Descentrada, vol. 6, núm. 2, e186, septiembre 2022 - febrero 2023. ISSN 2545-7284
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (CInIG)

Traducciones

Dilemas feministas: ¿cómo hablar sobre violencia de género en Medio Oriente?

Nadje Al-Ali

Brown University, Estados Unidos
Cita recomendada: Al-Ali, N. (2022). Dilemas feministas: ¿cómo hablar sobre violencia de género en Medio Oriente?. Descentrada, 6(2), e186. https://doi.org/10.24215/25457284e186

Resumen: El artículo recorre mis trayectorias como activista/académica feminista que busca investigar, escribir y hablar sobre violencia de género en Medio Oriente. Más específicamente, me baso en mi investigación y activismo en Iraq, Turquía y Líbano para mapear las complejidades y desafíos discursivos, políticos y empíricos ligados a la investigación académica y al activismo, tanto en las políticas feministas como las anti-racistas/anti-islamófobas. Partiendo de una reflexión sobre mi posicionalidad, intento desafiar el binarismo entre el activismo y la academia, así como el de los contextos occidental y de Medio Oriente en términos de producción de conocimiento.

Palabras clave: Medio Oriente, Violencia de género, Islamofobia, Iraq, Turquía, Líbano, Movimiento de mujeres kurdas, Producción de conocimiento.

Feminist Dilemmas: How to Talk About Gender-Based Violence in Relation to the MiddleEast?

Abstract: The article charts my trajectories as a feminist activist/academic seeking to research, write and talk about gender-based violence in relation to the Middle East. More specifically, I am drawing on research and activism in relation to Iraq, Turkey and Lebanon to map the discursive, political and empirical challenges and complexities linked to scholarship and activism that is grounded in both feminist and anti-racist/anti-Islamophobic politics. While reflecting on my positionality, the article aims to challenge the binary of activism and academia as well as Western and Middle Eastern contexts in terms of knowledge production.

Keywords: Middle East, Gender-based violence, Islamophobia, Iraq, Turkey, Lebanon, Kurdish women’s movement, Knowledge production.

1. Introducción

El1 acelerado crecimiento de los movimientos, las políticas y actitudes de la derecha en todo el mundo están intensificando el abanico preexistente de dilemas con los que muchxs académicxs y activistas feministas luchamos y nos enfrentamos. Este artículo traza mis trayectorias como académica/activista feminista que procura investigar, escribir y hablar sobre violencia de género en Medio Oriente. Más específicamente, parto de la base de la investigación y el activismo en Iraq, Turquía y Líbano para mapear los desafíos y complejidades discursivas, políticas y empíricas relativas al trabajo académico y al activismo basado tanto en las posiciones políticas feministas como antirracistas/antiislamófobas.

Mi motivación principal al escribir este artículo personal y reflexivo es argumentar que la manera en la que nosotrxs, en tanto académicxs/activistas, escribimos, hablamos, analizamos y presentamos la violencia de género en Medio Oriente y sus diásporas está íntimamente ligada a nuestras respectivas posicionalidades; que si bien no determinan nuestras posiciones políticas sí las moldean y sin duda influencian aquello que enfatizamos en nuestros análisis y observaciones en un momento determinado. No obstante, estas posicionalidades pueden no sólo cambiar dependiendo de a quiénes nos dirijamos y cuándo, sino también en respuesta a las transformaciones en los discursos y análisis hegemónicos de nuestro entorno. Es más, basándome en mis propias experiencias, podría incluso sostener que determinados contextos empíricos, con sus diferentes historias de opresión y resistencia, también impactarán en la manera en la que comprendemos y conceptualizamos instancias particulares de violencia de género y en aquello que vamos a enfatizar y a destacar en nuestras interpretaciones y presentaciones. Este artículo presenta un intento de superar y mediar entre diferentes enfoques y posicionalidades, generalmente percibidas como enfrentadas u opuestas, pero que, en mi perspectiva, presentan sin embargo una serie de posiciones y enfoques significativos a lo largo de un espectro complejo.

En las páginas siguientes voy a compartir mis interrogantes y dilemas, así como las variaciones en mi extenso recorrido de investigación y activismo sobre Iraq. Mi involucramiento en y con Iraq ha moldeado e influenciado mi más reciente investigación y activismo relativo al movimiento de mujeres kurdas en Turquía (relacionado con el Partido de los Trabajadores/PKK) así como mi involucramiento en una revista feminista queer basada en Beirut (Kohl: Una revista de investigación sobre el cuerpo y el género), que me brindó la posibilidad de conocer los debates y tensiones entre feministas queer de Líbano. En primer lugar, presentaré un acercamiento a estos tres contextos muy diferentes entre sí, señalando la necesidad de abordajes matizados y cambios de enfoques, para luego plantear algunas reflexiones generales en la sección final del artículo.

