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Diferencias de género en los abordajes a los consumos problemáticos de drogas. El caso de las Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario pertenecientes a organizaciones de la economía popular (Ciudad de Buenos Aires, Argentina)
Resumen: En este artículo analizamos el impacto de las diferencias de género en los abordajes a los consumos problemáticos de drogas a partir de la experiencia de dos organizaciones de la economía popular en la gestión de Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC), localizadas en la Ciudad de Buenos Aires. La emergencia del Ni Una Menos en 2015 generó un ciclo masivo de movilizaciones feministas y potenció el enlace entre economía popular y movimiento feminista. Sin embargo, esta influencia en los abordajes a los consumos de drogas no es automática. En las CAAC se observan dificultades para promover el ingreso y la permanencia de mujeres en espacios terapéuticos. Esto se debe a las violencias producto de la situación de calle, el uso del cuerpo para acceder a las sustancias, la dificultad para expresarse en espacios terapéuticos mixtos y las relaciones de pareja entre asistentes, entre otros aspectos. Se concluye que sortear las diversas barreras en el acceso y la permanencia de las mujeres en las CAAC de las organizaciones demanda una labor feminista centrada en las experiencias y necesidades de las mujeres consumidoras de drogas.
Palabras clave: Economía Popular, Géneros, Consumo de drogas, CAAC, Movimiento Feminista.
Gender differences in approaches to problematic drug use. The case of the Community Care and Support Houses belonging to popular economy organizations (City of Buenos Aires, Argentina)
Abstract: In this article we analyze the impact of gender differences in the approaches to problematic drug use based on the experience of two popular economy organizations in the management of Community Care and Accompaniment Houses (CAAC) located in the City of Buenos Aires. The emergence of Ni Una Menos in 2015 generated a massive cycle of feminist mobilizations and strengthened the link between the popular economy and the feminist movement. However, this influence on approaches to drug use is not automatic. In the CAACs, difficulties are observed in promoting the entry and permanence of women in therapeutic spaces. This is due to the violence resulting from being on the street, the use of the body to access substances, the difficulty in expressing oneself in mixed therapeutic spaces and couple relationships between attendees, among other aspects. In conclusion, overcoming various barriers in women’s access to and permanence in the CAAC organizations demands feminist work that focuses on the experiences and needs of female drug users.
Keywords: Popular Economy, Genders, Drug use, CAAC, Feminist Movement.
1. Introducción
En los procesos de salud-enfermedad-atención, incorporar un enfoque de tipo multidimensional permite entrelazar las temáticas del campo de la salud con cuestiones socioculturales (nociones de poder, desigualdades, raza, etnia, clase y orientación sexual). En salud mental y consumos problemáticos de drogas esto permite considerar la relación dinámica entre determinantes sociales, sujeto y contexto. De esta forma, es posible favorecer la accesibilidad de las personas usuarias de drogas a procesos terapéuticos. Podemos definir la accesibilidad como la producción de discursos, saberes y representaciones que favorecen o dificultan el acceso a los servicios de salud. Para el caso de la accesibilidad a tratamientos por consumos de drogas, Andrea Vázquez y Alicia Stolkiner (2009) hacen énfasis en una necesaria transformación en el ideario acerca de la problemática en tres niveles: 1) una revisión de las políticas existentes; 2) una revisión de los modelos de atención y que estos se adecuen a las necesidades de las personas usuarias y 3) una revisión de la comunidad acerca de su propio rol en la configuración del problema. La penalización del uso de drogas, los sesgos de género en los modelos de atención y las representaciones sobre las personas consumidoras de drogas moldean la demanda y el acceso a tratamientos terapéuticos por parte de las mujeres.
En este artículo analizaremos el impacto de las diferencias de género en los abordajes a los consumos problemáticos de drogas a partir de la experiencia de dos organizaciones de la economía popular en la gestión de Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC) localizadas en la Ciudad de Buenos Aires.1 Partimos de asumir que las configuraciones de género se encuentran siempre presentes, aunque no necesariamente asuman posiciones críticas y reflexivas que permitan cuestionar las desigualdades existentes. Nos interesa analizar esta dimensión ya que las organizaciones seleccionadas sostienen participación en instancias del movimiento feminista (Campana y Rossi Lashayas, 2020) y es desde este lugar que surge el interrogante: ¿cómo influye esta participación en las prácticas y sentidos que se construyen en las CAAC?2
En Argentina, la emergencia del Ni Una Menos en 2015 tuvo como consecuencia la activación de un ciclo masivo de movilizaciones feministas que desbordó ampliamente los márgenes de esa primera convocatoria. La ampliación y masificación de los debates en materia de género hacia amplios sectores de la sociedad no fue indiferente para las organizaciones de la economía popular. El enlace entre economía popular y movimiento feminista es un fenómeno que pone en diálogo dos actores políticos de relevancia en Argentina. Dentro de esta intersección, se destacan los aportes de Verónica Gago (2019) al analizar la construcción de asambleas feministas y la participación de trabajadoras de la economía popular en la construcción del Paro Internacional Feminista de mujeres, lesbianas, trans y travestis el 8 de marzo de 2017.
