Descentrada, vol. 5, nº 1, e140, marzo-agosto 2021. ISSN 2545-7284
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (CInIG)

Entrevista

Asunción Lavrin: el trabajo del género, el trabajo de la historia

Claudia Montero

Universidad de Valparaíso, Chile
Adriana María Valobra

Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Cita recomendada: Montero, C. y Valobra, A. M. (2021). Asunción Lavrin: el trabajo del género, el trabajo de la historia. Descentrada, 5(1), e140. https://doi.org/10.24215/25457284e140

Estamos en el Lodge del OAK 1 en Carthage College, Kenosha (Wisconsin, Estados Unidos). Es 30 de julio de 2018, nos hemos reunido luego de la cena y disfrutamos de buena compañía y charla con varias colegas, con las cuales nos congregamos a propósito de la Escuela de Verano sobre el Sufragio Femenino en América, un proyecto coordinado por Stephanie Mitchell y Patricia Harms, y financiado por el National Endowerment for Humanities. En los primeros días en Carthage College, tenemos la oportunidad de consultar el Archivo que Asunción Lavrin donó a la Institución. Luego, la propia Lavrin, esa mujer inquieta y meticulosa historiadora nacida en La Habana (Cuba), en 1935, que todas hemos leído para nuestras investigaciones, se suma al grupo pues será una de las disertantes centrales. Lo que, en principio, es una charla entretenida con Lavrin, se convierte poco a poco en una entrevista.

Asunción, quien tenía un hermano varón, proviene de una familia donde el papá era empleado de la compañía de teléfono, y la mamá, ama de casa. Ambos apoyaron sus inquietudes de lectura y formación, aun cuando no había un ambiente intelectual en la familia. Estudió en la Universidad de La Habana y viajó a Estados Unidos para cursar su posgrado en 1960. Allí, conoció a quien, dos años después, sería su marido -un joven inglés a quien recuerda como abierto y con una gran vida intelectual- y de quien adoptó el apellido de origen esloveno. Juntos tuvieron dos hijos. Se instalaron en Berkeley, donde ella comenzó a escribir su tesis, publicada bajo el título de Brides of Christ. Conventual Life in Colonial Mexico (Stanford: Stanford University Press, 2008).1 Luego, abordó un nuevo objeto de estudio y abrió una cantera de investigación que, para América Latina, dejó uno de los estudios más visitados y que, aún hoy, ha sido imposible de reeditar por la envergadura que tuvo al abarcar los movimientos feministas de tres países del cono sur. Nos referimos a Women, Feminism and Social Change: Argentina, Chile and Uruguay, 1890-1940.2 Su obra es vasta y es imposible reducir en este acotado espacio un currículum que cuenta con más de 50 artículos en revistas académicas, 60 capítulos de libros y 6 libros y más proyectos en preparación. Ello le ha valido reconocimientos internacionales como la reciente obtención de la membresía en la Academia Mexicana de la Historia, la American Academy of Arts and Sciences (2019), American Historical Association Distinguished Scholarship Award (2015), vitalicia honoraria del Grupo de Estudios sobre la Mujer en España y las Américas (GEMELA) (2008), ganadora del Harold Eugene Davis Memorial Prize (1999) por Women Feminism and Social Change y la Mid-Atlantic Conference on Latin American Studies (MACLAS) por su artículo “Indian Brides of Christ: Creating New Spaces for Indigenous Women in New Spain”,3 así como el Thomas Mc Gann Prize (2009) por su libro Brides of Christ… y de la distinción del Comité Mexicano de Ciencias Históricas (2010) a la mejor reseña.4 En 2016, Rocky Mountain Council on Latin American Studies estableció el premio anual para la mejor investigación publicada sobre historia colonial latinoamericana y la denominó Bandelier-Lavrin Prize, en reconocimiento a que sus investigaciones fueron pioneras en la investigación históricas sobre el imperio hispanoamericano y, en el caso de Asunción, por su contribución a la reflexión sobre género en ese campo. Vale decir, y apenas si mencionamos algunos de esos reconocimientos a su aporte académico, nos encontramos con una de las más prestigiosas investigadoras en temas de mujeres y género.