2. Reflexionando sobre Iraq

En un artículo que escribí sobre violencia sexual, que daba cuenta de las atrocidades cometidas por ISIS2 (DAESH) en el norte de Iraq en 2014, lamentaba las diferentes formas en las que la violencia ha sido instrumentalizada tanto históricamente como en el contexto actual:

La violencia sexual y de género no se utiliza solamente como un discurso de otredad racista por los poderes imperiales y los sectores occidentales de derecha, sino que han surgido en un momento particular de tensión política y sectaria en el Iraq contemporáneo como un mecanismo político y polarizador entre políticxs y activistas (Al-Ali, 2018, p. 22-23).

En el artículo, señalo la importancia de historizar la violencia de género para escaparle al “presentismo” y a las miradas sesgadas que absuelven a una amplia gama de perpetradores, así como las complicidades y silencios históricos evidenciados en las representaciones contemporáneas de la violencia de género en Iraq.

En otras palabras, como sostengo en el artículo, no se trata solamente de ISIS. Tanto la ocupación estadounidense e inglesa como los diferentes gobiernos y milicias iraquíes, grupos insurgentes y sectarios, bandas armadas, así como miembros individuales de las familias han sido todos ellos perpetradores de las formas más viles de violencia de género en Iraq. Esto incluye desde violencia doméstica, intimidación física o verbal, acoso sexual y violación hasta casamientos forzados, trata, prostitución forzada, mutilación genital femenina y crímenes basados en el honor, incluyendo asesinatos (Al-Ali, 2018). Las feministas iraquíes y kurdas con las que hablé -quienes estuvieron al frente de la lucha contra la violencia de género, pero también de otras formas de violencia relacionadas con el autoritarismo y el sectarismo- señalaban que la indignación internacional sobre los secuestros, esclavización, casamientos forzados, violaciones y torturas a las mujeres yazidíes3 no se tradujo, sin embargo, en apoyo material, político ni en derechos de asilo. De manera similar, las milicias chiitas4 han perpetrado violencia de género y otras atrocidades contra lxs musulmanxs sunnitas, sin que ello fuera señalado por las feministas iraquíes. Desafortunadamente, al ser ISIS el principal enemigo, la mayoría de ellas no hablan de la violencia de género cometida por las milicias chiitas y las bandas armadas.

En los últimos años, se me hacen cada vez más evidentes los desafíos y dificultades propias para hablar de violencia de género en Iraq. Ha sido todo un desafío abstenerme tanto de contribuir a los discursos sensacionalistas y esencialistas culturalistas tan comunes en los medios occidentales, como del tabú y silenciamiento de la violencia de género en la política interna de Iraq. En el artículo mencionado más arriba, intentaba reflexionar sobre la casi imposible tarea de encontrar maneras matizadas y genuinamente interseccionales para hablar de violencia de género. Sostenía allí que, en la práctica, la tensión es generalmente reducida a marcos explicativos que arraigan firmemente la violencia en las políticas neocoloniales y neoliberales (particularmente aquellas relacionadas con Estados Unidos e Israel). En otros casos, lxs activistas y en menor medida lxs académicxs (y particularmente los medios y lxs encargadxs de diseñar políticas), apuntan taxativamente a las culturas nacionales y locales, así como a las manifestaciones locales del patriarcado, como las fuentes de desigualdades de género y opresión.

No debe sorprender entonces que gran parte de mi producción académica y activismo sobre Iraq haya estado motivada por el fuerte deseo de escribir contra la culturalización de la violencia de género en el contexto iraquí tras la invasión. Sin dudas, para muchas de las personas que investigamos y escribimos sobre temas de mujeres y género uno de los propósitos políticos y académicos más comunes es desafiar las ideas sobre el excepcionalismo de Medio Oriente y las nociones solapadas de cultura musulmana, árabe/de Medio Oriente e iraquí. A lo largo de mi trabajo y la investigación conjunta que realicé con mi colega Nicola Pratt, reforzamos la importancia de historizar y emplear un abordaje político-económico al analizar y presentar el aumento de la violencia de género en Iraq tras la invasión.5 Evidentemente, el impacto de la invasión y la ocupación de Iraq tenía que ser central para nuestro análisis sobre los cambios en las normas y relaciones de género. Sin embargo, más recientemente, empecé a sentir un gran malestar por la tendencia de algunxs académicxs y activistas, la mayoría de ellxs viviendo fuera de Iraq, que se detienen únicamente en el impacto continuo de la invasión, la ocupación y las políticas económicas neoliberales, sin reconocer la complicidad y el involucramiento activo de los diferentes actores locales y regionales.