Los puntos de encuentro entre movimiento feminista y movimientos sociales giran en torno al trabajo reproductivo y de cuidados, el reconocimiento salarial del trabajo comunitario y la problematización de las esferas público/privado y productivo/reproductivo. Sin embargo, cabe destacar que el interés de los movimientos sociales por la agenda de género no nace en el año 2015. Debido a la alta participación de mujeres, una cualidad distintiva de las organizaciones sociales de origen piquetero fue la conformación de espacios de géneros. La intervención territorial, la participación en movilizaciones y la asunción de tareas en las asambleas contribuye a la participación política y la identificación con la organización por parte de las mujeres y a la formulación de nuevas demandas que las tengan como protagonistas.
En lo que sigue, nos dedicaremos a analizar la posible influencia de esta inserción en la militancia feminista en las formas de abordar los consumos problemáticos de drogas desde las CAAC y las desigualdades a las que se enfrentan las mujeres usuarias de drogas. Realizamos un análisis basado en la experiencia de las Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC) pertenecientes a dos organizaciones de la economía popular. Para alcanzar el objetivo mencionado diseñamos una estrategia metodológica de corte cualitativo. En cuanto a las técnicas de producción de información, realizamos observaciones participantes entre mayo y noviembre del año 2022 en seis CAAC localizadas en distintos barrios de la Ciudad de Buenos Aires y catorce entrevistas semi estructuradas a referentes/as de las organizaciones, coordinadores/as y trabajadores/as de las CAAC.
La guía de pautas de la entrevista indagó sobre las siguientes dimensiones: metodología de trabajo y características del tratamiento que ofrecen, objetivos que se esperan alcanzar, actividades que desarrollan, relación con la organización, características de las personas que concurren, dimensión política del abordaje, cuestiones de género y articulaciones institucionales y territoriales. En esta investigación, las organizaciones seleccionadas se encuentran anonimizadas, con el fin de resguardar la reserva de las mismas, sus trabajadores y las herramientas terapéuticas que implementan. Para facilitar la lectura y exposición de nuestras ideas seleccionamos nombres ficticios: nos referiremos a ellas como organización Agustín Tosco y organización Juana Azurduy.
Nuestro artículo se divide en tres apartados. En el primero realizamos un repaso por la bibliografía especializada sobre géneros y consumos de drogas. Hacemos énfasis en la construcción de estereotipos diferenciados según el género y cómo estos afectan las trayectorias de consumo y los abordajes terapéuticos de varones y mujeres. En el segundo apartado presentamos resultados a partir de nuestro trabajo de campo sobre el rol que ocupa el género en los abordajes territoriales comunitarios de las organizaciones, específicamente en relación con el acceso y la permanencia de mujeres en los dispositivos. Finalmente, profundizamos sobre una dimensión particular, por considerarla paradigmática de los mecanismos de discriminación y estigmatización que atraviesan las mujeres usuarias intensivas de drogas: la maternidad.
2. Perspectiva de géneros y consumo problemático: un repaso por la bibliografía especializada
Las investigaciones que indagan en las perspectivas de género presentes en los dispositivos de abordaje a los consumos de drogas refieren dos problemas. Por un lado, la escasa oferta terapéutica para mujeres y, por el otro, la reproducción de estereotipos tradicionales de género impuestos desde espacios de tratamiento y que promueven la reconstrucción de una forma de ser mujer ajustada a un ideal social (Romo Avilés, 2010; Galaviz Granados, 2015; Jones y Dulbecco, 2018). A nivel global, destacan las producciones académicas de Nuria Romo Avilés (2005, 2006, 2010, 2018) que se proponen comprender las motivaciones y los diversos usos que se les da a las sustancias de acuerdo con el género.
En Argentina, las modificaciones de las prácticas de consumo surgidas a fines del siglo XX moldearon las preguntas de investigación en el ámbito de los consumos de drogas. Las producciones académicas se orientaron mayoritariamente a analizar nuevos fenómenos como la irrupción de la pasta base y los efectos diferenciados que genera la intersección entre género y desigualdad (Epele, 2008; Camarotti y Touris, 2010; Parga y Altamirano, 2011; Romo Avilés y Camarotti, 2015; Camarotti, Romo Avilés y Jiménez Bautista, 2016). Dentro de este campo de estudios, las investigaciones que analizan los efectos del uso de drogas en el ejercicio de roles maternos (Castilla, Olsen y Epele, 2012; Castilla y Lorenzo, 2012; Saavedra y Sánchez Antelo, 2019; Diez et al., 2020) resultan un aporte a este artículo para reflexionar sobre la construcción del estigma en las mujeres usuarias.