Asunción es increíblemente memoriosa, graciosa y suele simular ser otro personaje mientras habla, introduciendo una veta histriónica a la charla. Así, pronto nos zambulle en una historia sobre cómo hizo aquel estudio que abrió puertas y que sigue siendo, al día de hoy, una obra de referencia obligada para quienes queremos conocer el pasado de los países del Cono sur (Women, Feminism and Social Change…). Comienza recordando que vino a América del Sur a mediados de los 80 para realizar su trabajo de campo con lo que entonces, por esos lares, resultaba ser un elemento exótico que llamaba la atención: una computadora.

A.L.: Yo quería estudiar el feminismo, no el sufragio, el feminismo como ideología, el feminismo que es el motor generador de todos los cambios, en mi opinión. Quería tres países donde hubiera un proceso, un proceso legislativo, una prensa que pudiera estudiarse el fenómeno sin irrupciones como en México que hubo una revolución, entonces no puedes ver cómo se maneja el feminismo y las ideas de cambio social con respecto a la mujer o la familia en un ambiente donde hay revolución. Tiene que ser un ambiente con clima político donde hubiera un proceso que se pudiera estudiar. Entonces, esos tres países [se refiere a Argentina, Uruguay y Chile] en los cuales hay un sistema de elecciones, más o menos bien aprobados desde los años 1900 a 1930, donde puedes leer las deliberaciones –es muy importante-, donde puedes leer una prensa obrera, una prensa conservadora, ¡¡donde hay una prensa…!! Donde hay elementos muy importantes intelectuales, donde hay en realidad intelectuales que están pensando el cambio social. No hay otro país en Sudamérica donde haya habido ese tipo de conjunción de cambio social que realmente se llevó a cabo (…). Por eso, elegí los países del cono sur.

A.V.: ¿Vos ya estabas en EEUU?

A.L.: Sí, yo llegué acá en los años 60. Estaba bien establecida. Para mí, estudiar el feminismo fue un cambio intelectual muy grande porque siempre había sido una colonialista, yo siempre había estudiado el período colonial. Lo que me interesó fue ¡salir del período colonial! Salir de ese período en que la mujer está suprimida y forzada por leyes, etcétera. Estudié la sexualidad, una forma de abrir nuevos campos. Llegó un momento en el que me dije: tengo que salir de este marasmo colonial, ver cómo ha cambiado, como han cambiado las mujeres, cómo cambió la mentalidad. Y la única forma salir del periodo colonial es estudiar el siglo XIX al XX, ese momento de cambio en 1890 a 1940, un periodo álgido. Y no en México, porque allí hubo un proceso revolucionario. Tengo que buscar países donde hubo un movimiento y una estabilidad política, que en muchos casos fue relativa, pero donde hay discusión parlamentaria, donde hay una prensa, donde hay mujeres que comienzan a hablar, a escribir y copiosamente. Yo me metí, nada de pensarlo, me metí de cabeza…

C.M.: ¿Y cuál era el ambiente de tus colegas que también estaban haciendo Historia de las Mujeres?

A.L.: Aquí, en los EEUU, había un ambiente muy bueno de renovación, estudios sobre la mujer, un ambiente fantástico… El ambiente era maravilloso porque era el momento de cambio.

C.M.: Y ese ambiente, ¿a ti te permitió discutir tus ideas, antes de armar el libro?

A.L.: No, realmente nadie conocía mucho sobre el asunto, no tenía para hablar con nadie, yo estaba abriendo campo.

A.V. Y allá, en Argentina, ¿te contactaste con historiadoras, historiadores?

