Descentrada, vol. 4, nº 1, e098, marzo-agosto 2020. ISSN 2545-7284
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (CInIG)

Dossier Psicoanálisis y feminismos

Psicoanálisis y feminismos: hitos polémico-productivos de un vínculo ambivalente

Ariel Martínez

Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional de La Plata – CONICET - Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, Argentina

Luisina Bolla

Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional de La Plata – CONICET - Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, Argentina

Cita recomendada: Martínez, A. y Bolla, L. (2020). Psicoanálisis y feminismos: hitos polémico-productivos de un vínculo ambivalente. Descentrada, 4(1), e098. https://doi.org/10.24215/25457284e098

Resumen: Desde la primera mitad del siglo XX, comienzan a ensayarse diversos lazos entre psicoanálisis y feminismo. Las principales teóricas feministas se enfrentan con la necesidad de referir a Freud y esbozar críticas contundentes a la contribución falocéntrica de su pensamiento. Por su parte, otras intelectuales feministas destacan la complejidad y vastedad de la teoría psicoanalítica enfatizando, ya no los sesgos propios del horizonte histórico de la época de su surgimiento, sino la potencia de categorías que aportan claves para pensar al sujeto en su mayor complejidad posible. Considerando este territorio conceptual se exploran hitos para una delimitación cartográfica posible.

Palabras clave: Psicoanálisis, Feminismo, Género, Identidad, Sexualidad.

Psychoanalysis and feminisms: controversial and productive milestones of an ambivalent bond

Abstract: From the very constitution of the psychoanalytical framework during the first half of the twentieth century, different bonds between psychoanalysis and feminism begin to be tested. The main feminist theorists face the need to refer to Freud and delineate strong criticisms of the phallocentric contribution of his thinking. On the other hand, other feminist intellectuals highlight the complexity and vastness of psychoanalytic theory emphasizing, no longer the bias of the historical horizon of its emergence, but the potentiality of categories that provide clues to think the problem of the subject in its greatest possible complexity. Considering this conceptual territory, links and divergences are explored towards a possible cartographic delimitation.

Keywords: Psychoanalysis, Feminism, Gender, Identity, Sexuality.

1. Introducción

Los lazos entre psicoanálisis y feminismos, aunque polémicos y problemáticos muchas veces fructíferos, vienen ensayándose desde la primera mitad del siglo XX. Algunas psicoanalistas posfreudianas han mostrado tempranamente los desacuerdos con las referencias freudianas al falocentrismo. A partir de allí, las principales intelectuales que han dado espesor conceptual a la teoría feminista se han enfrentado con la necesidad de retornar a Freud y esbozar críticas contundentes a la contribución falocéntrica y sexista de su pensamiento. Sin embargo, otras tantas intelectuales feministas han destacado la complejidad y vastedad de la teoría psicoanalítica enfatizando, no los sesgos impresos por el horizonte histórico y epistemológico de la época de su surgimiento, sino la potencia de un conjunto de categorías que aportan claves para pensar al sujeto en su mayor complejidad posible. Allí es posible encontrar respuestas a preguntas tales como: ¿cuáles son los anudamientos entre Deseo y Poder?, ¿por qué los sujetos participan, muchas veces, activamente de su propia subordinación?, ¿cómo participa el orden social patriarcal en la articulación misma del sujeto psíquico?

Durante la década del ‘70 en Estados Unidos, motivadas por la búsqueda de estas claves explicativas, múltiples psicoanalistas han intentado transversalizar el corpus psicoanalítico con la potencia heurística de la reciente y prometedora emergencia de la categoría de género en el campo del feminismo. Otras han optado por pensar la situación “desigualada” de las mujeres apelando a un psicoanálisis que no abandona la idea de diferencia sexual y que rechaza el género por su no pertinencia con los axiomas fundamentales de la teoría. Incluso el psicoanálisis tiene su lugar en los debates contemporáneos suscitados en torno a los estudios queer. Pese al lugar que Michel Foucault le asigna en sus ideas, autoras como Judith Butler y Teresa de Lauretis, entre otras, rescatan críticamente aquellas nociones que permiten delimitar un sujeto discursivamente constituido, no solo en su dimensión sexo-genérica, sino en lo que respecta a las sexualidades. Sin dudas se trata de un panorama amplio y complejo. Intentaremos compartir algunas semblanzas posibles, a modo de hitos, que no pretenden agotar la complejidad del territorio sino trazar coordenadas cartográficas mínimas, amplificadas por las contribuciones del presente Dossier y, por supuesto, perfectibles en líneas futuras de trabajo.

2. Un siglo de vínculo transatlántico

Desde que, a inicios del siglo XX, Sigmund Freud articuló las bases conceptuales que se consolidaron progresivamente como la Teoría psicoanalítica, el mismo Freud, junto a otros miembros pertenecientes a la primera generación de esta corriente de pensamiento, manifestó profundos desacuerdos con feministas europeas que se hicieron explícitos durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, el vínculo sostenido entre feminismo y psicoanálisis surgió desde el campo mismo del psicoanálisis. A partir de los años ‘20, la mirada freudiana sobre la sexualidad femenina fue desacreditada por algunas analistas mujeres, entre las que se destacó Karen Horney. El foco principal de su crítica fue la idea freudiana de la envidia del pene, que desempeña un papel clave a la hora de determinar el destino de la niña. Freud evocó tres posibilidades:

“La primera lleva al universal extrañamiento respecto de la sexualidad. La mujercita, aterrorizada por la comparación con el varón, queda descontenta con su clítoris, renuncia a su quehacer fálico y, con él, a la sexualidad en general (…). La segunda línea, en porfiada autoafirmación, retiene la masculinidad amenazada (…). También este “complejo de masculinidad” de la mujer puede terminar en una elección de objeto homosexual manifiesta. Sólo un tercer desarrollo, que implica sin duda rodeos, desemboca en la final configuración femenina que toma al padre como objeto y así halla la forma femenina del complejo de Edipo” (1979 [1931], p. 231-232).

Las posibilidades se libran, entonces, entre la persistencia de un complejo de masculinidad, despliegue de una actitud femenina “normal”, o devenir una asceta.

Tanto Karen Horney (1970 [1926]) como Melanie Klein (1964 [1945]) afirmaron que las niñas son conscientes de sus propios genitales y sensaciones vaginales antes de descubrir la existencia de los genitales masculinos y, así, su “propia diferencia”. Melanie Klein señaló que “el análisis de niños pequeños no deja lugar a duda respecto al hecho de que la vagina está representada en el inconsciente del niño” (p. 341). En la misma línea, Karen Horney no dudó en afirmar que las niñas tienen sensaciones vaginales orgánicas en fases tempranas de su desarrollo genital. La vagina al igual que el clítoris debe desempeñar un papel en la constitución genital infantil temprana de las mujeres.