María Luisa Jiménez Rodrigo y Raquel Guzmán Ordaz (2012) proponen considerar tres dimensiones centrales en las que el género opera como categoría analítica: en su dimensión simbólica —roles y estereotipos de género—, estructural —distribución generizada de los recursos disponibles en la sociedad— e individual —prácticas, identidades y experiencias de la vida cotidiana—. Estas tres dimensiones pueden utilizarse para analizar distintos aspectos en las investigaciones sobre los usos de drogas: 1) en su dimensión simbólica, podemos observar cómo los usos de drogas están fuertemente condicionados por las normas de género, lo cual puede explicar, por ejemplo, una inclinación a determinadas sustancias por parte de las mujeres como los psicofármacos (Romo Avilés, 2005); 2) en su dimensión estructural podemos preguntarnos por el acceso diferencial a las sustancias entre varones y mujeres en función de las coordenadas espaciales, temporales y sociales que cada une habita y los recursos materiales de los que dispone; 3) en su dimensión individual, podemos analizar las racionalidades y sentidos prácticos que hombres y mujeres atribuyen a los usos de drogas. De acuerdo a la conceptualización de género de Joan Scott (1996), el género aparece aquí como una forma primaria de relaciones significantes de poder.
En materia de consumo problemático de sustancias, existen determinados atributos que se asignan a los varones consumidores de drogas. Estos construyen una imagen dominante de ser varón con las herramientas que tienen a disposición para ejercer diversas formas de poder en el contexto de sus condiciones materiales y subjetivas: el orgullo, la agresividad, la resolución de los conflictos mediante el uso de la violencia y la autosuficiencia son algunas de las características que constituyen el “guion de masculinidad bardera” (Camarotti, Jones y Dulbecco, 2020). De esta operación se desprenden dos principios básicos para entender la construcción de masculinidad. Por un lado, que la masculinidad es un status social que debe ganarse —y que puede perderse—. Por otro lado, que la masculinidad es confirmada por el grupo de pares, por lo que requiere de demostraciones públicas (Marcos-Marcos et al., 2020). En esta línea, el consumo de drogas se encuentra estrechamente vinculado a la reafirmación de una masculinidad dominante y se considera parte de los llamados “ritos de ‘endurecimiento’, donde se trata, básicamente, de desarrollar todo tipo de resistencia, especialmente al dolor, al sufrimiento y al miedo, lo que les permite, en definitiva, llegar a ser considerados hombres” (Farapi, 2009, p. 67).
La representación del consumo problemático de drogas como una actividad típicamente masculina tiene como consecuencia la subrepresentación de la especificidad de las mujeres en las investigaciones sobre uso de drogas. Esta invisibilización se trasladó a la construcción de abordajes desde una mirada androcéntrica: el diseño de los procesos de atención está ajustado a las motivaciones y necesidades de la población masculina. Sin embargo, asumir los rasgos propios de los varones como neutras y universales tuvo un impacto negativo en el conocimiento de su realidad. Esta asunción nos lleva a invisibilizar el hecho de que los varones están sujetos a condicionantes sexo-genéricos.
Estudios destinados a identificar y comprender las diferencias de género en el uso de sustancias (Rekalde, 2005; Farapi, 2009; Cantos Vicent, 2016; Observatorio Argentino de Drogas, 2017) han establecido que los varones consumen más variedad de drogas ilegalizadas, en mayor cantidad y con mayor frecuencia. Según Beatriz del Moral Farapi (2009), el consumo de sustancias puede ser considerado una actividad de riesgo en tanto simboliza un desafío a la autoridad, una forma de romper con la niñez y de someter al cuerpo. Este hecho hace que los varones, por su tendencia a asumir riesgos derivada de los procesos de socialización, muestran tasas de consumo de drogas mucho mayores que las mujeres. En el campo de las masculinidades, Benno de Keijzer (1997, 2003) trabaja sobre el concepto de varón como factor de riesgo retomando la idea de tríada de la violencia que propone Michael Kaufman (1989). El varón puede ser un factor de riesgo en al menos tres sentidos: hacia mujeres, niños y niñas, hacia sus pares varones y hacia él mismo. La relación de los varones con el cuidado de su salud y la sexualidad se ve condicionada por los atributos, valores, funciones y conductas que se suponen esenciales a la masculinidad.
Los factores y motivaciones para iniciar o continuar el uso de drogas son distintos entre varones y mujeres como también lo son sus efectos y consecuencias. En el caso de las mujeres heterosexuales es usual ubicar el inicio del uso de drogas en el marco de una pareja con un varón consumidor (Epele, 2010). En el mantenimiento del uso de drogas aparecen factores que impactan diferencialmente por género como la imagen corporal, el cuidado de la salud, la exposición a las violencias, los roles asignados, la dependencia afectiva, el cuidado de las familias, entre otros (Romo Avilés, 2005). El uso de drogas en mujeres se ha explicado frecuentemente desde el paradigma de la desviación del modelo tradicional de la construcción de género. Ana Clara Camarotti, Nuria Romo Avilés y Francisco Jiménez Bautista (2016) analizan los efectos de este imaginario en los juicios que determinan la clasificación de las mujeres de los barrios populares en “buenas pibas” o “fisuras”.
Las estrategias de supervivencia que, en cierta medida, subvierten las prácticas que se pueden esperar de una “buena piba” entran en contradicción con la presión social de tener que mantener el ideal de belleza femenino, sostener una pareja y ejercer la maternidad. Las mujeres que usan drogas ilegales sufren el doble estigma por oponerse a los roles femeninos clásicos y por su relación con la ilegalidad (Romo Avilés, 2005). Al mismo tiempo, las cuestiones de género deben analizarse en un marco conceptual más complejo, por lo que no es posible pensar estas diferencias sin considerar el contexto social en los que aparecen estos consumos y sin articular con otros factores identitarios. En este sentido, Victoria Castilla y Gimena Lorenzo (2012) proponen pensar en una triple exclusión que articule el uso intensivo de drogas, la exclusión social y el género.