A.L.: Sí, establecí una serie de conexiones con mujeres en los círculos de Historia de la Mujer que ya comenzaban en Hispanoamérica. Había una serie círculos de historia o círculos feministas, una serie de personalidades que están en los agradecimientos, lo tengo que buscar porque ese libro hace quince años que no me lo leo (risas). He tenido que volver a recordarme qué he escrito y me puse a leerlo este fin de semana y me dije: “Ay, Dios mío, este libro nadie se lo puede leer, es muy denso, tiene demasiada información”. Pero sí había una serie de estudios de la mujer que se estaban también cimentando. Pero sí había un ambiente propicio, abierto, de aceptación, de que eso sí se podía hacer. Me metí en las bibliotecas y empecé a buscar lo que había, y esas revistas que a lo mejor se han perdido, no tengo la menor idea, estaban ahí en la Biblioteca Nacional de Chile… (…).5 Yo buscaba en estas revistas la pauta que pudieran darme sobre el feminismo, salud, el sufragio. Había que escoger mucho, porque yo, con un tiempo muy limitado, y no vivo en Chile, voy allí por un mes. Entonces, había que seleccionar.

A.V.: Y cuando vos nos decías que te fuiste a Argentina, Uruguay, Chile, que dejaste al marido con los chicos, te conseguiste una beca, te pagaste todo vos…

A.L.: Yo tenía una beca de viaje de la Organization of American States, la primera vez. La segunda vez no era de beca, era a pulso, era simplemente por amor a la historia. Yo tenía mi apoyo económico, era profesora; mi marido, también. Hay una situación en la cual tu nivel económico social ayuda a la investigación, entonces, no es depender de una beca. Cuando fui a Salamanca, hace un par de semanas, eso me lo pagué yo. Para mí, la felicidad es sentarme a leer un dossier, un documento, pensar, aunque no lo publique, ¡Qué cosa más maravillosa es sentarse a leer un libro, un documento, pensar…! ¡Es lo único que vale en la vida… si cuesta dinero y lo tienes…!

Mi experiencia con esos archivos y estas señoras que logré entrevistar fue una apertura intelectual muy grande para mí. Pero yo tenía una idea de la misión: yo quiero hacer esto porque nadie lo va a hacer. Tengo la capacidad de estar en los EEUU, de tener un sueldo que me permite a mí viajar a esos países, de tener un marido que se puede quedar con los hijos en su casa y poder hacer esa labor, porque ni en Chile, Argentina y Uruguay hay la posibilidad, yo sé la problemática nacional de cada uno. ¿Y por qué elegí tres países? Porque la historia comparativa de los tres países es importante para probar que sí existieron esos movimientos, que sí existieron esas mujeres que pensaban y que escribían y que tenían esa ideología y que la pusieron a funcionar. Así que tenía como una idea de misión de hacer ese libro. Y salió un libro que parece un elefante. Pero fue una oportunidad de hacerlo desde un punto de vista comparativo, para eliminar esa idea de que esto pasó en México, pero no pudo haber pasado en Brasil. No. Hubo todo un movimiento realmente en todo Hispanoamérica, unos demoraron un poco más o llegaron más tarde, pero no me cabe duda ninguna de que en todos estos países las mujeres y los hombres, también –sobre todo en la Argentina donde hubo un apoyo tremendo y en Uruguay, por favor, ¡más todavía! — [hubo] un movimiento donde había una conciencia de dirección, de cambio, que no hubo en otros países, son países excepcionales. Y hay que probar para el mundo norteamericano, para el mundo europeo, que en Hispanoamérica existieron estos movimientos. Estamos tratando de establecer que Hispanoamérica no es un mundo marginal. Aquí, la mayor parte de las personas estudia los EEUU. No conocen nada, muy poco [de Hispanoamérica]… Lo que conocen es Europa para comparar el mundo occidental, pero ¿Hispanoamérica? Quizá esté mejor la situación ahora, no estoy segura, hace treinta, cuarenta años: ¿y qué pasó allá? Por eso había que escribirlo en inglés, para darlo a conocer en el mundo…

C.M.: ¿Y cuál fue el impacto? Porque en español fue un gran impacto el de tu libro.

