina y a menudo esas militantes se dirigían a mí como si hubiera adoptado el feminismo… Hasta que ocurrió un acontecimiento crucial. Una bella mujer mineira de alta sociedad y bastante conocida, Angela Diniz había sido ultimada por su pareja en la playa de Búzios, y debido a la inscripción social de Angela, trepidaron las noticias y cundió el estupor. Más tarde se inició el juicio al homicida – un sujeto también de clase alta – quien había contratado al que se decía era el mejor penalista de Brasil. He contado lo que sigue muchas veces y volveré repetirme porque fue un antes y un después en mis sentimientos. Un día vi por televisión la entrevista que una joven periodista realizaba al notable abogado, y cuando le preguntó cuál sería la estrategia de la defensa con el mayor empacho respondió que no era difícil “porque se trataba simplemente de legítima defensa del honor”. Consternación e iluminación, ahí me di cuenta del inexorable significado diferencial de las mujeres. A Ángela no la había salvado ni siquiera su clase, había pagado con su vida la acusación de adulterio. Hubo una manifestación en las escalinatas de una iglesia céntrica de Belo Horizonte – y creo que esto se repitió en varios lugares -, una suerte de vía crucis de las mujeres y cada vez más me fui adentrando en el feminismo. Recuerdo algunas actividades que desarrollábamos con un grupo activista en algunas favelas, y muy especialmente la novedosa incorporación de la sexualidad en nuestras charlas con mujeres de edad media. En la época, llegó a mis manos el famoso “book” que había preparado el Colectivo de Mujeres de Boston (1984) titulado “Nuestros cuerpos, nuestras vidas” y creo que entre las cuestiones que más me convocaron del feminismo fue, además de la reivindicación de nuestra autonomía, el derecho a la sexualidad que se había incorporado a lo que después supe era la Segunda Ola.

4. Cuarta estación: historiografía de la cultura y educación de los grupos subalternos

Cuando volví del exilio en junio de 1984 –despedirme de Brasil fue un pasaje angustioso—, había decidido cambios fundamentales. Sentía que debía cerrar el ciclo que había dedicado a la Salud Pública, y como debía realizar mi tesis de Maestría en la Facultad de Educação de la Universidade Federal de Minas Gerais, tomé el camino de la investigación histórica. Mientras cursaba, a menudo había debatido con énfasis con un profesor empeñado en reducir completamente el sentido de lo discursivo en Foucault pues le achacaba una suerte de “abandono de la praxis”. Foucault fue una de las grandes adquisiciones que hice en Brasil. Había visitado el país y quienes habían adoptado sus puntos de vista eran las comunidades de la Psicología y de la Salud Pública, sólo más tarde repercutió en la filosofía y en la historia. Junto con Foucault, adopté a Gilles Geleuze, Felix Guattari –a la sazón, también especialmente absorbidos por el mundo Psi—, y también la perspectiva del notable epistemólogo Georges Canguilhem. En la Maestría, era corriente que me apoyara en esas percepciones y, con un grupo de colegas, solíamos ironizar la economía epistemológica que solía haber en la interpretación de Foucault. Nuestro profesor, además, sostenía que los sectores trabajadores no estaban interesados en absoluto en la educación, cosa rara porque ya estaba en plena emergencia el reclamo de derechos originadores de la grandes huelgas del ABC paulista14 y se plasmaba el PT. Tal vez, por la empeñosa disidencia con esa perspectiva, me propuse reconstruir la educación y la cultura difundida por quienes se identificaban con los grupos subalternos en Argentina, y aunque el programa era de inicio ambicioso, focalicé el ideario anarquista. No había duda de la regencia foucaultiana en ese empeño.