Un sentimiento de déjà vu me apesadumbraba. En los 90, tras la invasión a Kuwait el 2 de agosto de 1990, Iraq fue sometido a un régimen de sanciones devastadoras e inéditas en el mundo. Durante los 13 años del régimen de sanciones, muchxs activistas contra las sanciones y la guerra inglesxs y de otros países occidentales a menudo pasaban por alto las atrocidades cometidas por el régimen de Saddam Hussein. Reinaba un gran silencio en relación a la campaña Anfal que incluyó el uso de armas químicas contra lxs kurdxs en los 80, a la opresión, tortura y asesinato de opositorxs o a las diferentes formas de violencia de género. Por algún motivo, a muchos sectores de izquierda supuestamente progresistas les era muy difícil criticar, desafiar y resistir las devastadoras políticas exteriores de sus propios gobiernos y reconocer la existencia de dictadores y actores no estatales violentos y opresivos en Medio Oriente a la vez.

En la sesión final del Tribunal Internacional sobre Iraq de Estambul en 2005, donde fui invitada para hablar sobre violencia de género tras la invasión a Iraq, casi todxs lxs expositorxs comenzaban o culminaban sus alocuciones con una afirmación similar: “¡Debemos apoyar a la resistencia iraquí!”. Muchxs de lxs expositorxs añadían que no se trataba solamente de luchar contra la ocupación dentro de Iraq, sino que era parte de una lucha más extensa contra la usurpación neocolonial, el neoliberalismo y el imperialismo. Pero ningunx de lxs expositorxs le explicó al “jurado de conciencia” encabezado por Arundhati Roy, a la audiencia o a los otrxs expositorxs a qué se referían específicamente con “la resistencia”. Nadie sintió que fuera necesario diferenciar entre, por un lado, el derecho a la autodefensa y el intento patriótico de resistir la ocupación extranjera y, por el otro, el asesinato indiscriminado de civiles. Ni tampoco nadie se preguntó sobre las motivaciones y objetivos de los numerosos grupos, redes, individuos y bandas agrupadas livianamente bajo “la resistencia”, un término que al carecer de una definición clara ha sido utilizado para abarcar diferentes formas de oposición no-violenta, resistencia armada, terrorismo y crímenes de tipo mafioso. Y nadie reconoció que muchos elementos de “la resistencia” estuvieron involucrados en las peores formas de violencia de género. Mi declaración de que el enemigo de mi enemigo no es necesariamente mi amigo no fue bien recibida en ese momento.

Para complicar aún más las cosas, mi análisis de las políticas de género del Ba’az6 resultaron en que se me acusara de ser una apologista del régimen y un títere de Estados Unidos. Sin intentar en lo más mínimo minimizar la magnitud de los crímenes y atrocidades cometidas por el régimen anterior del Ba’az, mi investigación sugiere que se precisa un análisis más detallado y matizado para comprender las diversas maneras en las que el Estado anterior impactó en las mujeres, las relaciones de género y la sociedad en general (Al-Ali, 2007). Ello no sólo porque las políticas estatales en relación a las mujeres fueron complejas y a menudo contradictorias, sino también porque el propio régimen del Ba’az, en el poder por 35 años (1968-2003), alteró radicalmente tanto su retórica como sus políticas sobre las mujeres en respuesta a cambios en las condiciones económicas, sociales y políticas. A pesar de que las políticas iniciales de inserción de las mujeres en el espacio público fueron limitadas y conducidas por consideraciones pragmáticas, especialmente en el sistema educativo y la fuerza de trabajo, tuvieron sin lugar a dudas un impacto en la posición de las mujeres en la sociedad y en las relaciones entre hombres y mujeres. Esto se dio particularmente en el caso de la expansión de las clases medias urbanas, pero también mujeres de otros sectores económicos se beneficiaron de los programas de alfabetización, las mejoras en la salud y disposiciones en materia de bienestar durante fines de los 60 y la década del 70 (Al-Ali, 2007).