Resulta de particular interés la interpretación de la envidia del pene que ofrece Karen Horney, entendida como la envidia del estatus social masculino, es decir, como la envidia del falo simbólico, no del pene anatómico. Aunque sin autodenominarse de ese modo, Horney podría ser considerada como feminista, pues suscitó grandes discusiones y profundos debates, proporcionando a la primera generación de pensadoras feministas no provenientes del campo del psicoanálisis un punto de acceso clave: el psicoanálisis no es, de ningún modo, un monolito, sino que conviven en él vertientes que se contraponen en sus consideraciones sobre “la psicología femenina”. Horney (1970 [1926]) ha señalado que “toda nuestra civilización es una civilización masculina (…) esta es la razón de que (…) los logros inadecuados sean llamados despreciativamente ‘femeninos’” (p. 58). Desde tal posicionamiento, la autora entiende la envidia del pene como “el sentimiento que experimenta la mujer de estar socialmente en desventaja” (p. 64).

Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, el carácter anti-freudiano presente en El carácter femenino (1951 [1946]) de Viola Klein y en El segundo sexo (2007 [1949]) de Simone de Beauvoir, amplificó de forma cabal los vínculos entre psicoanálisis y feminismo. A pesar de sus fuertes críticas, Beauvoir adjudicó al psicoanálisis la potencia conceptual para poder pensar el cuerpo en términos afines al fenomenológico “cuerpo vivido” y no como un mero existente biológico. Esto alimentó su idea respecto a que la mujer no se encuentra definida por la naturaleza. También se vincula con el psicoanálisis para elaborar una descripción de la infancia y de la vida emocional de la mujer dentro de su situación de subordinación.

Es cierto, Beauvoir denuncia que la sexualidad de la mujer tal como es caracterizada por Freud resulta de una adaptación al relato del desarrollo libidinal del hombre. Pero, en última instancia, las críticas de Beauvoir a la explicación freudiana sobre la sexualidad femenina constituyen un rechazo al determinismo y al universalismo de la teoría psicoanalítica (Martínez, 2017). Partiendo de su convicción respecto de que una mujer tiene la posibilidad de escoger entre la afirmación de su trascendencia y su alienación, Beauvoir sostiene, finalmente, que el psicoanálisis, por su fuerte determinismo, sólo puede ofrecer formas de existencia inauténticas. Advierte que “a Freud no le preocupó mucho el destino de la mujer; está claro que “calcó su descripción de la del destino masculino, algunos de cuyos rasgos se limitó a modificar” (2007 [1949], p. 44). Beauvoir entiende la mirada freudiana como una ocasión más en la que

“se nos muestra a la mujer solicitada entre dos modos de enajenación; es del todo evidente que jugar a ser un hombre será para ella una fuente de fracaso; pero jugar a ser una mujer es también un cebo: ser mujer sería ser el objeto, el Otro; y el Otro permanece sujeto en la entraña de su dimisión” (Beauvoir, 1977 [1949], p. 75).

Beauvoir detecta en el psicoanálisis una ausencia de cuestionamiento respecto de la familia como institución. Ella consideró el matrimonio como la antítesis de la liberación y pensó que ninguna mujer casada, mucho menos madre, podría cumplir el programa igualitarista articulado en El segundo sexo. Incluso afirmó que las mujeres necesitan ser liberadas de los niños y de la maternidad, que consideraba las mayores desventajas.

Sea como fuere, la proliferación de consideraciones es, al decir de Silvia Bleichmar (2010), “extramuros” respecto del psicoanálisis, rasgo que contribuyó a imprimir coordenadas específicas que se extienden hasta los años ´70. Se trata de un franco rechazo del psicoanálisis que se profundiza en el contexto norteamericano con la publicación de La mística de la femineidad (1974 [1963]) de Betty Friedan. Este estilo se vuelve paroxístico iniciada la década de 1970 con la aparición de Política sexual (1995 [1970]) de Kate Millett y La dialéctica del sexo (1976 [1970]) de Shulamith Firestone, por nombrar sólo algunas.

El rechazo al psicoanálisis no sólo se justificó mediante una apelación al falocentrismo de Freud –crítica ampliamente realizada durante la primera mitad del siglo XX por psicoanalistas como Melanie Klein (1964 [1945]) y Ernest Jones (1966 [1927])– sino que también denunció el sexismo y la misoginia. El enunciado freudiano “la anatomía es el destino” (Freud, 1979 [1924], p. 185) fue utilizado para señalar el carácter simplista de sus conocimientos anclados en una biología prescriptiva de la sexualidad femenina. Por ello, tempranamente, el feminismo exigió una toma de posición respecto al psicoanálisis que no dudara en desacreditar el mito y los prejuicios en torno del orgasmo vaginal. Por otra parte, la conocida expresión beauvoiriana “No se nace mujer: se llega a serlo” (2007 [1949], p. 207) contribuyó al espíritu feminista de época preocupado por argumentar, contra el dictum freudiano, que la anatomía no es el destino.

La crítica hacia el psicoanálisis promulgada por el feminismo estadounidense de principios de los ’70 tiene su sello particular. Coexistió con una apropiación estratégica de ciertas zonas de la teoría psicoanalítica capaces de explicar el sexismo, a la luz de un prisma político que contempló el lugar de las estructuras sociales en la jerarquización de los sexos. Con ecos freudianos, Kate Millett sugirió que los hombres que degradan a las mujeres libran una batalla interna contra su propia homosexualidad. Ello delineó una psicología de la masculinidad articulada desde Freud. Incluso posteriormente, en el medio local, contribuyó a concebir la salud mental de las mujeres vinculada con coordenadas sociales, no intrapsíquicas (Burin, 1987; Burin, Moncarz y Velázquez, 1990). Como tal, fue tratada como un signo de protesta (Dio Bleichmar, 1997 [1985]), es decir, como un arma para la batalla contra la miseria masculina integrada en las instituciones sociales.

En consonancia con Beauvoir, Kate Millett leyó a Freud como el teórico que racionalizó de forma más poderosa a la familia nuclear y el lugar subordinado de madres e hijas en esa familia. Ella vio en Freud la principal fuerza que integraba una enorme reacción conservadora contra los intentos progresistas de principios del siglo XX de instituir formas de vida más comunitarias. Para ella, Freud representaba

“la mayor fuerza contrarrevolucionaria de la ideología que sustenta la política sexual (...). Aun cuando suele considerársele el portavoz de la liberación sexual y uno de los principales responsables de la mitigación de las inhibiciones sexuales y del puritanismo inveterado, tanto su obra como la de sus seguidores y, más aún, la de sus divulgadores, racionalizaron la denigrante relación que existía entre los sexos, ratificaron los papeles tradicionales y validaron las diferencias temperamentales” (Millett, 1995 [1970], p. 319).