Entre 1984 y 1985, me instalé en la Biblioteca Nacional, en la Federación Libertaria Argentina y en la Biblioteca “José Ingenieros”, también perteneciente a la comunidad anarquista. Fue en esas salas que encontré colegas como Edgardo Bilsky que estaba preparando sus trabajos sobre la FORA y que seguiría acumulando datos para el proyecto doctoral. Mientras las fichas manuscritas se acumulaban y daban cuenta de las diversas manifestaciones culturales y educativas del anarquismo, registré con especial fruición dimensiones que no estaban previstas –ni imaginadas— en el proyecto, tales como la vastedad enunciativa en defensa del amor libre, el discurso inaugural público sobre la sexualidad, sus percepciones de la condición femenina sojuzgada y la ventaja que había llevado la corriente en el pronunciamiento cerca de una suerte de revolución doméstica comenzando por la anticoncepción. La tesis fue traducida por queridas amigas de Belo Horizonte –era imposible que mi portugués diera cuenta de una correcta redacción— y fue defendida en 1987. Un capítulo fue publicado por Diego Armus (Barrancos, 1989a), y un poco más tarde, vio la luz el libro (Barrancos, 1989b), gracias a la editorial que entonces tenía Eduardo Duhalde, pues había hecho una fallida tentativa en otra buena casa editora que me manifestó no tener interés en el texto. Esto ocurre y no hay que amilanarse. El anarquismo había tenido singulares precursores en la Argentina, pero su foco estaba en la perspectiva de la contestación obrera y la resistencia de sus grupos gremiales, y salvo Iaacov Oved –cuyos análisis sobre educación no fueron publicados y que sólo pude conocer bastante después de la publicación del libro—, el vasto horizonte de la cultura anarquista, las invectivas acerca del orden jurídico que en verdad conculcaban el amor auténtico y las insurgencias contrarias a la maternidad forzosa, no habían sido abordadas localmente y constituyeron contribuciones de mi primer libro. Sí, había una suerte de “feminismo contra feminista”, y a raíz de estas investigaciones pude encontrarme con colegas que ya habían hecho un camino en torno de las singularidades anarquistas relacionadas con la condición de las mujeres. Tal fue el caso de Mary Nash, a quien pude conocer a inicios de los ´90, y por quien guardo un afecto entrañable.

Debo decir que, a partir de 1986, fui beneficiada con contratos del CONICET para llevar adelante el programa de investigaciones sobre la cultura y educación de los grupos subalternos y correspondió al recordado Leandro Gutiérrez una gestión decisiva en ese trámite. Mi sede de trabajo era el CEIL –Centro de Estudios e Investigaciones Laborales— y estaba rodeada de muy buenos investigadores e investigadoras, pero casi no se contaban quienes se dedicaran a Historia. Pude ingresar definitivamente en 1992, después de un tortuoso proceso pues, en verdad, se había decidido nuestro ingreso en 1989 y se había vuelto atrás a raíz del cambio de gobierno…

Una segunda fase del programa que me había propuesto se refería al socialismo. Originé algunos artículos, pero fue especialmente en el libro “Cultura, educación y trabajadores, 1890-1930” (Barrancos, 1991a) donde di cuenta de la propulsión educativa del socialismo, de los empeños por sostener algunas escuelas propias y no sólo en el ámbito capitalino. Fue revelador el trabajo de Pascuala Cueto en Morón, tal vez la empresa más destacada del socialismo, y la reivindicación de mujeres como Pascuala me permitía quebrar los silencios sobre el desempeño de las mujeres, como también ocurría con Mercedes Salaberry, en Santiago del Estero, y con Justa Burgos Meyer, en La Plata. Había que tener agallas para impedir que cualquier vestigio de confesionalidad ingresara a las aulas. Las mujeres socialistas cumplieron un papel importante en las actividades de educación que desarrolló la fuerza partidaria, pero el socialismo decidió abandonar esas iniciativas hacia 1910 pues se determinó por coadyuvar a la educación pública a la que había que asegurarle laicidad y urgente expansión. Pero el recorrido no olvidaba dos objetivos del socialismo en materia de cultura, una relacionada con la vida cotidiana, y se refería a su animación de clubes de fútbol en barriadas populares, y la otra, con un régimen sin duda más ponderado, la ilustración en materia de ciencia que había que llevar a los trabajadores.