Quisiera subrayar que los “puntos ciegos” no son prerrogativa exclusiva de lxs académicxs y activistas occidentales. Como sabemos, en el caso de muchas comunidades en la diáspora, las posiciones radicales intransigentes, así como el nacionalismo acérrimo, suelen ser más profundos estando a miles de kilómetros y moviéndose en un entorno de relativa seguridad. Durante la ocupación de Iraq, me desconcertaba el apoyo activo de muchxs activistas iraquíes diaspóricxs a lxs cada vez más sectarios grupos insurgentes involucrados en el asesinato de civiles iraquíes en el marco de la lucha contra la ocupación y el imperialismo. Más aún, en encuentros con académicxs, intelectuales y activistas en Medio Oriente me enfrento muchas veces con nociones idealizadas de Saddam Hussein y el Ba’az. Sin lugar a duda, cualquier análisis del régimen de género bajo el gobierno del Ba’az tendrá que señalar las atrocidades cometidas por Saddam Hussein y su entorno más cercano, particularmente su hijo Uday, Katculpable de varias formas de violencia de género. Los secuestros y violaciones de mujeres jóvenes, la decapitación de prostitutas y supuestos proxenetas, o la violación sistemática de prisionerxs políticxs y de mujeres kurdas durante la campaña Anfal son sólo algunas de las formas de violencia de género perpetradas dentro de un marco más amplio de formas de violencia cometidas por el Ba’az.

Por su parte, el Gobierno Regional del Kurdistán (GRK) ha sido mucho más proactivo que el gobierno central de Bagdad en su reacción a las presiones de las parlamentarias y activistas por los derechos de las mujeres tras la invasión de 2003, en procurar protección estatal contra la violencia de género extendida en la Región Kurda de Iraq (RKI).7Luego del establecimiento en 2007 de una Comisión Interministerial sobre Violencia contra las Mujeres, el gobierno regional adoptó una ley en 2011 para combatir la violencia doméstica, basada en una comprensión bastante progresista de violencia doméstica entendida como “cualquier acto, discurso o amenaza que pueda lastimar a un individuo del hogar física, psicológica o sexualmente y la prive de su libertad y sus derechos” (Ali, 2017; Kaya, 2016). Luego, en 2013, las tres provincias kurdas establecieron Altos Comités para Combatir la Violencia contra las Mujeres y las Familias.

A pesar de estas reformas legales, las mujeres en la RKI todavía padecen un nivel alto de violencia de género, particularmente en términos de violencia basada en el honor y mutilación genital. También hay mucha violencia doméstica, pero no se denuncia ni condena. Sumado a ello, es evidente que el GRK ha instrumentalizado la cuestión de género para presentarse como más democrático y progresista que el gobierno central iraquí -controlado por árabes e islamistas chiítas- especialmente de cara a la comunidad internacional política y de donantes. A pesar de que las activistas en la RKI tuvieron mucho más éxito que sus pares en Iraq central y del sur en influenciar la legislación gubernamental en temas de género, en la práctica quedó demostrado que el GRK no está interesado ni en incluir mujeres en el ejecutivo ni en implementar legislación que se supone que protegería a las mujeres de la violencia de género. Lxs funcionarixs del gobierno sostienen que su prioridad debe ser la seguridad y la estabilidad en detrimento de los derechos de las mujeres al sostener que “el GRK tiene capacidad económica e institucional limitada para implementar o monitorear nuevas leyes y regulaciones para mejorar la posición de las mujeres” (Kaya, 2016). La mediación familiar o tribal sigue siendo el medio elegido para lidiar con la violencia, en vez de recurrir a la intervención policial y judicial. Además, ni la policía ni el sistema judicial están capacitados para manejar temas sensibles de género, y generalmente reproducen las normas conservadoras y misóginas, así como los valores familiares.

Tanto en el centro como en el sur de Iraq y en la RKI, una extendida y duradera militarización de la sociedad se conjuga con la continua y creciente importancia de las filiaciones tribales, así como con el conflicto étnico y el extremismo sectario y religioso generalizado. Todos estos elementos han contribuido a generar un impactante continuum de violencia. El privilegio de las masculinidades militarizadas, ya sea en situaciones específicas de conflicto o en el hogar, ha ido de la mano con el privilegio de las normas de género conservadoras y de relaciones que refuerzan la necesidad de proteger y controlar el honor de las mujeres. A pesar de las diferencias en la legislación, ni los diferentes gobiernos en Bagdad ni el GRK han demostrado voluntad política o interés en hacer frente a la violencia de género. Los derechos de las mujeres y las normas de género fueron utilizados como monedas de cambio, tanto de cara a la comunidad internacional para mostrar una fachada de igualdad, como de cara a las autoridades religiosas y tribales conservadoras a quienes se apaciguó con controles y regulaciones más rigurosas.