Millett y muchas feministas de principios de los años setenta, principalmente Shulamith Firestone, reflexionaron sobre las tecnologías reproductivas que eventualmente podrían liberar a las mujeres de la maternidad sin detener la especie:

“Las mujeres no tienen ninguna obligación reproductiva concreta para con la especie. Si se muestran definitivamente reacias, será necesario desarrollar a toda prisa los métodos artificiales o, en caso extremo, proporcionar compensaciones satisfactorias (…) que hagan que la gestación merezca la pena” (Firestone, 1976 [1970], p. 291).

Desde esta mirada, el objetivo clave es liberar a la mujer de “la tiranía de su biología reproductiva” (Firestone, 1976 [1970], p. 297). Firestone imagina que a futuro “la reproducción es una función que podría ser asumida por la tecnología” (p. 297).

Por otra parte, es preciso mencionar que el combate contra el patriarcado también mostró, de manera subyacente, que las construcciones patriarcales de la feminidad no cedían fácilmente. Así surgió paulatinamente la idea de que el psicoanálisis, con su énfasis en los factores psíquicos en la formación de la identidad, podría ser de más ayuda que el marxismo o cualquier teoría anclada en la idea de “socialización” para comprender cuán recalcitrante y profundamente se construye el género subjetivo (Millet cita a John Money y su concepto, aún sin el protagonismo que luego ganaría, de género).

En Gran Bretaña el rechazo feminista de Freud no fue radical. El biologicismo freudiano fue descartado, aunque este gesto de rechazo convivió con una apropiación de los escritos socio-antropológicos de Freud, en un intento de comprender la historia de la desigualdad sexual. Juliet Mitchell, por ejemplo, leyó la obra de Freud como un diagnóstico de la sociedad patriarcal. El feminismo británico, sensible al marxismo, comenzó a apelar a Freud en la década de 1960. Si el feminismo norteamericano se refirió ampliamente a la idea de socialización y a la politización de lo privado, las feministas británicas ofrecieron análisis sistemáticos anclados en un materialismo que, incluso, conoció lecturas singulares de Louis Althusser (Barret y McIntosh, 1979). Retomando los desarrollos althusserianos sobre el concepto de ideología, diversas feministas de la izquierda británica se dedicaron a indagar cómo se crea materialmente la categoría ideológica de mujer.

Los intentos de articular marxismo y psicoanálisis que tuvieron lugar en el campo del feminismo angloamericano contrastaron con lo que ocurrió, por la misma época, en el contexto francés. Las corrientes materialistas francesas, en una línea de inspiración marxista sumamente heterodoxa, tendieron a rechazar la teoría psicoanalítica –como se ve en los casos de Monique Wittig (1980) y de Christine Delphy (1975 [2013]; 1982 [2013]). Mientras que Delphy se opuso a los intentos de articular feminismo y psicoanálisis –polemizando en particular con las feministas marxistas británicas como Mitchell, Barrett y McIntosh–, Monique Wittig elaboró una crítica del psicoanálisis lacaniano. En efecto, en su célebre ensayo “El pensamiento straight” encontramos un cuestionamiento general de los discursos estructuralistas de la época, entre ellos, el lacaniano. En su afán por hallar unas pocas invariantes y categorías simbólicas, estos discursos descuidaban las relaciones históricas concretas que producían tales categorías. “Para mí, no hay dudas de que Lacan encontró en ‘el inconsciente’ las estructuras que dice haber encontrado, porque las puso allí de antemano” (Wittig, 1980, p. 47. Traducción propia). De este modo coincide con el diagnóstico de Simone de Beauvoir, para quien “El psicoanálisis no podría encontrar su verdad más que en el contexto histórico” (Beauvoir, 2007 [1949], p. 52).

Wittig se interrogó (en clave materialista) sobre las condiciones de producción y sobre la validez del discurso psicoanalítico. En líneas generales, Wittig consideró al psicoanálisis lacaniano como una herramienta de opresión, parte integrante del pensamiento straight. Recordemos que la “ideología [straight] se basa en la afirmación arbitraria y jamás demostrada de la existencia de una ‘diferencia sexual’ absoluta e irreductible entre dos y solamente dos sexos que existirían naturalmente” (Falquet, 2017, p. 6). En la base del pensamiento straight, entonces, encontramos según Wittig la heteronormatividad, que instala la homosexualidad como lo “Otro” de la heterosexualidad y del orden social que funda.

Estos supuestos parecen verificarse en el caso del psicoanálisis ya que, según Wittig, se asume que el inconsciente es heterosexual y se piensa la diferencia sexual como un dato natural (Wittig, 1980). Por el contrario, desde la óptica wittigiana, fiel al marco teórico feminista materialista, la diferencia sexual es un proceso eminentemente social que produce dos clases antagónicas: varones y mujeres, en sentido político, anti-biológico. Lejos de ser un dato natural, la diferencia sexual constituye una clave que permite entender la opresión entre sexos y, como tal, se apunta a la disolución de la misma.

A estos cuestionamientos teóricos se le suma una denuncia de carácter político: “En la medida en que ‘hablan’ por los oprimidos/as, los discursos hegemónicos (en particular, el psicoanálisis) totalizan la verdad acerca de la sexualidad, convirtiéndola en un saber de expertos” (Wittig, 1980, p. 48). Es por ello que Wittig se refiere al “cruel contrato” psicoanalítico que “obliga a un ser humano a hacer alarde de su miseria ante el opresor, el responsable directo de ella y quien lo explota económica, política e ideológicamente, reduciéndolo a unas pocas figuras del discurso” (Wittig, 1980, p. 47).

Tal es así que, en el caso de Francia, los debates tendieron a diversificarse y radicalizarse, derivando finalmente en una dicotomía: feminismo o psicoanálisis (tal como muestra el artículo de Laurie Laufer publicado en este Dossier). Mientras que las corrientes materialistas se inclinaron por la primera opción, otra parte del movimiento optó por el psicoanálisis. Así, durante el resonante 1968, se articuló el grupo de mujeres Psychoanalyse et Politique en torno a la figura de Antoinette Fouque. A diferencia de las materialistas, que cuestionaron la categoría de “diferencia sexual” y bregaron por su abolición, el grupo “Psicoanálisis y Política” (Psychépo) adquirió una fisonomía claramente diferencialista, donde “lo femenino” constituyó un sitio de reivindicación.