En 1991, me inscribí en el Doctorado de Historia de la Universidade Estadual de Campinas (UNICAMP) en donde se localizaban figuras destacadas, muy especialmente en Historia Social, y fui aceptada por Michel Hall para dirigir mi tesis. Michel fue una figura de enorme significado en mi formación historiográfica no sólo por la claridad de ideas y la erudición, sino por la generosidad, además de su calidez excepcional.15 Decidí que la tesis estuviera dedicada a la más importante agencia propulsora del conocimiento científico por parte del socialismo, la Sociedad Luz de Barracas y, en 1993, pude defenderla. Las conversaciones historiográficas que abría el contexto poblado de nuevas interpretaciones del “mundo del trabajo”, la influencia decisiva de la “escuela inglesa” y los cruces con las vertientes de la “historia cultural”, más las adopciones foucaultianas y deleuzianas, me permitieron sostener que no había problemas en la heterodoxia hermenéutica. Un proceso histórico tiene muchas aristas y son irreductibles, y la misma arista puede ser visitada con otro orden de interrogaciones. Más tarde, la mayor parte de la tesis originó el libro “La escena iluminada. Ciencias para trabajadores, 1890-1930” (Barrancos, 1996). En las publicaciones de la Sociedad Luz no consta un solo texto debido a mujeres, y Alicia Moreau –que dio clases en la Sociedad— no tuvo la misma distinción que los varones. Creo que esas investigaciones permitieron percibir los sentimientos con que muchos trabajadores absorbían esos conocimientos, el crédito en la ciencia que tenían los socialistas, y la regencia del evolucionismo sobre todo a través del repertorio de indagaciones de Ernst Haeckel, el gran distribuidor del darwinismo.

En esos años, nos habíamos nucleado en un grupo de estudios con el objeto de analizar a las clases trabajadores y de modo más amplio a los sectores populares que integrábamos entre otros Ricardo Falcón, Leandro Gutiérrez, Ofelia Pianetto, Mirta Lobato, Juan Suriano, Luis Alberto Romero, Agustina Prieto, y si mal no recuerdo, hasta que regresó definitivamente a Francia, Edgardo Bilsky. Teníamos sesiones en las que se debatían sobre todo nuestras producciones, algunas resultaron acaloradas, pero creo que el balance fue muy productivo. Esos intercambios permitieron orientaciones y transformaciones de nuestras percepciones. También, surgió un grupo dedicado a los archivos que contenían memoria social con reuniones más esporádicas, y recuerdo especialmente la participación de Susana Fiorito –estaba radicada en Córdoba y era el “alma mater” de la Biblioteca Pablo Milesi que reunía, también, material documental. Pero con el tiempo, ambas iniciativas, por diferentes razones, se extinguieron.

El proyecto me llevó a incursionar también en el estudio del sindicalismo revolucionario y publiqué varios artículos. Resultaba flagrante la falta de mujeres en las organizaciones gremiales obreras por lo que el deseo inaugural de esta corriente de una pedagogía y educación propia –y también de formas culturales propias— realizada exclusivamente por las agrupaciones sindicales obreras, se constituyó en un impedimento. Pude constatar que el déficit de adherentes femeninas debido a un conjunto de razones —en particular, la baja sindicalización de las mujeres y la notable misoginia de los dirigentes—, llevaba a que las manifestaciones culturales del sindicalismo fueran esmirriadas si se las comparaba con el anarquismo o el socialismo. Era moneda corriente que sus cuadros filo dramáticos carecieran de mujeres y debían pagarle a actrices para hacer representaciones teatrales.

5. Quinta estación: la escena hegemonizada por las mujeres

Me había dispuesto cerrar el ciclo de los análisis educativos y culturales según agencias cercanas al proletariado para focalizar centralmente en las mujeres. A inicios de los ´90, me había familiarizado con la producción historiográfica que ya había hecho una corriente, y algunas autoras fueron fundamentales tales como Joan Scott, Mary Nash, Martha Vicinus, Michelle Perrot y Sheila Rowbotham —aunque no era exactamente historiadora, pero su “Feminismo y revolución” fue una estampida en mi sensibilidad. Se impone reconocer el débito a las contribuciones pioneras en nuestro país de María del Carmen Feijóo y Susana Bianchi cuyos trabajos conocía muy bien. La biblioteca de la Universidade de Campinas era completamente renovada y con una suscripción a cientos de revistas que hacían una diferencia desmesurada con respecto a nuestros acervos. Durante el tiempo en que permanecí en el doctorado, absorbí cuanto podía relacionado con el objeto de la tesis, pero también lo que concernía a historia de las mujeres. En Campinas, disfrutaba de la amistad de profesoras feministas como Margareth Rago, quien había hecho estudios singulares sobre la historia de la prostitución, y también de Elizabeth Souza Lobo,16 que había incursionado sobre los “sexos” de la clase obrera y también había indagando la vida de Emma Goldman. Desde luego, la literatura ya estaba poblada de referencias al “género” y de las discusiones que suscitaba.