A.L.: Primero, se publicó en inglés, demoró diez años en publicarse en español. Mira, yo, francamente, no puedo medir el impulso, salieron reseñas muy positivas. El libro se llevó un premio regional y se adoptó en una Universidad en Inglaterra como lectura para estudios de género porque no había nada. Además, era un libro realmente sólido, ahí están todas las fuentes.6

C.M.: ¿Cuánto tardaste en escribirlo?

A.L.: Salió en el ‘95, pero estaba listo en el ‘93. Aquí se demoran un par de años en la redacción, la publicación, hay que tener un índice, una bibliografía… Son muy meticulosos, se demoró un año y medio, dos…

C.M.: Habías empezado en el ’85.

A.L.: Sí, yo tuve que hacer dos viajes y luego, poner toda esa información. Es una montaña de información y ¡escribirlo en inglés! Traducir. [La traducción] La hizo la Sra. Bunge [de Chile]. Fue la primera vez que utilicé el correo electrónico.

***

A.L.: En los años 70, cuando se abre la situación y empieza a haber mujeres representantes de estudios… Yo no empecé con mujeres… Bueno, empecé con monjas. Son unas mujeres especiales (risas). Eran estudios institucionales. (…) Yo empecé con Historia de las Mujeres dentro de la religión porque me interesaba mucho la religión. Las mujeres en la religión tienen estatus propio, se pueden definir, es una célula social, se puede aprehender. Se puede uno meter con el estudio de las mujeres empezando por monjas, porque el resto de las mujeres estamos dispersas, hay clases, hay de todo… Entonces, estudiando un universo, el universo del convento, es una forma de entrar. Pero de ahí, cuando hice lo suficiente; publiqué un libro, no era la mujer como tal, sino la institución como tal, la institución de mujeres, y lo que predominaba en los años 70 eran los estudios económicos, la economía del convento, las relaciones con las élites. Y después de estudiar esto, digo, “¡Caramba! Hay otras cosas más interesantes”. Te metes en un campo de historia social. Había otros aspectos muy importantes en la historia de las mujeres. Es cuando se abrió la historia de las mujeres en los EEUU, en los años 70. Vamos a ver cómo se planteó esto en los EEUU. A mí me interesó la cosa de la sexualidad, por qué me estaban hablando las estadísticas de matrimonios y quiénes se casan con quién; y de esas estadísticas, cuántos niños nacen ilegítimos o naturales. Y si estás haciendo una historia de los matrimonios, cómo se explican estos niños, de dónde salieron. Había dos temas: comida o sexo. “¡Caramba! ¡El sexo es, probablemente, más interesante que la comida!” (risas). Food history o Sex history… “Sex”. Pones la palabra “sex” en un título y todo el mundo compra el libro.

A. V.: Estábamos hablando con una colega sobre mi recuerdo del impacto que me causó el título El sexo peligroso en el libro de Donna, el impacto de que estuviera así titulando un libro.7