En el interior de ese grupo tuvo lugar el intento de establecer un diálogo con el psicoanálisis, complicado aliado del marxismo. Pero ya no se trató del psicoanálisis freudiano, sino del propuesto por Jacques Lacan. Fue un psicoanálisis atractivo en su condición de proscrito con respecto al freudismo oficial en Francia. Entre algunos pliegues de sus ideas, Lacan ofreció herramientas para entender la forma en que la opresión de las mujeres se estructura en el lenguaje. La conocida frase de Lacan: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” (Lacan, 1987 [1973], p. 28) permitiría explicar la forma en que se sostienen la construcción patriarcal de la feminidad y, por lo tanto, la opresión y sus materializaciones tan estudiadas por las feministas británicas. Sin embargo, las teóricas de Psychépo acabaron distanciándose del feminismo, designación que rechazaron por entender que el “igualitarismo” feminista obliteraba una fundamental diferencia de sexos (Collin, 2017, p. 31).

3. Feminidad primaria y lo preedípico

A pesar de sus diferencias geopolíticas, todos los feminismos señalados coincidieron en el rechazo de la narrativa freudiana en torno a la sexualidad femenina. En algunos casos, este movimiento de rechazo desembocó en un abandono más amplio que involucró la teoría de las pulsiones, tal como Freud la había conceptualizado, sin dudas mal entendida en términos de instintos o impulsos y, por ello, tomada como un postulado biológico. Un ejemplo de una biologización espuria de la teoría de las pulsiones de Freud podemos encontrarlo en La sexualidad de la mujer (1972 [1967]) de Marie Bonaparte:

“A pesar de la reducida dimensión del óvulo de la mujer, podemos admitir que el elemento femenino (…) ha quedado impregnado de (…) ‘vitelinismo’. Pero puede afirmarse que, en la mujer, dicho ‘vitelinismo’ aparece en todo su organismo y no únicamente en una parte (…) El ‘vitelinismo’ del huevo de los pájaros reaparece en el carácter ‘nutritivo’ de la mujer, repartido (…) en toda la función del ser femenino. Por otra parte, el cuerpo de la mujer presenta, mucho más a menudo que el cuerpo del hombre, una redondez, una infiltración –que cubre sus músculos más débiles, menos adecuados al movimiento– de tejido adiposo, testimonio somático de su ‘vitelinismo’. También el psiquismo entero de la mujer parece a menudo totalmente impregnado de ese ‘vitelinismo’, de esta relativa inercia dinámica que es uno de los rasgos esenciales de todo lo que, en la Naturaleza, es femenino” (p. 78).

Muchas discípulas de Freud –entre ellas, Helène Deutsch (1966 [1925]), Jeanne Lampl de Groot (1967 [1933]), Ruth Mack Brunswick (1981 [1940]) y Marie Bonaparte (1972 [1967])– defendieron la idea de que las niñas pasan por una etapa en su desarrollo en las que son un “varoncito”, conocida como “complejo de Edipo negativo”. Desde esta perspectiva, la “feminidad normal” –supuestamente alineada con las características anatómicas femeninas, la actitud sexual femenina y la elección predominantemente heterosexual de objetos– solo se alcanza gradualmente. Por el contrario, las feministas que adoptaron el punto de mira psicoanalítico atacaron la posibilidad de que exista una vía de desarrollo “normal”. Lo cierto es que el mismo Freud (1979 [1920b]) reconoció que no hay relaciones necesarias o biológicamente predeterminadas entre los vectores que se entrecruzan a la hora de conformar lo que hoy podríamos entender como identidades sexo-genéricas. Cabe señalar que la vastedad del pensamiento freudiano radica, justamente, en la convivencia de múltiples vertientes, muchas veces paradojales y contrapuestas. Los sesgos normativos de Freud son claros cuando sugiere una feminidad “normal”, que incluso vincula con placeres genitales y funciones reproductivas. Pero también existe en su propio pensamiento un aspecto radical a la hora de pensar la sexualidad ligada al concepto de pulsión. Tales tensiones e, incluso, contradicciones, suelen ser características de aquellos discursos que rompen con las teorizaciones vigentes en su época y que habilitan nuevas regiones de pensamiento, muchas veces, sin contar con los conceptos y herramientas teóricas para reflexionar sobre las mismas –tal como mostró, en su contexto, Althusser (2010 [1964]). Todo parece indicar que la ausencia de marcos epistémicos en la época, no hizo justicia a la complejidad psicoanalítica, alimentada al calor del carácter ambivalente y fragmentario (Flax, 1995 [1990]) de la obra freudiana.

Lo cierto es que, en ausencia de epistemologías del “entre”, el retorno a Freud se llevó a cabo en términos de reacciones polarizadas. En tal sentido, suscitó reacciones de interés o de rechazo –aunque siempre uno de los polos permanecía contaminado por su opuesto. En el caso de Estados Unidos, por ejemplo, las publicaciones sobre psicología femenina en revistas psicoanalíticas aumentaron dramáticamente a fines de la década de 1970. A falta de una lectura sintomática, tendieron a reflejar esta lógica del versus, incapaz de lidiar con las contradicciones del discurso freudiano. Sorpresivamente, comenzaron a revisarse con interés aquellos debates circulantes en la década de 1920. Incluso, en el contexto francés de la década de los ‘60, un grupo de psicoanalistas liderado por Janine Chasseguet-Smirgel asumieron un retorno al debate silenciado en torno a la sexualidad femenina conocido como recherches psychanalytiques nouvelles sexualité féminine (Chasseguet-Smirgel, 1977 [1964]).

Sin embargo, el protagonismo de Estados Unidos se vuelve palpable desde finales de los ‘60, cuando comenzó a cobrar fuerza la tesis que afirmaba la existencia de una “feminidad primaria”. Este aporte desacreditó el falocentrismo freudiano que promulgaba una masculinidad primaria en el desarrollo de la sexualidad humana, pues daba a las niñas una identidad propia, no organizada en relación con la anatomía socialmente significada como masculina. Al recobrar esta feminidad, estos feminismos de corte diferencialista tuvieron que lidiar con la amenaza del biologicismo. En muchos casos, ello implicó contradecir el postulado de la construcción social de la feminidad. Esta idea de feminidad primaria parece contestar la idea de una masculinidad primaria –demasiado anudada a lo anatómico– con los mismos recursos epistemológicos que alimentaban la vertiente más reaccionaria de Freud. Por lo tanto, propiciaron un anudamiento entre aspectos biológicos y psíquicos que inclinaría a las mujeres hacia la feminidad, normativamente vinculada con la heterosexualidad y la maternidad.