También, en 1991, la Universidad de Luján produjo un acontecimiento cuando nos reunió en un simposio que recordamos como un hito, las Primeras Jornadas de Historia de las Mujeres, ya que fue el origen de las Jornadas de Estudios de Género e Historia de las Mujeres que perduran hasta el presente. Nos reunimos un grupo bastante grande contando con la singular presencia de Reyna Pastor, quien desde la dictadura se había radicado en España y, a sus investigaciones sobre historia medieval, había adicionado una adecuada visibilidad de las mujeres en las sociedades que estudiaba. He sostenido que, aunque el concepto de género se había tornado casi inexcusable en nuestras conversaciones académicas, en la oportunidad no hubo una sola presentación que lo empleara, aunque para entonces había tenido el gusto de dirigir a Mabel Bellucci y Cristina Camusso en un proyecto que consiguió subsidio del CONICET, referido a clase y género en el anarquismo –y que no era el único pues también María Santa Cruz y María Luisa Femenías habían obtenido recursos para otro, también referido a “género”. Aunque Reyna se había propuesto que de ese encuentro surgiera una red de estudios historiográficos relacionado con las mujeres, la iniciativa no prosperó porque parecía que quedaban excluidas las otras disciplinas. Lo cierto es que esos impulsos fueron decisivos para confirmar que cerraría el ciclo de “grupos subalternos” para focalizar sin tapujos en la condición femenina.

El feminismo local estaba entonces muy movilizado. Expresiones cada vez más decididas, y también más nutridas, solían ocupar los palcos públicos. Era particularmente intensa la fuerza con que las mujeres de los diferentes partidos políticos reclamaban su reconocimiento y obtenido una conquista precursora que había descolocado a algunas voces de congéneres a las que no les parecía en absoluto interesante obtener el cupo.17 La presunción de que el mero trazado meritocrático bastaba y sobraba, y que las mujeres debían ganar escaños, en todo caso, por su buen desempeño, resultaba bastante común. En época reciente la propia ex Presidenta Cristina Fernández de Kirchner reconoció el error de haber creído en esa fórmula. No hay duda de que la agencia por los derechos de las mujeres desafiaba a las que teníamos algún lugar en la academia. Fue en 1992 que desarrollé un curso de Historia de las Mujeres –y tengo la impresión de que fue el primer curso formal universitario de esa índole en nuestro medio. Empleaba bastante bibliografía extranjera debido al límite de los análisis locales en aquel inicio de década. Entre las cursantes, todas mujeres, se encontraba Marcela Nari, quien haría una contribución singular a nuestro campo.18

Hacia 1993, compilé un texto que me había pedido el Centro Editor de América Latina, empeñado en ofrecer una muestra del giro historiográfico internacional. Allí, reuní los trabajos de Aurora Schreiber, José Emilio Burucúa, Mirta Lobato, Ceilia Lagunas, Marcelo Motto y de dos de las más importantes argentinistas estadounidense Donna Gay y Sandra Mc Gee Deutsch. En la introducción, sostuve la importancia que tendría en la historia social, una suerte de devolución epistemológica renovada pues subrayaba cómo algunas oficiantes –sobre todo inglesas— provenían de la cuenca teórica del marxismo, al que habían interrogado y propuesto una nueva óptica reveladora de la desigualdad humana. A estas alturas, es necesario que mencione justamente a dos investigadoras, una norteamericana y la otra cubana, radicada en EEUU desde muy joven, que acicatearon la nueva propuesta. Me refiero a Donna Guy y a Asunción Lavrin.19 A lo largo de estos años, he tenido intercambios constantes y se tornaron amigas entrañables.