A.L.: Desde luego sexo es una palabra como género. Género es un concepto más estilizado, más profundo. Me acuerdo que ese libro fue un libro de coordinación: la sexualidad y el matrimonio.8 Primero viene la sexualidad, después viene el matrimonio (risas). Fue un libro de apertura, no había ni hay todavía un modo de hablar de eso de una manera continental. Tenemos un problema en Hispanoamérica de que no podemos hablar de forma continental sin hacer una serie de generalizaciones que, a veces, lamentablemente, no nos permiten ver la realidad de cada país. Estamos entre la fragmentación y la generalización. Y en ese momento, aún más, ‘70… ¿ok? Solamente se puede abrir el tema tratando de acoger una serie de artículos que tratan ese tema. ¿Qué cosa es sexualidad? Era una problemática muy interesante en ese momento. Desde luego, hay que empezar desde el punto de vista teológico. Estamos hablando del período colonial, no estamos hablando de Freud. Hay que hablar sobre lo que te dicen los documentos. No estoy muy a favor de hacer teoría sobre el siglo XVII, XVIII porque, lamentablemente, la gente agarra ideas que son del siglo XX, XXI y las quieren meter dentro del siglo XVI. Hay que comenzar por la teología moral, luego vas a ver los casos de la inquisición, ver lo que es la teoría, qué es la teología moral y la práctica. Y hay un divorcio total entre lo que te está diciendo el cura y lo que estás haciendo cuando sales de la iglesia. Y lo que me interesa es, desde luego, lo que está haciendo la iglesia, pero hay que conectar… y este libro abrió un campo e incluyó artículos sobre Venezuela, México, Brasil, pero había que seguir nuevos caminos. Ahí dije, bueno, vamos a ver la cuestión más moderna. ¿Cómo sale la mujer de esta mentalidad, siglo XVIII? ¿Cuándo es el momento en el que hay un cambio entre lo que es este bagaje cultural católico colonial y la modernidad del siglo XX? ¿Cuándo, de pronto, se rompe ese bagaje de ideas y viene como una especie de oleaje a renovar las ideas? Y la forma, para mí, de encontrar ese cambio fue a través de la ideología del feminismo. Y no es que, simplemente, fuera a estudiar la ideología del feminismo. Hay un capítulo sobre obreras y trabajo, un capítulo sobre divorcio, la cuestión de sexualidad, de salud, higiene pública. Cuestiones que se están barajando en este momento, que son parte de ese proceso de cambio, que es un tremendo abanico de ideas, que es ese cambio que a mí me interesa ver en ese momento. Ya a partir de los años 50, todas estas ideas son parte del vocabulario social de las mujeres, de los hombres; y ya la problemática es diferente para los años 80, 90, porque esos cambios están asimilados. Entonces, hay una problemática diferente. ¿Cuáles son los resultados de todos esos cambios? Por ejemplo, el sufragio. Muy bien, se adquirió el sufragio y de qué nos ha servido el sufragio en Hispanoamérica. ¿Ha sido la mujer realmente beneficiada por el sufragio, ha sabido manejar el sufragio? ¿Hasta qué punto de vista las ideas de Alicia Moreau y todas esas mujeres que pensaban que el sufragio nos iba a hacer una sociedad diferente, una sociedad perfecta…? No perfecta, pero una sociedad progresiva, donde todos los problemas sociales se van a barajar por mujeres que tenemos una idea más virtuosa, más moral de cómo manejar estos problemas. En realidad, ha sido una especie de utopía.

A. V.: De alguna forma, parecería ser que la política termina absorbiendo otras lógicas que podían haber estado circulando antes de esa participación. Es contradictorio, no quiere decir necesariamente que las mujeres vayan a cambiar la política.

A.L.: Ellas pensaban que sí.

A. V.: ¿Y lo que sucede es que la política cambia a las mujeres o no? Es interesante pensar esto que vos estás preguntándote: ¿para qué lo queremos? Bueno, para lo mismo que lo quieren los varones y no importa para qué.

A.L.: Es más realista, es, simplemente, decir que las mujeres no tienen realmente una cosa especial, simplemente, se nos ha dado la palabra. No quiere decir que tengamos una línea directa con el creador ¿nosotras vamos a crear este mundo utópico? No, somos humanas, pero no nos van a silenciar, tenemos que tener nuestro lugar en la sociedad, equivocadas o no. Tenemos el mismo derecho a equivocarnos que los hombres. Esto es lo que se está consolidando. No vamos a salvar el mundo por ser mujeres, participamos en el mundo. Si el mundo se va a acabar mañana, vamos a acabarnos todos, pero no nos van a dejar afuera del proceso. Estamos equiparadas. Ese es el objetivo que se ha logrado. Equipararse. La idea de que las mujeres iban a cambiar el tono de la discusión o que iban a traer unas posibilidades para todos [no]…

A. V.: Un poco naif… ¿[Tal vez] no fue una convicción sino una estrategia para conseguir aquello que se estaba buscando…?