A partir de mediados de los años ‘70, el rechazo del psicoanálisis dentro del campo del feminismo estadounidense comenzó a perder contundencia. Otro tipo de diálogo entre feminismo y psicoanálisis comenzó a entablarse a partir de la publicación de Psicoanálisis y feminismo (1982 [1974]) de Juliet Mitchell, El tráfico en las mujeres (1986 [1975]) de Gayle Rubin y El ejercicio de la maternidad (1984 [1978]) de Nancy Chodorow. Esta última pensadora, junto con un conjunto de feministas adeptas al psicoanálisis de las relaciones objetales, influyeron fuertemente en el ámbito norteamericano hacia finales de los años ’70. Aunque con menos impacto, Juliet Mitchell reconoció en la influencia lacaniana una continuidad del énfasis que ella y otras teóricas británicas de izquierda habían establecido a través de Althusser. Mitchell señaló que las mujeres no existían más allá de las diferentes estructuras sociales y económicas en las que eran creadas, por lo tanto no existe una categoría esencial “mujeres”.

El giro estadounidense hacia el psicoanálisis de las relaciones de objeto se diferenció del interés que el feminismo británico estableció con las construcciones ideológicas de la feminidad. Si las feministas estadounidenses afirmaban que los “objetos” de una niña constituyen una matriz relacional en la que se configura su identidad, desde la perspectiva lacaniana, una propuesta tendiente a modificar las prácticas de crianza como intervención política resonaba ingenuamente estadounidense. Mediante la estructura del lenguaje, Lacan revitalizaba una idea de inconsciente entendida como aquel lugar de reproducción social y, al mismo tiempo, de toda posibilidad revolucionaria.

Sin embargo, esta diferencia transatlántica en el mundo anglosajón fue menos dramática del modo en que se suele historizar. Todas las feministas de la época acordaban en que el epicentro de la construcción de la feminidad se localizaba en el período preedípico. Este interés por los momentos tempranos del desarrollo condujo a las norteamericanas a un interés por las ideas de Margaret Mahler sobre la separación y la individuación (Mahler, Pine y Bergman, 1977 [1975]); también por el trabajo de Melanie Klein sobre las posiciones esquizo-paranoide y depresiva transcurridas inauguralmente antes de los dos años (Segal, 2003 [1964]). El período preedípico contenía la posibilidad de redimir los sentidos misóginos que el Edipo freudiano instalaba hegemónicamente. El feminismo psicoanalítico construyó el período preedípico como el momento previo a la consolidación de los roles de género, cuando aún una niña no se enfrentaba a la violencia normativa de suprimir su lazo identificatorio y erótico primario con otra mujer, su madre. En palabras de Jessica Benjamin (1996 (1988]): “Partiendo de la perspectiva psicoanalítica feminista sobre el desarrollo temprano de los géneros, hemos revalorizado la significación de la experiencia preedípica” (p. 153). Señala que “este pasaje de lo edípico a lo preedípico (del padre a la madre) ha modificado todo el marco del pensamiento psicoanalítico” (p. 23). Ese momento puede considerarse como previo al ingreso en lo simbólico, por tomar el modo en que la cuestión circulaba en las aproximaciones que el feminismo realizaba bajo las claves lacanianas. Autoras como Jessica Benjamin ubican en aquel momento del desarrollo un vínculo con la madre previo a la terceridad simbólica, regulado por una suerte de terceridad energética. En tal sentido, se aproximan a lo que Julia Kristeva ha denominado como dimensión semiótica, un tipo de regulación que excede el dictum de lo simbólico paterno y que bien podría ser concebido como terceridad semiótica (Martínez, 2019). En suma, el feminismo psicoanalítico invirtió muchos recursos argumentativos en construir una niña preedípica y, en tanto tal, prepatriarcal.

Casi con resonancias recapitulacionistas como las que Freud explicita en obras como Tótem y Tabú (1979 [1913]), lo preedípico en la vida individual parecía reescenificar un período prepatriarcal en el decurso de la especie. Aunque este matriarcado sugería un profundo énfasis en el vínculo femenino, no se anclaba en una experimentación sexual no barrada por la represión –como en las ideas de Wilhelm Reich (1965 [1933]) o Herbert Marcuse (1968 [1955]). Como ya hemos sugerido, la sexualidad no fue puesta en el centro de atención teórica, puesto que suscitó la amenaza del retorno de un costado biologicista, mal digerido, del pensamiento de Freud. En Estados Unidos la matriz conceptual del psicoanálisis de las relaciones objetales contribuyó a generar una aproximación al período preedípico sin considerar aspectos pulsionales.

En Francia, diversas intelectuales encuentran en Lacan referencias a la pulsión, aunque no exactamente en la versión freudiana. Las psicoanalistas francesas de cuño lacaniano refieren al goce femenino. Tal vez la ausencia de una explicación construccionista en Freud que refiriera francamente al lenguaje condujo a clausurar sus ideas bajo el mote de biologicismo, motivo por el cual estas intelectuales –preocupadas por teorizar lo “femenino”– se desinteresaron por la vertiente libidinal del psicoanálisis. Sin embargo, algunos ensayos como La risa de la Medusa (1995 [1975]) de Hélène Cixous incluyen, de forma muy peculiar, la pulsionalidad –conectada con la idea de un impulso presente en el lenguaje, también resonante en Julia Kristeva (1984) y Luce Irigaray (2007 [1974]). A pesar de sus ambigüedades, los aportes del psicoanálisis en torno a “lo femenino” generaron sospechas o alertas de biologicismo y esencialismo.

Por otra parte, el objetivo de abolir la familia, tan caro al feminismo radical estadounidense, retrocedió frente a propuestas de cuño psicoanalítico. A fines de la década de 1970 comienza a tomar fuerza la posibilidad de reformar la familia. Ya no se promovía la abolición de esta institución, o el separatismo, sino una lucha por consolidar familias en las que las madres no fueran oprimidas y las hijas no nacieran en ámbitos teñidos por esta opresión. Muchas feministas se centraron más en aspectos vinculares que en reformas políticas o legales. De las apropiaciones teóricas orientadas a las “relaciones de objeto” como las de Dorothy Dinnerstein (1976), Nancy Chodorow (1984 [1978]) y Jessica Benjamin (2017 [1980]) surgió la idea conocida como “crianza compartida”. En una familia en que tanto la madre como el padre compartieran la crianza, una niña podría mantener el vínculo con su madre, sin sacrificar su primer objeto de amor y base para futuras amistades femeninas, mientras logra la autonomía y la separación que antes sólo conocían los niños a partir de la desidentificación con la madre (Greenson, 1995 [1968]).