Es por oposición a este trasfondo de violencia de género extendida en todo Iraq, pero también por mi frustración ante la corrupción y la adopción de interpretaciones neoliberales y neoconservadoras de los derechos y el empoderamiento de las mujeres entre muchas activistas por los derechos de las mujeres kurdas en la RKI, que decidí cambiar momentáneamente mi enfoque e investigar el movimiento de mujeres kurdas relacionado al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Buscaba desesperadamente un contexto más esperanzador y anhelaba una política feminista más radical que la que vi entre muchas activistas kurdas y árabes en Iraq. En ese momento, el proceso de paz entre el gobierno turco y el movimiento político kurdo8 aún estaba activo y parecía prometedor, y yo estaba intrigada por la aparente centralidad de la justicia de género en el movimiento político kurdo en Turquía y el norte de Siria (Rojava).

3. Las mujeres kurdas complicando la narrativa

Me involucré entonces en una investigación colaborativa con la intención de ir más allá de las discusiones sensacionalistas o glorificadoras de la militancia y participación en la resistencia armada de las mujeres kurdas, reconociendo en cambio los logros alcanzados en las últimas décadas.9 En vez de estudiar los desarrollos históricos de la movilización política e ideológica, investigamos y analizamos la relación entre teoría y práctica en términos de igualdad y justicia de género tanto en las unidades armadas como en el movimiento político-legal ligado al PKK.

En el momento en el que se realizó la investigación empírica entre las activistas kurdas en el sudeste de Turquía a fines del verano de 2015, el ejército y la policía turcas ya habían comenzado su más reciente ofensiva sistemática que incluyó destrucción de ciudades y arrestos masivos de activistas, intendentxs y diputadxs. Nuestro trabajo en el conflicto turco-kurdo y en la relación entre el activismo pacifista y feminista me ha forzado a repensar los presupuestos sobre la manera en la que lxs activistas por los derechos de las mujeres locales conceptualizan la violencia en contextos de opresión, atrocidades y abusos a los derechos humanos a gran escala.

Mis lecturas y encuentros con activistas y académicas palestinas, así como las colegas feministas que trabajan sobre Palestina con las que he tenido contacto, tienden a señalar, comprensible y acertadamente para mí, que la ocupación y las atrocidades cometidas por el Estado de Israel son el principal marco explicativo, rechazando el énfasis en la cultura, las tradiciones y las formas locales de misoginia y discriminación basada en el género enfatizadas por los mecanismos de la ONU y el “régimen de género internacional”.10 Esperaba el mismo énfasis y estrategia al hablar con activistas por los derechos de las mujeres kurdas, quienes no sólo han estado expuestas a la violencia estatal, formas de colonialismo de asentamiento en el sudeste de Turquía, marginalización y discriminación como ciudadanas de segunda, sino que también han padecido la actitud paternalista de las feministas turcas. Durante las últimas tres décadas, las activistas por los derechos de las mujeres kurdas han desafiado sistemáticamente los discursos de culturización esencialista de las feministas turcas, especialmente aquellas de la generación anterior, muy influenciadas por la narrativa modernista y nacionalista kemalista.11 Como me señalaron varias activistas kurdas y turcas con las que hablé, los crímenes de honor y la violencia de género extendida en la sociedad kurda han sido representados históricamente por el Estado y las feministas turcas como una consecuencia de la cultura tribal, habilitando así el posicionamiento y la intervención del Estado y los militares como modernizadores y liberadores.