Mientras que en el caso de las mujeres el consumo de drogas aparece fuertemente vinculado a la idea de desviación del rol socialmente asignado, en el caso de los varones se trata de reafirmar cualidades típicas del modelo de masculinidad tradicional. El análisis de los estereotipos culturales de género presenta lo femenino y lo masculino como pares dicotómicos, lo que implica que este par conceptual es exhaustivo (entre los dos conceptos se forma una totalidad y no queda nada por fuera) y excluyente (si una cualidad pertenece a un lado del par no puede pertenecer a la otra). La sexualización de este par de conceptos estereotipa y jerarquiza las cualidades socialmente asignadas a varones y mujeres lo que genera efectos concretos en las relaciones desiguales entre géneros (Maffía, 2016). A continuación, presentamos una tabla con los principales aspectos que menciona la bibliografía especializada en torno a las diferencias que el ideal normativo indica entre varones y mujeres en contextos de uso de drogas:
Causas y motivaciones para iniciarse en el uso de drogas | Representa-ciones sociales | Modalidad del consumo | Efectos y consecuencias del consumo | Relación con su entorno y acceso a tratamiento | |
Varones | Inicio del consumo en grupos de varones. Motivaciones vinculadas a tensiones familiares, búsqueda de placer y riesgo. | Reafirmación del rol de género al asumir riesgos | Consumo en lugares públicos con pares del mismo género. Mayor propensión a mezclar sustancias. | El consumo de drogas permite des-responsabilizarse de sus actos. Estrategias de supervivencia vinculadas al menudeo y pequeños hurtos. | Redes vinculares con personas no consumidoras. Mayor propensión a contar con una red afectiva compuesta por familiares mujeres durante el tratamiento. |
Mujeres | Inicio del consumo en grupos mixtos (amistades y parejas). Motivaciones vinculadas a situaciones problemáticas en el núcleo familiar, presión de grupo de pares. | Transgresión del rol de género asociado al cuidado de otres, el cuidado del cuerpo y la dedicación a las tareas del ámbito doméstico. | Consumo en el espacio privado. Mayor prevalencia de drogas legalizadas. Implementación de estrategias de reducción de daños y mayor percepción del riesgo. | Se las responsabiliza por situaciones de violencia que puedan experimentar. Estrategias de supervivencia vinculadas al uso del cuerpo y su sexualidad. | Redes vinculares con mayoría de personas consumidoras. Dificultades para delegar tareas de cuidado al momento de acceder a tratamiento. |
Problematizar los efectos que este modelo normativo tiene sobre los procesos terapéuticos de las mujeres requiere que se comprenda, desde la experiencia misma de estas mujeres, los efectos del uso de drogas en sus vidas cotidianas y los marcos en donde se construye el género. En esta línea, Romo Avilés y Camarotti (2015) identifican el cuerpo de las mujeres consumidoras como el lugar de resistencia de la femineidad ya que evidencian la necesidad de construir género en un mundo típicamente masculino como es el del consumo de drogas. Esta operación de ingreso a un mundo masculinizado no debe asociar directa y unicausalmente a las mujeres usuarias de drogas con un estatus de víctima sino como una estrategia para disputar espacios y obtener reconocimiento, respeto y “ser resignificadas como mujeres que pueden estar a la altura de los hombres” (Actis, 2022, p. 678). El género, para María Florencia Actis (2022), no debe tratarse como una estructura de roles estáticos sino como una perspectiva crítica y diferenciadora que permita comprender la distribución de poder existente y la capacidad de recrear “nuevas posibilidades identitarias” (p. 687).
A partir de la sistematización de estas características, proponemos reflexionar sobre los modos en que se consideran las experiencias particulares de las mujeres en nuestra experiencia de campo.
3. El género en los abordajes territoriales comunitarios
Posicionar la agenda de géneros al interior de los movimientos sociales requirió un esfuerzo por organizar, visibilizar y politizar problemáticas interpretadas como individuales por parte de militantes y referentes mujeres. La adopción de una perspectiva de género crítica y la participación creciente de estas organizaciones en el movimiento feminista plantea transformaciones no solo en las relaciones entre militantes sino en las estructuras orgánicas, las estrategias colectivas de cuidados y de sostenibilidad de la vida y en la articulación de una agenda de políticas públicas (Campana y Rossi Lashayas, 2020).
En el caso de los abordajes a los consumos problemáticos de drogas, en las dos organizaciones puede observarse una presencia mayoritaria de mujeres en el equipo de trabajo y en la dirección de las CAAC. Esta generización de la tarea no es casual, sino que responde a la división sexual que usualmente reviste la provisión de cuidados, tanto familiares como comunitarios. Esta presencia mayoritaria de trabajadoras en las CAAC no parece favorecer la asistencia de mujeres al dispositivo. Ante la pregunta por la baja participación o ausencia de mujeres en las CAAC y frente a la diversidad de respuestas recibidas, interpretamos la existencia de dos niveles en la problemática: dificultades para que las mujeres se acerquen al espacio y dificultades por parte de las que se acercan para sostener la participación.