Es preciso señalar que, a diferencia de las feministas europeas que acuden al psicoanálisis, el feminismo psicoanalítico norteamericano de finales de los años ‘70, cuya representante más notable es Nancy Chodorow, incorpora el concepto de género en sus teorizaciones. Aquel concepto importado del ámbito médico fue utilizado estratégicamente para dar cuenta de la forma en que la feminidad no se encontraba determinada por la biología del cuerpo; más bien era el resultado de una construcción que también involucraba un fuerte aspecto subjetivo intrapsíquico. El concepto de género, entendido como aquellos significados socio-históricos que se inscriben diferencialmente sobre el sexo, fue una vía relevante que permitió al feminismo introducir la dimensión política e histórica dentro de la teoría psicoanalítica –demasiado concentrada en determinantes biográficos e individuales (Martínez, 2018). Así, la noción misma de género obligaba a pensar un sujeto psíquico articulado en función de una estructura social: el patriarcado. El impacto de la categoría de género en los conceptos nodales del psicoanálisis ha suscitado múltiples debates acerca de su pertinencia, o no, para este campo teórico-profesional. Mientras algunas pensadoras se empeñan en denunciar al género como una fuente de sociologización de lo propiamente psi (Tubert, 2003), otras se aferran a las ventajas de pensar la subjetividad estrechamente ligada al ámbito social (Dio Bleichmar, 1997; Meler, 2012), de tal forma que no debiéramos empeñarnos en buscar resquicios de la vida psíquica que no estén teñidos por los arreglos de poder sexo-generizados.

El modo en que el feminismo introdujo el concepto de género en el campo del psicoanálisis promovió su apertura hacia dimensiones políticas y sociales. Sin embargo, el género tuvo otras inserciones en el campo del psicoanálisis norteamericano que no reconocieron la forma en que dicho concepto se entramó con el campo del feminismo. La feminidad primaria, por ejemplo, se configuró a partir de una identificación temprana, feminizante, que toma como modelo o referencia a quien está a cargo de la crianza: la madre. Robert Stoller (1976) introduce el concepto de género en el psicoanálisis norteamericano para poder dar forma al primer componente de su constructo teórico: la “identidad de género nuclear”, entendida como el conjunto de atributos que integran el sentido individual respecto de la masculinidad o feminidad. Constituye el más primitivo sentido, tanto consciente como inconsciente, de pertenecer a uno de los sexos y no al otro. En su trabajo con niños transexuales puso especial énfasis en la importancia de la presencia de un padre fuerte y viril capaz de fomentar en el niño actitudes masculinas. Esto permitiría la ruptura de los anudamientos simbióticos con la madre. Entonces, según Stoller, la importancia del lugar del padre no sólo radica en la ruptura del vínculo con la madre –quien participa en la simbiosis que gesta la transexualidad del niño– donde circula la identificación feminizante. También ofrece de un modelo para que el niño se identifique con los roles de género que corresponden a su sexo (Stoller, 1979).

4. La irrupción de múltiples ejes de poder y lo queer

Nuevamente, los gestos oscilan de modo polar entre aceptación y rechazo. Durante la década de 1980, la mayoría de las feministas rechazaron el psicoanálisis como parte de su reacción contra “la familia”. Pero también fueron cobrando mayor fuerza las protestas de mujeres negras, lesbianas y de sectores populares, para quienes el psicoanálisis no era tanto opresivo como irrelevante. Después de todo, estaba diseñado por y para las personas blancas, heterosexuales y de clase media, y no tenía, ni podía, decir nada por fuera de tales clivajes, excepto reproducir saberes maniqueos de sus “deficiencias” o “anormalidades”. Aquí se abre una novedad interesante que emerge desde los márgenes del feminismo. Pues para aquellas personas que entienden que sus experiencias, personales y sociales, se configuran en virtud de su opresión, las dimensiones del psicoanálisis que pueden resultar más importantes, útiles o reveladoras no son precisamente aquellas adjudicadas a un período preedípico, como señalaron en los años ´80 y ‘90 Kaja Silverman (1996) y Teresa de Lauretis (1991), entre tantas otras.

Las feministas preocupadas por la intersección de múltiples ejes de poder, tales como la raza, la clase, la sexualidad y el género, comenzaron a preocuparse por las condiciones múltiples y complejas que organizan la opresión. Bajo tal interés, irreductible a un único sistema de dominación, buscaron en el psicoanálisis matices que permitieran complejizar las motivaciones y mecanismos del racismo, el clasismo y el sexismo. Queda claro que, ante estas miradas, narrativas como la de un momento preedípico son irrelevantes. Incluso, tanto la narrativa de relaciones objetales como la narrativa lacaniana son historias que marcan una línea de desarrollo signada por un antes y un después, como se vuelve evidente en el propio concepto de lo “preedípico”. En efecto, el desarrollo psíquico, con fuertes compromisos con una concepción del tiempo moderna, lineal y progresiva sostuvo la ilusión de que existe un punto único y decisivo de no retorno sobre el cual se podría intervenir políticamente. Ello tuvo consecuencias en la a estrategia del feminismo, que inicialmente tendió a atacar un único punto, por ejemplo, transformando la estructura familiar o persiguiendo la posibilidad de un inconsciente “libre” como fuente de renovación cultural.

El supuesto no declarado se reduce a que, para minar y socavar al patriarcado, es preciso encontrar un punto de Arquímedes. Solo desde allí la historia del patriarcado se puede alterar. Pero el modo en que se ha apelado al psicoanálisis generó una imagen demasiado simple a la hora de dar cuenta de todas las influencias, de raza, clase, etc., que no se encuentran en un solo punto sin retorno. En tal sentido, solo de modo incipiente se ha criticado la narración del antes y el después como una especie de mito organizador, una versión de la historia, para que las transformaciones de nuestro orden social sean concebidas de modo mucho más complejo, con muchas coyunturas cruciales.