A.L.: Creo que sí fue una estrategia, pero para mí, [también] eran mujeres que tenían esa convicción. Si no hubieran tenido esa convicción, esa fe interior, no hubieran logrado hacer lo que hicieron durante tantos años y tener esa energía de día tras día ir a tocar la puerta, ir a hacer lo que hicieron de publicar periódicos. Una energía tremenda y solamente en base a una convicción que puede ser como una especie de fe, que no realmente religiosa, fe en sí mismas, fe en la causa, que sí va a triunfar y nosotras somos el medio, el instrumento. Creo que sí tenían esa convicción. Que quizás se fue perdiendo una vez que empezaron a votar y a participar en la vida política que, en realidad, no fue una ilusión de ellas, pero una ilusión que fue real. Nosotras podemos sentarnos y decir esto, realmente, fue una cuestión utópica o algo así, pero quien se mete a hacer una campaña política o religiosa tienen esa fe que no se puede negar…

A.V: ¿A qué edad o en qué época te asumís como feminista?

A.L.: Desde que tenía 13 años. Tenía una mente muy despierta, y leí Gabriela Mistral. Yo iba y me compraba mis libros con mi dinerito. Y, además, en el bachillerato, estudiabas estas cosas y las vas absorbiendo: 1950, año del Premio Nobel de Gabriela Mistral… y me pongo a leer a Gabriela Mistral, que ahora me resulta demasiado romántica, pero ese fue un despertar, yo quería escribir como Gabriela Mistral… Nada, ya para cuando tenía 20 años [me di cuenta de que] no tenía la fibra de escritora, y me puse a estudiar historia, me gustó más la idea de la historia. Y de ahí, me hice historiadora. Te digo feminismo en un sentido muy básico. Yo quería ser la primera en la clase, que mis notas fueran mejores que las de los muchachos en la clase, distinguirme por ser mujer, que fuera la mejor, mejor que ellos, porque estás en un ambiente en el que por ser mujeres: “¡Ay, pero ¡qué bonita eres…!”. Y no que yo fuera excepcionalmente diferente. Sí, yo me pintaba las cejas, el lápiz de labios y todo eso, pero debajo de eso hay algo que va madurando pues se va consolidando, y una vez que ya te metes en el mundo académico, ya realmente empiezas a estudiar seriamente, se define la intelectualidad de la persona. Y que estés en un país que haya las posibilidades, como vine a estudiar a EEUU, de posgrado, entonces, ya nunca más regresé a Cuba.

Me abrió el camino esto de trabajar con mujeres religiosas y siempre seguí trabajando con lo religioso. Más o menos, porque como es un mundo femenino, no es muy fácil, pero sí como que es un mundo cerrado, que tiene sus fronteras muy bien definidas, sí puedes meterte, mientras que estás hablando de mujeres en general (las obreras, las intelectuales, las artistas el resto de la humanidad), [no es tan fácil]. Esto tiene la ventaja de que tiene un universo definido, sus fronteras. Ahora estoy trabajando hombres, los frailes, porque me interesa la cuestión de la masculinidad y realmente es un problema difícil de digerir (risas). Me pongo a pensar la masculinidad, leo una serie de ensayos sobre qué es masculinidad. Hay algunos modelos de estudios de masculinidad que vienen más por lo gay, eso no me viene bien, hay que tratar de meter eso en el siglo XVI, XVII y XVIII y ya es mucho más difícil.