Desde mediados de los ´90, incursioné con firmeza en diversos ángulos de la historia de las mujeres, desde luego, no faltaron las oportunidades para volver sobre las que conocía bastante más de cerca, anarquistas y socialistas, pero deseaba otear a grupos de trabajadoras poco visibilizadas, aunque no quería omitir observaciones sobre otras dimensiones. Mirta Lobato estaba haciendo aportes de enorme importancia para el reconocimiento de la vida de las mujeres en ambientes fabriles, especialmente frigoríficos e industria textil.20 Estoy convencida que el cauce mayor de la historia social, renovada con los retos de la nueva vertiente “cultural”, fue la apoyatura mayor del camino que tomamos. Pero en mi caso, estaba muy estimulada por lo que podría denominar una suerte de “epistemología de los intersticios”, o de los bordes, como había mostrado Foucault, porque las mujeres habían ocupado las rendijas del tablado patriarcal, aunque Foucault no las había tenido en cuenta en el régimen del disciplinamiento. Esta orientación se constituyó en una suerte de olfato que me conducía por archivos y otros reservorios, así fue que encontré los casos de Amalia y de Amelia. La primera, la joven mujer del médico Carlos Durán a quien tuvo prácticamente secuestrada a fines del XIX, en plena vigencia del Código Civil que inferiorizaba a las mujeres (Barrancos, 2000); y la segunda, aquella telefónica que se casó subrepticiamente y que al ser descubierta -no se aceptaban casadas en ese puesto-, fue castigada con la cesantía y para vengarse apuñaló, sin mayores consecuencias, al director de la Unión Telefónica (Barrancos, 2008).21 Esos casos, en su extrema ocurrencia, daban sentido a lo que habitual, era necesario mostrar lo que aparecía como incidental para poner en evidencia lo repetitivo. De la misma manera que cuando me deparé, gracias a Ricardo Ceppi, con aquella serie de fotografías “espontáneas” tomadas en un lupanar, pude interpretar las manifestaciones habituales del jolgorio masculino en patota cuando se trata de la compra de servicios sexuales, pero en este caso, la constatación del desplazamiento del erotismo a la propia cámara fotográfica –cuasi una hipnosis tecnológica— que de manera hazañosa registraba el acontecimiento (Barrancos y Ceppi, 2005).

En 2002, fuimos convocadas junto con Asunción Lavrin y Gabriela Cano a una tarea gigante pues las colegas españolas, a cuya cabeza estaba Isabel Morant, decidieron desarrollar una historia de las mujeres en la Península y en América Latina y nos pusieron al frente de esta última sección. Trabajar con Asunción y Gabriela ha constituido una de las experiencias más gratificantes, un privilegio por la rigurosidad, el esfuerzo, la plasticidad, que nos permitieron acuerdos sin fisuras. Convocamos a numerosas colegas de la región y pudimos sostener la imprescindible presencia de Brasil en el repertorio de las investigaciones. La obra, en cuatro volúmenes, comenzó a aparecer en 2004 y tenemos la impresión de que ha sido un hito en materia de historiografía en la especialidad (Morant, 2005).

Algunos acontecimientos merecen alguna demora. En primer lugar, el haber sido titular de la Cátedra de Historia Social Latinoamericana en la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA con un grupo singular en que había feministas; y aunque no abandonábamos la perspectiva, resultaba difícil incorporar mayor número de autoras mujeres –tal como alguna vez nos lo reclamaron algunas alumnas. En segundo lugar, debe constar que tuve el honor de dirigir el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Se había institucionalizado, hacia 1997, y se abrió el concurso. Fueron años de mucho crecimiento común, de expansión de becarias y becarios, de productividad y de reconocimiento colectivo. Me sucedió Nora Domínguez con quien hemos compartido ideas, proyectos y además de una gran convicción sobre nuestros objetivos, nos liga un profundo afecto. En tercer lugar, fui invitada a Dirigir la Maestría en Ciencia Sociales de la Universidad de La Pampa (2000-2005), luego la Maestría en Ciencias Sociales y Humanidades de la UNQ, y también el Doctorado. Fueron ciclos de particular enjundia, de muchos desafíos y de enorme aprendizaje. En cuarto lugar, destaco la notable forja de discipulado a cuya formación pude contribuir, y seguramente pocas circunstancias de la vida académica me han complacido más que haber colaborado para el notable auge de nuestros estudios y la calidad que han alcanzado.