Ya entrados los años ‘90, la teoría queer apeló al psicoanálisis con la intención de tomar herramientas conceptuales sin la preocupación de conservar los axiomas fundamentales de dicha teoría. Judith Butler ha echado mano a concepciones temporales como la de resignificación, como estrategia política que permite pensar vínculos complejos con la idea de agencia. Su interés por el psicoanálisis tal vez se explique porque encuentra allí la posibilidad de pensar los mecanismos psíquicos del poder (Butler, 2001 [1997]), es decir, aquello que explica la emergencia del sujeto mediante un pliegue normativo capaz de producir la ficción virtualmente regulativa de una interioridad sustancial, de una identidad. Butler encuentra en la identificación un concepto potente, puesto que le permite enlazar la constitución subjetiva con el campo normativo que sostiene el carácter performativo que instala, en cada acto, al sujeto psíquico (Butler, 2007 [1990], 2008 [1993]).

Tal vez la vía de acceso al psicoanálisis que encuentra Butler es el feminismo psicoanalítico norteamericano, lo que explicaría la fuerte pregnancia de su apelación al concepto de identificación. Judith Butler ha tenido, al igual que las feministas que la precedieron, suspicacias con la franca adopción de la potencia intrínseca a la teoría pulsional freudiana. Tal vez se deba a que su fuerte postura construccionista social de corte posfundacionalista (Butler, 1992), subsidiaria del giro lingüístico, la lleva a sospechar del esencialismo que, desde su punto de mira, envuelve a cualquier sustrato pretendidamente extradiscursivo. Esta sospecha con, al menos, un costado del psicoanálisis –claramente heredada de la mirada foucaultiana (2008 [1976]) sobre el psicoanálisis– la aleja de otras formas contemporáneas en que la teoría queer discurre. Actualmente, el giro anti-social propone un regreso a lo pulsional, a la fantasía, al deseo, como sitios que señalan una ajenidad o alteridad radical donde los discursos, que soportan las estrategias normativas y el reparto de reconocimiento, encuentran su límite. Tal como señala Lorenzo Bernini (2015 [2013]), estos elementos anti-sociales se nutren del psicoanálisis y su origen podría situarse en Guy Hocquenghem (2009 [1972]), quien ha postulado la existencia de un deseo (homosexual) inarticulable a la lógica de las identidades, deseo que cae como resto de la maquinaria social y, al mismo tiempo, es capaz de subvertir el orden socio-sexual. En esta línea, fascinades con diferentes líneas del psicoanálisis, aunque específicamente con la negatividad asociada a la pulsión de muerte (Freud, 1979 [1920a]), encontramos a Leo Bersani (1995 [1987]), Lee Edelman (2014 [2004]), Jack Halberstam (2008) y Teresa de Lauretis (2008), entre tantes otres. También creemos posible la existencia de lazos de filiación teórica entre esta línea y Paul Preciado, pero inscribir a este pensador en este punto del mapa responde a criterios cuya construcción deben analizarse con mayor profundidad. Aún así estamos convencides de que existen elementos en esta dirección (Preciado, 2008; Campagnoli, 2018).

5. Claves cartográficas del presente Dossier

El cimbronazo del amanecer del psicoanálisis en los albores del siglo XX no ha sido en vano. Ha impactado en las matrices del pensamiento occidental moderno. Tanto los feminismos y los estudios interdisciplinarios reunidos en torno a la categoría de género, como las diversas aproximaciones al estudio de las sexualidades y las múltiples derivas de la teoría queer, han referenciado al psicoanálisis. Ya sea para oponerse a él, para utilizar aportes potentes capaces, incluso, de volverse en contra de los propios sesgos normativos, o para reconocer la radicalidad de su potencia disruptiva, el psicoanálisis parece dar cuenta del sujeto contemporáneo, sus contradicciones, sus paradojas, sus apegos apasionados al sometimiento y su capacidad de ir más allá de la norma.

Sin embargo, como toda teoría localizada en un cambio de época, la potencia crítica del psicoanálisis convive con el encriptamiento amenazante de la norma. Por ello es preciso continuar reflexionando, en claves teórico-políticas, en torno al campo de la subjetividad, del deseo, de las identidades y de los cuerpos. Con el interés de continuar desarrollando críticamente estos tópicos, hemos propuesto el presente Dossier, el cual reúne seis artículos que desde diferentes perspectivas y abordando distintos objetos, coinciden en líneas generales en cuanto a su búsqueda. En efecto, los seis trabajos nos permiten orientarnos, cual mapas, en el vasto espacio de pensamiento que surge a partir de los (des)encuentros entre el psicoanálisis y las teorías feministas y de género. En esta constelación, cada una de las autoras/es traza un recorrido propio, proponiendo claves de análisis generales y situadas que muestran los relieves y claroscuros de la región donde se intersectan y disputan psicoanálisis y feminismo.

Los dos primeros artículos buscan precisamente proporcionar coordenadas de análisis cartográficas. El artículo de Irene Meler que da inicio al Dossier, “Psicoanálisis y Género: debates actuales y nuevas construcciones subjetivas” analiza la intersección entre psicoanálisis y feminismo. Por momentos disonante o conflictivo, el diálogo entre ambas regiones habilita diversos recorridos y perspectivas que pueden equipararse a una verdadera Babel. Por ello, la autora propone un mapa conceptual que nos permite orientarnos en ese complejo terreno, examinando diferentes propuestas teóricas. Dentro de esa vasta cartografía, Meler recorta un eje de análisis central: el problema del cuerpo y la relación que se establece entre cuerpo, psiquismo y condición social de los sujetos. Sin dejar de señalar y examinar críticamente los sesgos androcéntricos, Meler considera que el psicoanálisis constituye el cuerpo teórico que ofrece mayor riqueza para los análisis sobre el psiquismo y los vínculos intersubjetivos. El recorrido culmina con una reflexión sobre el destino de los sistemas de géneros. Dialogando con las discusiones sobre la futura desaparición de las regulaciones de género, Meler examina los sujetos utópicos y la ambivalencia de las normas, distinguiendo los aspectos estructurantes o productivos de las regulaciones de género, de sus aspectos opresivos. Así, la autora ofrece una reflexión personal que –advierte– podría no ser definitiva, aunque permite vislumbrar su posicionamiento respecto de los debates más recientes en este campo.

El artículo “Estudos de gênero e psicanálise: diálogo possível” de Jacqueline Virmond Vieira y Mara Coelho de Souza Lago también se concentra en la intersección conceptual entre psicoanálisis y feminismos. Las autoras construyen una cartografía que complementa en cierto modo el mapa que nos ofrece el artículo anterior, al analizar los encuentros del psicoanálisis con tres teóricas feministas: Gayle Rubin, Judith Butler y la psicoanalista brasileña Marcia Arán. El objetivo que guía sus reflexiones es mostrar que existe un diálogo crítico y fructífero entre las teorías feministas y de género y el psicoanálisis freudo-lacaniano. Este último ofrece herramientas para pensar la constitución de subjetividades, los procesos de sujeción y la identificación de patrones de género que se muestran atractivos para las teóricas feministas. Sin embargo, la búsqueda de convergencias no oblitera los desencuentros, que Virmond Vieira y Souza Lago examinan crítica y detalladamente. De este modo, si los estudios feministas y de género se enriquecen con los aportes del psicoanálisis a la hora de pensar las subjetividades, las reflexiones críticas suscitadas por tales encuentros conducen, a su vez, a reformular el psicoanálisis.