En relación con el acceso a las CAAC por parte de mujeres el primer argumento explicativo que aparece se vincula a las violencias que padecen las mujeres en situación de calle. Aparece una relación entre el uso de drogas y el uso del cuerpo para acceder a ellas que, desde la mirada de las organizaciones, constituye la principal barrera de acceso a instancias de abordaje terapéutico:
Intercambian mucho el cuerpo por el consumo, entonces es más fácil estar todo el día consumiendo que acercarte a un espacio para poder estar limpio unas horas. Muchas están sometidas y no pueden acercarse por una cuestión de que no encuentran el sentido (Entrevista a coordinadora CAAC, 8 de junio de 2022).
Mientras que algunes trabajadores parecen no identificar una problemática en términos de género, otres resultan más conscientes de los mecanismos no intencionales de exclusión que aparecen en el espacio. Factores como el horario de funcionamiento, la presencia mayoritaria de varones en los grupos y reglas propias de algunas de las CAAC (por ejemplo, prohibición de ingresar al espacio con niños y niñas) condicionan fuertemente la participación de mujeres. A diferencia de otros ejes, donde aparece una problematización institucional y un discurso elaborado colectivamente, la profundidad argumentativa y la jerarquía que se le otorga a este tema aparece de modo variable y, en muchos casos, mayormente vinculado a trayectorias o intereses militantes individuales.
La pandemia por COVID-19 planteó reconfiguraciones en la población de las CAAC. Esto aparece con fuerza en los relatos de la organización Juana Azurduy que dan cuenta de las dificultades que tuvieron las mujeres —a diferencia de los varones— en situación de calle para insertarse en dispositivos o recurrir a viviendas de familiares para cumplir con el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio.3 Este fenómeno tuvo como consecuencia el vaciamiento de las casas por parte de los varones y el acceso por parte de las mujeres. Posteriormente, aparece como estrategia por parte de una de las CAAC de esta organización la instauración de un día a la semana en el que solo se permite el ingreso al espacio de mujeres. Se pudo constatar que, además de los condicionamientos externos, existen otros condicionamientos propios de la dinámica propuesta por estos espacios al ingreso de mujeres. En la convivencia de este día puede observarse la presencia de muchas mujeres que no asisten frecuentemente el resto de la semana y la prolongación de las asambleas que se vuelven, en palabras de las trabajadoras, “mucho más catárticas que el resto de los días”. Esto permite pensar que narrar las experiencias personales —atravesadas en muchos casos por situaciones de violencias por razones de género— en espacios terapéuticos mixtos, donde la mayoría de les asistentes son varones, constituye una barrera de acceso a las casas para las mujeres.
Otra respuesta posible que aparece en los relatos de les trabajadores es que las mujeres se encuentran en menor medida en situación de calle. Esta afirmación puede sustentarse a partir de fuentes estadísticas: de acuerdo al Relevamiento Nacional de Personas en Situación de Calle (2023) en la Ciudad de Buenos Aires hay 8.028 personas en situación de calle, de las cuales el 82,2% se perciben como varones. Sin embargo, nos interesa resaltar la invisibilización de las mujeres en situación de calle dada por la combinación de la preponderancia histórica de los varones en esta situación, la denominación sin género que se utiliza para hablar de las personas en situación de calle y la naturalización de la “división sexual de los espacios sociales que asigna a los varones, la calle y a las mujeres, el hogar, la familia” (Longo, Lenta y Zaldúa, 2017, p. 169). Según los relatos que pudimos recoger en nuestro trabajo de campo, es más frecuente que las mujeres en situación de calle rancheen solas o se integren a grupos compuestos en su totalidad por varones. Esto dificulta la socialización entre mujeres y el “boca en boca” que difunde la existencia de las CAAC y favorece el ingreso de nuevas personas.4 Las problemáticas vinculadas a la situación de calle generan estrategias de supervivencia específicas de cada género que se traducen en diferencias en el acceso y permanencia en las CAAC entre varones y mujeres:
No es lo mismo que una piba esté en situación de calle a que esté un pibe en situación de calle. Pasan otras cosas, en general las pibas terminan en la obligación de prostituirse para conseguir determinados consumos... Las pibas se ven obligadas a desarrollar un carácter y una lógica para pararse en la calle, porque hay que poder pararse en la calle siendo una piba. O si hablamos de diversidad, siendo un varón cis ponele medio marica. Te cagan a trompadas, la lógica de la calle genera cosas que te obligan a defenderte, a adoptar una expresión independiente de tu género, más postural (Entrevista a psicóloga CAAC, 20 de mayo de 2022).