Pude realizar una síntesis del gran desarrollo de la historiografía de las mujeres en “Mujeres en la sociedad argentina. Una historia de cinco siglos” (Barrancos, 2007), y también –aunque mediante un abordaje que subrayaba el propósito de la divulgación— en “Mujeres entre la casa y la plaza” (Barrancos, 2008). Estos libros pudieron producirse porque contaba con una vasta información en diferentes épocas de nuestra historia, porque había investigaciones que también daban cuenta de las regiones del interior y porque nuestros estudios se habían empinado conquistando legitimidad en la esfera académica. El desarrollo de los cursos de posgrado y el sistema de becas del CONICET, entre 2003-2015, permitieron una ampliación de la historiografía de las relaciones de género que impactó también en las propias agencias por los derechos femeninos pues, el conocimiento histórico, permitió aumentar la sostenibilidad de los reclamos. La historia difícilmente sea eficaz en materia de lecciones, pero permite una perspectiva fundamental toda vez que pone en evidencia que son posibles las transformaciones, que no hay fenómenos perpetuos o inmodificables.

6. Sexta estación: Las sexualidades disidentes

Finalmente, deseo testimoniar acerca de cómo me acerqué a los estudios de las sexualidades que contestan la norma heterosexual en la que se basa el pacto unilateral del patriarcado. Desde luego, en mi experiencia vital, había desarrollado una especial simpatía por los “desheredados” sociales, los estigmatizados y vituperados – como puede colegirse de las primeras páginas de este trabajo. El trayecto brasileño me había posibilitado amistades entrañables con muchas personas gays y lesbianas, parecía Brasil mucho más amigable con esas disonancias y hasta me había forjado la idea de que sería el país que más avanzaría en sus derecho –conjetura falsa a la luz de lo que hoy se vive allí, con un franco retroceso en la representación parlamentaria que ha consagrado cerca de un 18% de “pastores” (o similares), fanáticamente opuestos a la homosexualidad y al aborto.

Durante los años ´90, fue inexorable oponerse a las políticas devastadoras de Menem y volví a la militancia política ayudando a crear el Frente Grande, devenido luego, parte del FREPASO. Fueron años de mucho compromiso activista, y por esta formación que de modo abigarrado contenía varios cauces (peronistas, socialistas, membresía del Partido Intransigente, comunistas), resulté electa diputada en la primera elección después de la conquista de la autonomía de la ciudad, integrando aquella coalición con el radicalismo llamada ALIANZA. Permítaseme expresar que una gran mayoría de militantes nos habíamos opuesto a esa conformación, pero la decisión fue tomada por la cúpula, más precisamente, por Carlos (“Chacho”) Álvarez y un puñado de asesores. Hacia fines de 1997, se iniciaron las sesiones con un trabajo ímprobo porque había que sancionar el orden legal institucional reclamado por la propia Constitución. Tenía compañeros de bancada de gran fuste como Raúl Zaffaroni y Eduardo Jozami, y dentro de la Alianza sumábamos varias feministas –desearía recordar especialmente a Liliana Chernajovski,22 Gabriela González Gass,23 Clori Yelicic y Beba Saralegui. No hay dudas de nuestro peso en algunas materias, tal como ocurrió con la sanción referida a salud sexual y reproductiva que permite el acceso a las técnicas anticonceptivas sin dar lugar a la “objeción de conciencia”.24

Una de las grandes circunstancias fue la extinción de los inconstitucionales “edictos policiales” que, como se recordará, habían sido especialmente hostiles contra la prostitución y las personas travestis a propósito del artículo que reprimía el “escándalo público”. Los edictos habían permitido toda suerte de atropellos y, también, la creación de “cajas negras” en la esfera policial, alimentadas con las exacciones. Hubo reiteradas movilizaciones de organizaciones que reunían a prostitutas y a las primeras agencias en torno de los derechos de las personas travestis que solían reclamar a los constituyentes de la Ciudad la extinción de los edictos. Aunque no faltaban presiones reaccionarias para mantener alguna forma de represión –y no sólo sobre esta circunstancia—, la nueva Legislatura pudo sancionar el “Código de Convivencia” que rebosaba en tonos garantistas25.