Para mi sorpresa, las mujeres kurdas con las que hablé si bien señalaban que claramente las desigualdades estructurales y las causas profundas de la violencia de género estaban relacionadas con el Estado turco, hacían hincapié en la importancia de no perder de vista las atrocidades cometidas por los hombres kurdos, señalando al patriarcado como la causa determinante de la constante violencia de género experimentada por las mujeres kurdas. A través de nuestra investigación en Turquía y en la diáspora (Londres y Berlín) con activistas por los derechos de las mujeres kurdas, mujeres combatientes, intendentas y diputadas, se hizo evidente que la lucha contra la violencia y las desigualdades de género se ha convertido en un objetivo fundamental del movimiento político kurdo, integral a su lucha por los derechos culturales, políticos, legales y económicos. De hecho, muchas activistas por los derechos de las mujeres nos dijeron que no sólo hay un conflicto entre el movimiento político kurdo y el Estado turco sino también entre las mujeres y los hombres kurdos debido al autoritarismo patriarcal. Por ejemplo, Ayla Akat Ata, una destacada activista por los derechos de las mujeres y ex diputada del HDP12 señaló en una entrevista en Diyarbakir en septiembre de 2015:

Nuestros camaradas también representan el poder del Estado. La libertad de la mujer debe ser una prioridad […] Hay cuatro artículos diferentes en la Constitución [turca] que queremos cambiar […] Podríamos solucionar la causa nacional kurda en Turquía apuntando a estos cuatro artículos. [Pero] los derechos de las mujeres no dependen de cambiar artículos en la Constitución (Akat Ata citada en Al-Ali y Tas, 2017, p. 362).

La declaración de Ayla Akat Ata, en consonancia con las visiones de otras entrevistadas, se contrapone a la expectativa histórica y transcultural de que los derechos de las mujeres y las demandas de género tienden a ser marginadas en el marco de demandas políticas más amplias relacionadas a la lucha nacional. En contraste, Ata y otras activistas a las que entrevisté relacionan el poder estatal al poder masculino, por lo que luchar contra el Estado también significa luchar contra la dominación y el liderazgo masculinos (Al-Ali y Tas, 2017).

Muchas feministas turcas que han estado involucradas en el activismo por la paz se han alejado drásticamente de las tradicionales actitudes paternalistas nacionalistas y kemalistas hacia las mujeres kurdas. Las feministas con las que hablé comparten la idea y el concepto de que el abordaje del conflicto necesita ser ampliado para incluir la discriminación basada en el género y otras formas de violencia. Una abogada feminista turca con experiencia en temas de violencia doméstica en Turquía, así como en el activismo solidario con el movimiento político kurdo, sostenía en Estambul en octubre de 2015:

Todos los años cientos de mujeres turcas y kurdas son asesinadas en Turquía. Y este es solo el número oficial. Tenemos muchos más asesinatos violentos contra las mujeres no oficiales, y no sabemos cuántas mujeres se sintieron forzadas a suicidarse. La violencia contra las mujeres en la sociedad y la violencia de la guerra están directamente conectadas entre sí. La guerra es como una manta que cubre todas las otras formas de violencia, especialmente contra las mujeres. Las mujeres deberían luchar por la paz, porque sin una paz verdadera no podemos siquiera hablar o resolver desigualdades de género, no podemos frenar la violencia contra las mujeres. Las leyes se vuelven sin sentido durante un conflicto grave. Como grupo de abogadxs, estamos llevando adelante por lo menos treinta casos de violencia contra las mujeres en veinte ciudades de Turquía. Si estuviéramos en tiempos de paz, podríamos haber presionado a las autoridades para que cumplan la ley. Podríamos intentar hacer lobby en los medios para que hagan más foco en la violencia de género. Pero no podemos hacerlo ahora, porque continúa la guerra entre turcxs y kurdxs, y la violencia de género es percibida como un detalle menor para los medios (entrevista citada en Al-Ali y Tas, 2017, p. 363).

Aquí el énfasis está en la manera en la que el conflicto étnico-político entre el Estado turco y el movimiento político kurdo es un obstáculo en la lucha contra la violencia de género. Además de la violencia estatal, también se evidencia en las regiones kurdas violencia de género social, incluyendo crímenes de honor. Un estudio basado en la ciudad kurda Urfa encontró que, de acuerdo a la información oficial recogida entre 1974 y 2005, 181 mujeres fueron asesinadas por sus familias (Belge, 2008). Entre 2009 y 2011, más de 200 asesinatos basados en el honor se llevaron adelante anualmente en Turquía (Corbin, 2014). Nuestras entrevistadas nos dijeron que los números reales son mucho más altos que las estadísticas oficiales. Por otro lado, como señalaron varias activistas kurdas y turcas, en la sociedad kurda los crímenes de honor -y la violencia de género en términos más amplios- han sido históricamente representados por el Estado y las feministas turcas como consecuencias de la cultura tribal kurda, habilitando el posicionamiento y la intervención del Estado y los militares como modernizadores y liberadores. Recientemente, la misma abogada feminista que cité más arriba señalaba que dado a que el conflicto y la violencia en las regiones kurdas de Turquía se acrecentó, la violencia de género -incluyendo el asesinato de mujeres- también aumentó.