En esta línea, Alejandro Czernikier, Vanesa Escobar y Juan Pablo Pinto Venegas (2017) proponen una conceptualización que permite reflexionar sobre los roles de género que se construyen en la intersección entre consumo de drogas y situación de calle: la “ideología tumbera”, que aparece como el estructurante de las dinámicas sociales.5 Este estereotipo está estrechamente asociado a la construcción de una masculinidad que se impone y gana el respeto y reconocimiento de sus pares a través de la fuerza física y/o verbal. En el caso de las mujeres, la intersección entre géneros y consumos problemáticos plantea otras complejidades:
Las pibas además ofrecen su cuerpo como elemento de mercancía para poder obtener sustancias o dinero para poder comprarlas, o bien, mantienen una relación sentimental con algún transa del barrio para obtener protección y/o sustancias…6 Las chicas son, otra vez, doblemente oprimidas, por ser pobres (con problemas de consumo de sustancias) y por ser mujeres (Czernikier, Escobar y Pinto Venegas, 2017, p. 3).
En el caso de las mujeres que logran sortear las barreras de acceso y comenzar a participar en las instancias de las casas aparecen nuevos condicionamientos que ponen en peligro su permanencia:
La mayoría de las personas que trabajamos en la organización somos mujeres. En los equipos predominan las mujeres y se ve mucho la rivalidad... Es difícil laburar con una pareja en el lugar porque se te acercó la pareja a hablarte y vos tenés que estar mirando de qué forma te dirigís, de qué forma hablás, de qué forma te expresas, te movés o te acercás porque es como... Sos su rival, digamos. Son construcciones que ellas tienen de la calle y que vos no les vas a quitar (Entrevista a coordinadora CAAC, 8 de junio de 2022).
La feminización de las trabajadoras de las CAAC no favorece en un primer momento la identificación ni la construcción de vínculos de confianza con las participantes que se acercan, sino que, aparentemente, genera el efecto inverso. Este discurso desde la perspectiva de les trabajadores funciona como explicación de las dificultades extras que revisten los abordajes para mujeres. Discursos que fueron presentados anteriormente, como que “las mujeres son más complicadas” o “tienen tendencia a competir entre sí por otros varones” y que lleva tiempo y constancia en la convivencia de la CAAC lograr desarmar:
Existe competencia, como siempre entre mujeres, pero tenemos que desarmar eso. Se sabe que la competencia está en la calle y las mujeres en situación de calle y consumo tienen mucha competencia con las chicas trans. Son muy mal vistas por las mujeres en situación de calle. Y cuando se encuentran acá es como “¿esta a quién le ganó?” (Entrevista a coordinadora CAAC, 10 de junio de 2022).
Otro tema a considerar son las relaciones de pareja que se generan dentro del grupo de pares (y que mayormente expulsa a las mujeres cuando aparecen dificultades) y la imposibilidad que encuentran las mujeres de participar abiertamente en instancias de terapia grupal en presencia de sus parejas o ex parejas. En las CAAC no se prohíben las relaciones interpersonales entre participantes, ya que se entiende que es parte fundamental de la construcción de una red de afectos necesaria para atravesar el proceso. Sin embargo, tampoco se aconseja que las parejas asistan al mismo espacio terapéutico, por lo que la respuesta por parte de les coordinadores tiende a ser la separación de la misma en dos CAAC distintas.
Una estrategia implementada por la organización Juana Azurduy es la apertura de un Centro Integral para mujeres y disidencias que funcione las 24 horas del día y pueda alojar personas que están atravesando procesos en las casas ambulatorias y/o se encuentren en situación de violencia extrema. Este espacio es el primero de la organización con estas características: su funcionamiento sui generis toma elementos de la dinámica de las CAAC y de las Casas Convivenciales Comunitarias. Durante el día se planifican actividades recreativas y de formación. Las actividades como limpieza y cocina se reparten en asamblea. Al comienzo del proceso, las salidas del centro suelen realizarse junto con una operadora socio-terapéutica. A este Centro Integral no se llega espontáneamente, sino que está pensado para personas que sostienen un proceso de reducción de consumo en espacios ambulatorios y que no cuentan con otro espacio para vivienda. El ingreso se hace solamente desde una derivación de las CAAC que, como mencionamos, no cuenta con muchas mujeres en su población. Por otro lado, no se permite el ingreso con niñes ya que no se cuenta con la infraestructura y el equipo acorde para eso. Se trata de una iniciativa útil para consolidar la etapa final del proceso que mujeres emprendieron en espacios ambulatorios de la organización pero que, dadas las características actuales, no funciona para fomentar el acceso.
4. Maternidades y estigmas
Las maneras de representar y ejercer las maternidades no pueden escindirse de variables como la clase social, el territorio y las relaciones que se inscriben en él. A partir de la definición clásica de familia, son las madres las principales encargadas del bienestar de la misma, lo cual configura una clara división sexual del trabajo y la separación entre la esfera doméstica y la esfera pública (Jelin, 2020).