A. V.: ¿Te referís a las masculinidades hegemónicas en el capitalismo como plantea Connell?9

A. L.: Hasta ahora, todavía, es un buen instrumento de análisis, sobre las masculinidades hegemónicas y las disensiones, lo que Raewyn Connell ha refinado (…) hay una masculinidad y una feminidad hegemónica, se pueden utilizar esos modelos que están tanto en la teología como en la pedagogía social del siglo XVI, XVII, XVIII… ¿Esto es ser hombre, esto es ser mujer?

A.V.: ¿Cómo entran ahí los frailes?

A. L.: Bueno, entran porque es una especie de masculinidad que se desvía un poco. Hay exenciones que ellos tienen que tomar, pero toman un camino que es paralelo. Las exenciones sobre la masculinidad: no pueden tener una sexualidad, no pueden ser padres de familia, no pueden procrear, no pueden usar armas. Está situada en el siglo XVI, XVII y XVIII, cuando todos los hombres llevaban una daga o una espada, todos los hombres ejercían su sexualidad abiertamente y, además, eran reconocidos padres de familia. Ahí tienes el ápice de la virilidad y de la responsabilidad social. El fraile dentro de la iglesia tiene que dejar esas cualidades de la masculinidad fuera de su campo, tiene que renunciar a su sexualidad, oficialmente, renunciar a llevar armas o quitarle la vida a alguien. Tiene que redefinir qué es lo que es ser hombre dentro de un ámbito religioso. Y tiene sus formas de redefinir. Por ejemplo, es muy masculino renunciar al sexo porque eso significa un control de tu cuerpo que otros hombres no tienen. Ahí es donde se define tu sexualidad, no en ejercer tu sexualidad sino en no ejercerla. Ese control sobre sí mismo es un ejemplo de masculinidad fuerte.

A.V.: ¿Y encontrás juicios vinculados a casos de ruptura de los votos de castidad?

A. L.: Sí, la Inquisición en México, todos los archivos de Inquisición en España, Perú, etc., tienen cientos de casos que están recogidos dentro de la iglesia y se pueden ver con lujo de detalles. Algo muy interesante de ver es cómo la iglesia –que siempre ha puesto a la sexualidad dentro de una luz muy negativa— cuando te metes en la inquisición hay una situación de voyeurismo ¡tremendo! (…) Así que son fuentes muy valiosas para ver de qué modo se desvían estos hombres y realmente ejercen su sexualidad como hombres…

***

A.V. ¿Qué opinás sobre tu inserción académica como cubana?

A.L.: Yo, dondequiera que he ido, he tenido todas las oportunidades intelectuales dentro del mundo académico… Los únicos problemas que he tenido son como mujer casada, porque yo no quería dejar a mi familia para crearme una carrera. Podía dejarlos por tres meses para investigar, pero es una situación diferente. Y creo que, por ser mujer casada en los años 70, 80, en cuanto a avanzar en el mundo académico, siempre preferían hombres que mujeres; luego, mujeres solteras o mujeres que pudieran hacer realmente el sacrificio de decir voy a vivir en dos ciudades, a visitar a mi familia los fines de semana… El resultado es que, por estar interesada en tu familia, en tu marido, etcétera, siempre hay un freno que hay que superar. A medida que van creciendo los niños…

A.V.: Se puede ver como freno o motor… a la vez…

A.L.: Exactamente, se puede ver como un freno académico, pero no necesariamente individual: “Este año voy a sacar dos artículos y voy a seguir escribiendo”, te pones esa meta. Y yo sí soy muy trabajadora, tengo una ética de trabajo. Hay que resolver la comida hoy, los gatos, el perro, el marido, etcétera, pero yo voy a seguir escribiendo, voy a seguir publicando… Y, desde luego, en esta línea de publicaciones siempre hubo recepción positiva, porque sí había un campo, con la portación latinoamericana en un mundo que estaba enfocado predominantemente sobre Europa. Siempre fue recibido el hecho de que tú pudieras aportar algo diferente…

A.V.: Vos sos Asunción Lavrin…

A.L.: Era Yrigoyen… (…) (risas) (…).