Muchas de las entrevistadas señalaron que el conflicto con sus camaradas kurdos era un desafío mayor que el conflicto con el Estado. Sin embargo, dado el desarrollo posterior tanto en la escala como en la intensidad de la ofensiva estatal a las comunidades y ciudades kurdas, así como la actitud más autoritaria del gobierno, sospecho que esta visión ha cambiado desde que hicimos nuestra investigación cualitativa en 2015 y 2016. De hecho, durante conversaciones más recientes con activistas por los derechos de las mujeres, es evidente que se quitó de la agenda la violencia de género a la luz de las atrocidades sistemáticas cometidas por el Estado turco y la represión extendida no sólo hacia lxs activistas políticxs y diputadxs kurdxs sino a cualquiera que exprese disenso en Turquía.

En relación a la diáspora kurda en Berlín y Londres, también encontramos que muchas entrevistadas conceptualizaban el conflicto y la violencia, no sólo en términos étnicos y políticos, sino también de género. Una histórica activista feminista de Berlín, involucrada en el movimiento político kurdo y activa en el HDP, sostenía en noviembre de 2015 que las mujeres representaban el 50 por ciento de la sociedad:

Pero en todas las sociedades, incluso en Alemania, hemos observado violencia y desigualdades contra las mujeres. Es una enfermedad global. Incluso los “Estados modernos” no han logrado acabar con esta cuestión. En el contexto del conflicto turco-kurdo también hemos observado esto. Con el efecto del conflicto étnico y religioso o guerra civil, la violencia contra las mujeres aumenta. Las mujeres, madres de todos los lados, deberían unirse para hacer la paz. Si nos unimos, si nos negamos a enviar a nuestros hijos e hijas a la guerra por motivos políticos, entonces podríamos eliminar ambas formas de violencia a la vez (entrevistada citada en Al-Ali y Tas, 2017, p. 364).

Su articulación de la relación entre conflicto étnico, violencia de género y paz es similar a la de la abogada citada más arriba. Sin embargo, su posicionalidad diaspórica expande su análisis y posición política al desafiar la idea de que la violencia de género es inherente a las sociedades kurdas, turcas o musulmanas y que también se encuentra en países occidentales como Alemania. Sin dudas, una posicionalidad diaspórica es extremadamente compleja y problemática en el contexto actual de creciente islamofobia, racismo, sentimiento anti refugiados y antiinmigración y el ascenso de sectores y movimientos de derecha en Europa y Norteamérica.

Ello se me hizo muy evidente una vez más durante una visita a Alemania en la que participé en un simposio en Berlín. Los medios publicaron numerosos artículos sobre violencia de género entre los refugiados y solicitantes de asilo, tras la violación y asesinato de una chica alemana de 13 años perpetrados por un joven kurdo iraquí. El hombre, que no había podido conseguir el asilo, huyó al norte de Iraq (la Región Kurda de Iraq) pero fue capturado por las autoridades kurdas. No es este el momento y el lugar para entrar en detalles sobre los debates y discusiones que se dieron, pero lo que más nos molestó a mí y a muchxs de mis amigxs fue la intervención de una antropóloga y autoproclamada feminista alemana blanca quien anunció que lo sucedido era de esperar siendo que lxs refugiadxs vienen de sociedades patriarcales en las que los hombres odian a las mujeres. En un clásico halo de excepcionalidad proyectado en la región de Medio Oriente y el Norte de África (MONA), la alemana se convierte en una sociedad libre de patriarcado y la cultura de MONA se generaliza y esencializa en términos de odio hacia las mujeres. A partir del caso del acoso sexual por parte de hombres de origen migrante mayormente del norte de África registrado a las mujeres en Colonia en la víspera de año nuevo de 2015/2016 afuera de la famosa Catedral de Colonia, ha sido extremadamente engañoso para lxs activistas y académicxs feministas en Alemania desafiar y hablar de racismo, islamofobia y violencia de género simultáneamente. Vimos formarse alianzas entre académicxs, activistas feministas y organizaciones de derecha que están contra lxs migrantes y lxs refugiadxs y vimos también cómo en nombre de la lucha contra el racismo y la islamofobia se pasaba por alto la discriminación y la violencia de género. Sin embargo, Alemania alberga hoy también un número creciente de organizaciones y redes progresistas informales y formales, muchas de ellas fundadas por mujeres de origen migrante que combinan el antirracismo con el feminismo de maneras radicales y creativas.