En el caso de los consumos de drogas, las representaciones que se construyen en torno a las maternidades se evidencian en las conceptualizaciones sobre el rol de las madres, que aparecen como causa explicativa de los consumos de drogas en discursos expertos y legos (Epele, 2010; Castilla, Olsen y Epele, 2012). Para María Epele (2010) criticar a las madres representa un “lugar fácil y común” de explicación acerca de las responsabilidades en el uso de drogas entre jóvenes. Por otro lado, estas representaciones aparecen a partir de las dificultades para ejercer la maternidad por parte de mujeres usuarias de drogas al contrastar sus prácticas con los parámetros socialmente establecidos de lo que debe ser una “buena madre” (Castilla y Lorenzo, 2012). Sobre este último punto nos ocuparemos a continuación. El amor materno se instala como un imperativo y la figura de la madre es la principal destinataria de las diversas políticas públicas generadas para lograr el cuidado de niños y niñas (Billorou, 2007). ¿Qué sucede en la intersección entre maternidad y consumo de drogas? Las madres usuarias de drogas aparecen como desviaciones del modelo normativo:
La sociedad la margina más a la mujer que está tirada ahí emborrachándose, toda fisura que el varón, que por ahí está ahí y lo pasan por arriba y lo ignoran. Pero siempre la mirada de la mujer que está ahí es por los hijos “mira esta que está ahí no piensa en sus hijos”. Nunca ven un hombre y piensan en sus hijos. No tienen la capacidad de pensar por qué esa mujer está en esa situación (Entrevista a operadora socio-terapéutica CAAC, 10 de junio de 2022).
Las familias de sectores populares se constituyen a la sombra del ideal normativo de “familia nuclear” (caracterizada por el matrimonio legítimo, la descendencia conyugal y una clara división de roles de género) consolidado en las clases medias (Cosse, 2006). Dentro de este ideal normativo el modelo de maternidad propuesto se basa en la disponibilidad —emocional y en tiempo— para el cuidado de les hijes y la abnegación para ejercer la tarea de cuidados que le es “naturalmente” asignada. Sin desconocer aspectos tales como el hábitat, el lugar de origen y la pertenencia generacional (Marcus, 2006) que influyen y diferencian las distintas formas de asumir la maternidad, en sectores populares las maternidades pueden vincularse a deseos de autorrealización en correlación con desamparos sociales e institucionales (Castilla y Lorenzo, 2012). Para Juliana Marcus las maternidades en jóvenes de sectores populares aparecen “como posibilidad de tener un proyecto propio, lo cual no supone ubicar tal proyecto como ausencia de otros proyectos o mero relleno de un futuro inimaginable para ellas” (2006, p. 106).
En nuestro trabajo de campo la maternidad aparece como una suerte de ritual consagratorio: la idea de que tener hijes es una de esas decisiones que no se cuestionan. Esta idea de la maternidad/paternidad como un hecho inevitable —y no siempre planificado— en la trayectoria de las personas entra en conflicto con escenarios de consumo intensivo de drogas:
Es difícil pensar esas maternidades porque muchas veces son niñes que son productos de una violación o cuyo padre no se conoce ni está presente ni mucho menos. Son bastante ambiguas: por un lado, está toda esa cuestión en el imaginario de las pibas de que "si tengo un hijo me voy a rescatar, voy a dejar de consumir y voy a estar bien". Los pibes [les hijes] terminan con medidas de abrigo, muchas veces adoptados por otras familias, y ellas continúan por años con la idea de "yo un día me voy a encontrar con mi hijo y me voy a rescatar". Cuando hay un reencuentro con estos niños muchas veces despiertan situaciones de mucho enojo, mucha violencia, mucho maltrato. Son muy pocas las que lo pueden poner en palabras (Entrevista a coordinadora CAAC, 28 de julio de 2022).
En los varones, el estigma por no ejercer su paternidad de forma adecuada parece ser mucho menor. En los relatos de les trabajadores, el ejercicio de la paternidad no aparece como un problema emergente tan frecuentemente, aunque sí se puede observar la implementación de talleres y espacios de reflexión para varones donde la relación con les hijes resulta un punto a problematizar y abordar. Sin embargo, como señala Ana Laura Azparren (2020) la responsabilidad principal de sostener la familia y el cuidado de les hijes sigue recayendo en las madres a partir del mandato de maternidad adecuada, es decir, un modelo ideal de “ejercicio maternal que está profundamente atravesado por estereotipos de clase y de género, que implica que una ‘verdadera madre’ debe poder garantizar un hogar, cuidar a sus hijas/os, demostrarles amor y ser paciente y tolerante” (p. 181). Es debido a esto que, en las estrategias terapéuticas destinadas a mujeres usuarias de drogas, la cuestión de las niñeces se hace presente. En muchas ocasiones, los equipos de trabajo no cuentan con las herramientas ni la disponibilidad suficiente para realizar el abordaje específico que la problemática requiere. Les trabajadores de las CAAC deben enfrentarse al desafío cotidiano de decidir todos los días entre el bienestar de une niñe y el deseo de una madre que no en todos los casos puede cuidar, porque necesita ella misma ser cuidada:
Por un lado, estás sosteniendo a una persona que está sosteniendo una situación de consumo, pero no podés dejar que se habilite la vulneración de derechos del pibe. Tenés que dividir bien a quién acompañás y cómo lo acompañás. Acá somos grandes defensores de las medidas de separación de madres e hijos en esas situaciones específicas porque está todo bien con un montón de cuestiones, pero no podés permitir que una nena de 4 años esté viviendo expuesta a situaciones de abuso, explotación y consumo si estás hablando de que realmente querés cambiar las cosas. Porque si no lo único que estás generando es que la piba recaiga y viva mal (Entrevista a operadora socio-terapéutica CAAC, 28 de julio de 2022).