A.V.: Siendo Asunción Yrigoyen Lavrin, una historiadora consagrada, ¿hacés autocrítica de tu forma de trabajar?

A.L.: ¿Yo? ¡Siempre! “¡Ay, esto no me gusta!” “No, no, no puedo”. Luego, lo leo diez años después y digo: “Ah, qué maravilla, qué ideas más maravillosas se me ocurrieron entonces” “¡Cómo pude hacer este monstruo que he escrito!” (risas). Como escritora, y estoy segura que te pasa a ti, y a cualquiera, me acabas de decir que estás nerviosa, que cómo voy a presentar esto… (risas). Y lo vas a leer y es un churro, una cosa terrible... Lo vas a ver de acá a cinco años y dices: “¡Ah, caramba, pero no estaba muy mal!”. El proceso de creación es un proceso de sufrimiento, realmente. Y hay momentos en que estás muy feliz con lo que estás descubriendo. Lo más fácil es descubrir cosas, lo más difícil es ponerlo sobre papel.

A.V.: Y a veces decís no está tan mal, y a veces decís, también, ¡qué error garrafal que cometí!

A.L.: Una encuentra errores y, realmente, tú no estabas empeñada en hacer un error. La fecha que… ¡ya! Y estabas escribiendo y el número quedó ahí… Y el nombre se te equivocó. Sobre todo cuando es un libro de largo metraje, a veces esa construcción ya te ciega…

Es tarde para Estados Unidos, pero la noche –todavía encendida para Latinoamérica— nos regaló una oportunidad única de encontrarnos con una de las más importantes investigadoras de la historia de mujeres y género en América. Nos costará conciliar el sueño escuchando todavía su acento repiqueteando en nuestra memoria, donde se quedará cobijado este momento.

Notas

1 En español:Lavrin, A. (2016). Las esposas de Cristo. La vida conventual en Nueva España. México: Fondo de Cultura Económica. En esta línea, coeditó junto a Rosalva Loreto (2006). Diálogos espirituales: letras femeninas Hispanoamericanas, siglos XVI-XIX. Puebla: Benemérita Universidad de Puebla/ Universidad de las Américas; y también con Loreto (2002). Monjas y Beatas: La escritura femenina en la espiritualidad barroca novohispana, Siglos XVII y XVIII. México: Archivo General de la Nación / Universidad de las Américas.
2 En castellano Lavrin, A. (2005). Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940. Santiago de Chile: Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Publicó, en 1978, Latin American Women: Historical Perspectives. Westport: Greenwood Press. Traducido en 1985 como Las mujeres Latino-Americanas. Perspectivas históricas. México: Fondo de Cultura Económica.
3 Publicada en (1999). Mexican Studies/Estudios Mexicanos, 15(2), 225-260.
4 La obra reseñada fue J. Olcott, M. K. Vaughn and G. Cano (eds.) (2008). Sex in Revolution. Gender, Politics and Power in Modern Mexico. Historia Mexicana, LVIII, 2(230), 924-932.
5 Claudia le informó que actualmente no se cuenta con una versión completa de la revista Nosotras [Chile] pues estaba en inicio su digitalización en la Biblioteca Nacional cuando el terremoto de 2010 asoló Santiago.
6 Se refiere a la donación de su Archivo: Asunción Lavrin Collection, 1910-2015, Carthage College Staubitz Archives. Catálogo disponible en http://carthagearchives.libraryhost.com/index.php?p=collections/controlcard&id=218&q=lavrin
7 Guy, D. J. (1994). El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires (1875-1955). Buenos Aires: Sudamericana.
8 Se refiere a Lavrin, A. (1989). Sexuality and Marriage in Colonial Latin America. Lincoln: University of Nebraska Press, 1989. En castellano: (1990). Sexualidad y matrimonio en la América hispánica. México: Editorial Grijalbo.
9 Connell, R. W. (1995). Masculinities. Berkeley and Los Angeles: California Press.
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