Los dos artículos siguientes abordan la intersección objeto del Dossier desde una perspectiva historiográfica. El primero de ellos, “El estatuto de lo valorativo en psicoanálisis. Aproximaciones entre el psicoanálisis argentino y el feminismo (1983-1995)” de Mariela González Oddera reflexiona sobre el estatuto de la dimensión valorativa en el psicoanálisis. La autora analiza la recepción de los Estudios de la Mujer en la psicología y el psicoanálisis argentino, durante el período que transcurre entre el retorno de la democracia y mediados de los años 90. Tal período, sostiene, constituye el momento de institucionalización de la intersección entre psicoanálisis y feminismo. En este marco, se produce una reflexión crítica que muestra los sesgos ideológicos y sexistas de la empresa freudiana y que interpela al psicoanálisis desde la dimensión valorativa del conocimiento. Ello le permite a González Oddera destacar los aportes de las epistemologías feministas, mostrando que la producción de saberes disciplinares tiene lugar en contextos socio-históricos determinados y cargados de valores. En esta clave, González Oddera analiza el caso del psicoanálisis en nuestro país. Si en los años ‘70, el eje de las reflexiones se orienta a cuestionar el clasismo de la disciplina mediante diversas alianzas entre el marxismo y el psicoanálisis, durante la década del ‘80 la interpelación se realiza también desde el feminismo.

A continuación, la contribución de Omar Acha “Silvia Bleichmar y las paradojas psicoanalíticas de las masculinidades contemporáneas” propone una lectura de las elaboraciones de Bleichmar en relación con la historia conflictiva del nexo entre psicoanálisis y crítica del sistema de sexo-género. Para ello, Acha se concentra en lo que la teórica y psicoanalista argentina denominó el carácter paradojal de las masculinidades contemporáneas. Extendiendo creativamente el horizonte esbozado por Laplanche, Bleichmar plantea nuevas discusiones sobre los sexos, los géneros y las sexualidades. En este sentido, los desarrollos de Bleichmar muestran su compromiso por hacer que el psicoanálisis participe del horizonte político-intelectual del presente, desbordando el campo del psicoanálisis hacia lo que el autor denomina los “pasajes fronterizos del saber psicoanalítico para el pensamiento crítico de la sociedad”. Ello permite historizar los modos de existencia de las subjetividades en general y de las masculinidades, en particular, a la vez que ilumina ciertos aspectos universales a través del prisma del psicoanálisis. Sin embargo, como muestra el autor, las propias formulaciones de Bleichmar resultan por momentos inciertas, en particular, cuando atendemos a los claroscuros del “saber médico” que Acha examina en relación con el análisis bleichmariano de las masculinidades transexuales.

Prosiguiendo en tal dirección, el artículo “Feminismos y Psicoanálisis de orientación lacaniana. Apuntes para la producción de saberes hifenizados” de Dalia Virgilí Pino y Claudia Lazcano Vázquez propone una plataforma de diálogo entre los feminismos y el psicoanálisis de orientación lacaniana. Las autoras se interrogan por la posibilidad de una clínica que trascienda la patologización de las experiencias trans, cuestionando lo que ocurre con las intervenciones psiquiátricas y los tratamientos “correctivos”. En tal dirección, Virgilí Pino y Lazcano Vázquez cuestionan tanto la emisión de diagnósticos a priori como las formas de entender al sujeto, de abordarlo y de acoger su demanda. El concepto de “hyphenation” (unir con guiones, interseccionar teorías) permite a las autoras una clave de lectura en términos de “saberes híbridos”. Si el psicoanálisis lacaniano se caracterizó por integrar en su corpus aportes de la lingüística, la filosofía, la literatura y las matemáticas, las demandas de personas trans usuarias de servicios psi muestran que es necesario hifenizar este campo con los aportes de los feminismos y transfeminismos. Ello habilita alianzas en vistas a una clínica de la transexualidad, que sea capaz de crear nuevos campos de inteligibilidad desde la despatologización. Así las autoras proponen pautas para pensar una clínica psi que opere como un dispositivo crítico que, lejos de reforzar las normas de género, posea un carácter subversivo y disidente. Es decir, una clínica que no barre la posición de sujetos políticos ni desvalorice saberes otros frente al poder-saber médico-centrado, sino que potencie la capacidad de agenciamiento de los sujetos a nivel individual/colectivo.

Finalmente, en el último artículo del Dossier, “Le rire des féministes” (La risa de las feministas), Laurie Laufer introduce a les lectores en el panorama francés. Laufer examina los avatares que el encuentro (y desencuentro) entre feminismo y psicoanálisis allí experimenta. En octubre de 1968, en la estela del mayo francés, surge el Movimiento de Liberación de las Mujeres (MLF, por sus siglas en francés). En el seno del mismo, se delimitan dos grandes tendencias: una vertiente diferencialista, de impronta psicoanalítica, representada por Antoinette Fouque, y una vertiente materialista, que se define plenamente feminista y que entabla un vínculo sumamente polémico con el psicoanálisis, donde se destacan Monique Wittig y Christine Delphy. Estas dos tendencias poseen interpretaciones antagónicas sobre el discurso y la teoría psicoanalítica sobre “La Mujer”, “lo femenino” y “la sexualidad femenina”. El debate deriva finalmente en una dicotomía, psicoanálisis o feminismo, que Laufer analiza críticamente, proponiendo un camino alternativo en dirección a un psicoanálisis feminista.

Tal como se plasma en los recorridos presentados, es indudable la complejidad de los (des)anudamientos entre feminismos y psicoanálisis. Nuestro interés consiste en mostrar ciertos aspectos de la complejidad del terreno, sin pretender por ello agotar su extensión. También buscamos poner en relieve el carácter ambivalente –y por ello, productivo– de ambas regiones del pensamiento, que pulsan encuentros y desencuentros sin posibilidad de cancelación ni clausura. Las derivas son polifónicas e infinitas. Hasta aquí, sólo un fragmento.

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Recepción: 03 septiembre 2019

Aprobación: 21 noviembre 2019

Publicación: 06 marzo 2020

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