A pesar del contexto, la maternidad de mujeres consumidoras de drogas no se encuentra exenta de preocupaciones y sensaciones de culpa asociadas a las representaciones socialmente esperadas sobre el ejercicio de la maternidad (Diez et al. 2020). Como relatan Castilla y Lorenzo (2012) en su trabajo sobre experiencias de maternidad en usuarias de pasta base/paco, luego de un periodo de gira donde las emociones maternales se encuentran en suspenso, las usuarias suelen experimentar sentimientos de culpa y angustia por no ejercer el cuidado cotidiano de sus hijes e intensos deseos de apego maternal.7 Las condiciones en que se desarrolla el consumo intensivo de drogas —y de pasta base/paco en particular— propician “expresiones heterogéneas y diversas que modelan y mixturan el amor maternal junto con el cuidado hacia los hijos” (Castilla y Lorenzo, 2012, p. 81) pero no lo suprimen.
Como mencionamos anteriormente, la estructura de las CAAC muchas veces se encuentra desbordada por la diversidad de problemáticas emergentes y el abordaje específico a las maternidades o las niñeces no cuenta con el personal, el presupuesto ni la infraestructura adecuada para llevar a cabo esa tarea. Para saldar esta necesidad la articulación con otras instituciones y dispositivos del Estado es fundamental, aunque es usual que deban enfrentarse a estigmas y discursos de culpabilización por ser “malas madres”. Las experiencias de discriminación e invisibilidad de las mujeres en instituciones públicas de salud tienen como consecuencia el ocultamiento de su consumo y la consecuente imposibilidad de acceder a servicios adecuados para acompañar la disminución o el cese del consumo (Setien y Parga, 2018; Diez et al., 2020). Frente a esta realidad, las CAAC acompañan con los recursos disponibles, en articulación con otros dispositivos de la propia organización y tejiendo articulaciones con efectores del Estado catalogados como “amigables” aunque refieren que muchas veces es un trabajo agotador donde “tenés que poner la cara, tenés que levantar el teléfono, tenés que insistir, tenés que comerte que te claven”.
5. Reflexiones finales
En este artículo nos dedicamos a analizar el impacto de las diferencias de género en el acceso a los abordajes a los consumos de drogas que proponen organizaciones de la economía popular. Desde la década de 2000 la fuerte feminización de las organizaciones piqueteras favoreció que se puedan empezar a abordar y discutir temáticas como violencias, sexualidades y promoción de la salud. Esto se da en primer lugar a partir de la conformación de espacios de mujeres que permitieron colectivizar experiencias personales y volverlas demandas políticas hacia el interior de la organización y hacia el Estado. El resultado de este acumulado fue la construcción de un nuevo tipo de legitimidad que a partir del Ni Una Menos tuvo la capacidad de ampliarse y masificarse.
Expresar este acumulado feminista en los abordajes a los consumos de drogas no es una tarea sencilla y el pasaje entre el proceso reflexivo y formativo que se realiza en algunos espacios de la organización y su materialización en los abordajes territoriales no se da de forma automática. Las organizaciones logran construir posibles respuestas explicativas a la escasa participación de mujeres en las CAAC, pero modificar esas barreras de acceso supone una disponibilidad de recursos (materiales, económicos y simbólicos) que hoy no se encuentran disponibles. En ese marco, se hace uso de representaciones de género que demuestran poseer eficacia práctica al momento de organizar la rutina cotidiana por parte de les trabajadores. En varias de las entrevistas realizadas aparece la idea de que el abordaje con mujeres es más complejo debido a que son complicadas, competitivas o ven menos beneficios inmediatos en acercarse a las CAAC. Efectivamente, los abordajes resultan más complejos por la intersección de las violencias, por la infraestructura que no permite el cuidado en simultáneo de niños y niñas. Uno de los ejemplos citados en este artículo es el de la rivalidad entre las mujeres que asisten a las CAAC y entre ellas y las trabajadoras del espacio.
La concepción de integralidad con que se abordan los consumos problemáticos y el rol inespecífico de les trabajadores que tienen que “estar para todo” trae como consecuencia el abordaje de problemáticas muy complejas para las que no se cuenta con preparación, tiempo, infraestructura, recursos y articulaciones institucionales. Por esto mismo, sortear las diversas barreras en el acceso y la permanencia de las mujeres en las CAAC demanda una labor feminista centrada en las experiencias y necesidades de las mujeres consumidoras de drogas. Esta tarea no puede llevarse adelante solamente desde las organizaciones insertas en la temática, sino que requiere, además, mayor involucramiento del conjunto del movimiento feminista y, especialmente, mayor acompañamiento y responsabilidad por parte del Estado. Esta articulación permitirá construir una agenda que se proponga introducir la perspectiva interseccional en el análisis de las desigualdades sociales e indagar en la agencia de las mujeres usuarias de drogas.
Documentos
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Notas
Recepción: 01 julio 2024
Aprobación: 31 octubre 2024
Publicación: 01 marzo 2025