Pero, unos meses más tarde, los intereses en juego –sobre todo inmobiliarios de la zona de Godoy Cruz en donde eran más comunes las transacciones sexuales que realizaban las personas travestis—, reforzaran las demandas en torno de sus prohibiciones. Fue entonces que aquellas se movilizaron a la Legislatura –funcionaba en el teatro San Martín pues estaba en arreglo el edificio de la calle Perú— con carteles y cánticos y fue así que pude relacionarme con referentes y activistas. Siempre me admiró la inteligencia y la fuerza argumentativa de figuras como Lohana Berkins26 y Marlene Wayar, originándose una corriente de especial afecto. Fue descorazonadora la acomodación adventicia de mi fuerza política aceptando el punto de vista de los “vecinos sensibles de Palermo”, aunque mantuvimos con Eduardo Jozami una tenaz oposición a la modificación del Código de Convivencia que hacía lugar a puniciones por el ejercicio de la prostitución. Fuimos –con Eduardo Jozami, Facundo Suárez Lastra y Adriana Zicardi— voces solitarias el día en que la Legislatura modificó el art. 71 penalizando la oferta y demanda de sexo en la vía pública.

Aquel proceso fue una perdurable lección. He acompañado de muchas maneras las manifestaciones por los derechos de gays, lesbianas y la amplísima gama de las identificaciones trans, también con abordajes de investigación. Hace poco tiempo, dediqué un trabajo a la historia de sus reivindicaciones y debo volver sobre estas cuestiones. El campo de las prerrogativas fue abonado por muchas manifestaciones académicas27 y he sostenido a menudo, desde mi cargo de Directora del CONICET en representación de las Ciencias Sociales y Humanas desde 2010, que una de las mayores articulaciones con la sociedad, exhibida por nuestros saberes en la última década, se refiere a las prerrogativas de las mujeres y al reconocimiento de las personas disidentes en materia de sexualidad, a sus derechos y a la dignificación de sus vidas.

7. Coda

El texto antecedente sólo puede servir para evidenciar que he sido profundamente provocada por los acontecimientos históricos, por contextos que marcaban cambios sociales y culturales originando nuevas sensibilidades en las que me inscribí. La huella propia de una inclinación imprescriptible a ideales de justicia y equidad también me fue forjada por un ambiente familiar en el que se tornaba obligatorio pensar en el prójimo, y luego fue acicateada por los lamentables escenarios de exclusión y persecución. No hay dudas de que luego contribuimos a la fragua de tales contextos, en un proceso en el que como sostenía Norbert Elías (1978), ponemos adentro lo que está afuera y llevamos afuera lo que nos constituye. Y por cierto hay una buena regla epistemológica que no deberíamos olvidar y que enarboló un querido profesor mineiro, Neidson Rodriguez28 cuando sostuvo que el camino del conocimiento científico va del saber al no saber… He ahí el mayor estímulo para seguir interrogando. Finalmente, hay otra regla fundamental del conocimiento que no aparece en los dispositivos de los procesos formativos destinado a las aptitudes para investigar, y se trata de la pasión. No reconozco la posibilidad de un solo movimiento intelectivo sin acompañamiento emocional, y es particularmente inexorable tratándose de la disciplina histórica. Las preguntas son en realidad vibraciones, movimientos de estado, que conducen a vertederos que desentrañamos poniendo a raya los sentimientos, pero estos jamás desaparecen. Una historia sin pasiones es equivalente a abjurar de la condición humana.

 
Notas

1 Sobre la participación de las mujeres en las Universidades Argentinas, Ver Palermo, 1988.

2 La biblioteca de mi tío Daniel Bonjour Dalmás resultó un notable estímulo en mi infancia. Fue donada a la Cooperativa Agrícola “Nuestra Casa” de Jacinto Aráuz, en cuya creación tuvieron que ver tanto él como mi padre.

3 Entre varios trabajos sobre el tema, puede consultarse Orbe (2009).

4 Sobre la figura de la dirigente radical y feminista, Ver Valobra, 2010.

5 Sobre el aborto en la historia argentina, Ver Bellucci, 2014.

6 Sobre la figura intelectual de Romero, Cfr. Acha, Omar (2005).

7 Algunos de los debates del período, pueden seguirse en Gilman (2003).

8 Pedro Krotsch tuvo una dedicada actuación en el campo de la educación superior, falleció en 2009. Carlos Federico Lebrón fue un importante cuadro montonero, muerto en Tucumán, en 1976.

9 Sobre la figura intelectual y política de Puiggrós, Ver Acha (2006).

10 Sobre la recepción de la obra de Simone de Beauvoir en aquellos años, Nari (2000).

11 En realidad, su nombre es Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados.

12 Sede del PAMI, por entonces, ubicada en Av. de Mayo y Tacuarí.

13 Ver, especialmente, sobre la dictadura en Brasil y el papel de las feminista Pedro, Wolff y Veiga (2011).

14 Las primeras huelgas obreras durante la dictadura se iniciaron hacia 1979 en los distritos Santo Andre, Sao Bernardo y Sao Caetano (ABC) del área metropolitana de Sao Paulo. Lula era uno de sus líderes más destacados y, con base en esos movimientos, se organizó el Partido dos Trabalhadores (PT).

15 Michel Hall es el marido de una de las intelectuales que más me había impactado en los años del exilio, Marilena Chauí, que se cuenta entre las mayores especialistas en Spinoza. Fue una voz notable en las luchas por la redemocratización.

16 Elizabeth Souza Lobo murió trágicamente en un accidente de auto mientras realizaba campaña para el PT en 1991.

17 El devenir sobre los debates que generó la ley de cupos y las consecuencias de su implementación pueden seguirse en Archenti y Tula, 2014 y en Marx, Borner y Caminotti, 2007.

18 Ver, especialmente, Nari, 2005. Marcela Nari murió también trágicamente en un accidente de auto en 2000.

19 Una obra señera de este período sobre prostitución se le debe a Guy (1994) y sobre feminismo en el Cono Sur a Asunción Lavrin (1995).

20 Resultados en la materia aparecieron en Lobato (2001, 2005 y 2007).

21 Nota de la editora: Presentado como ponencia en las VI Jornadas Interescuelas / Departamentales de Historia, Santa Rosa, La Pampa, 1997, este artículo se había convertido en referencia obligada de las investigaciones sobre historia de las mujeres, pero aún entrada la década del 2000 sólo se conseguía fotocopiando las actas en papel de aquellas Jornadas que estaban disponibles en pocos lugares. Se publicó, finalmente, en 2008. Ver Barrancos (2008).

22 Fue una empeñosa luchadora por los derechos de las mujeres, sobre todo el aborto, falleció en 2016.

23 Realizó importantes contribuciones a los derechos femeninos, falleció en 2008.

24 La historia del trámite de sanción debe ser hecha todavía y aportaré un dato. Estábamos en el recinto cuando una parte de los diputados Alianza-UCR fueron interpelados por el propio presidente Fernando de la Rúa. Hubo que dejar las bancas para una reunión improvisada y álgida porque se pedía modificación de algunos artículos. Nuestra reacción no pudo ser más airada, y felizmente, la mayoría decidió volver al recinto, arrastrando a los díscolos.

25 Una aproximación a este tema en Aczel y Pechin (2006).

26 Lohna Berkins desarrolló una labor destacadísima por los derechos de las personas trans y sostuvo un pensamiento original acerca de los procesos identitario, falleció el 5 de febrero de 2016.

27 Excede las posibilidades de citado de este artículo la frondosa producción en la materia, mencionaré, apenas algunos. Petracci y Pecheny, 2010; Pecheny, Fígari y Jones (2008); Blázquez (2014) y Barrancos, Guy y Valobra (2014).

28 Neidson Rodriguez fue un notable especialista en filosofía y educación de la UFMG, falleció en febrero de 2003.


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Fecha de recibido: 13 de diciembre de 2016
Fecha de aceptado: 1 de marzo de 2017
Fecha de publicado: 20 de marzo de 2017


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