Lo que puede aparecer como un desvío de mi parte está sin embargo en el corazón del dilema de lxs activistas en la diáspora y de aquellxs académicxs/activistas asentados en contextos occidentales al tener que desafiar, disputar y resistir diariamente múltiples y variadas formas de racismo e islamofobia. Es también una cuestión central en relación a una de las tensiones que han surgido en los últimos años entre académicxs/activistas asentadxs en contextos occidentales y activistas/académicxs en la región. En el apartado siguiente, señalo esta tensión en el contexto específico del activismo LGBTQ en Beirut, a través de mi involucramiento en Kohl: Revista de Investigación sobre el cuerpo y el género, con base en Beirut.

4. Controversia de banderas

En mis charlas e interacciones con académicxs y activistas, me he comprometido críticamente con, y ocasionalmente he sido receptora de, lo que podría llamarse de manera polémica “crítica feminista poscolonial”. Me refiero aquí a una tendencia entre algunxs activistas de la región de MONA a criticar duramente y rechazar a algunas académicas feministas que forman parte de instituciones occidentales, principalmente en Estados Unidos, que sistemáticamente desafían las políticas y representaciones mediáticas hegemónicas de Medio Oriente y el islam. Este fenómeno, presente en las comunidades de activistas LGBTQ y feministas de la región de MONA, está particularmente articulado y expandido en Beirut, lugar de una escena activista feminista joven dinámica, LGBT y queer. En los últimos años, estuve siguiendo los debates y tensiones en el movimiento LGBTQ y entre las feministas queer a través de mi participación en el consejo asesor de la revista feminista Kohl, con base en Beirut. La revista fue fundada por un grupo de jóvenes activistas queer de Beirut que querían proveer de una plataforma a jóvenes académicxs y activistas para que compartieran sus investigaciones y escritos sobre género y sexualidad en Medio Oriente, el Sudeste Asiático y el Norte de África.

A través de mi involucramiento en Kohl fui tomando conciencia de la manera en la que lxs activistas LGBT y lxs feministas queer se sentían acosadxs y atacadxs por las fuerzas y sectores conservadores locales y regionales, ya sea por parte de políticos sectarios13 y corruptos locales, autoridades religiosas o miembros de sus familias. Incluso antes del surgimiento de DAESH (ISIS), parecía haber un sentimiento extendido entre lxs activistas que percibían de manera muy fuerte que la “cultura” y la “religión” importaban en sus luchas y en las diferentes formas de discriminación y violencia que experimentaban por no ajustarse a los ideales heteronormativos. Como una gran parte de lxs activistas feministas, especialmente en Egipto y Líbano, tienen un alto grado de formación, leen inglés y tienen acceso a literatura académica, muchxs están al tanto de los debates y teorizaciones del campo de los estudios de género, especialmente de la literatura directamente relevante para la región. Y si bien se refieren a algunxs académicxs y sus trabajos con respecto y a veces con admiración, hay frecuentemente un sentimiento de que muchxs académicxs feministas establecidxs fuera de Medio Oriente tienden a exagerar los efectos del imperialismo y el neoliberalismo en detrimento del rol de las fuerzas y sectores sociales y religiosos conservadores locales.

La primera vez que advertí las tensiones entre lxs académicxs asentadxs en Occidente y lxs activistas asentadxs en la región MONA fue en el seminario de posgrado de SOAS14 “Género en Medio Oriente” hace algunos años. Una de nuestras estudiantes del programa de Maestría en Estudios de Género, una feminista queer brillante, se quejó de que lxs feministas poscoloniales asentadxs en Occidente estaban más interesadxs en desafiar las políticas de sus gobiernos que en comprometerse con las dinámicas locales y regionales en relación a MONA. A pesar de que en ese momento discutí lo que percibía como una representación demasiado generalizada y polarizada de los abordajes y producción académica del feminismo poscolonial, y también señalé el entrecruzamiento entre las intervenciones occidentales y las dinámicas y desarrollos locales y regionales, sus preocupaciones me hicieron reflexionar detenidamente sobre el asunto. Como expliqué previamente, sus preocupaciones también se solapaban con mi propio reconocimiento cada vez mayor de la relevancia de los factores regionales y locales en configurar el desarrollo de los acontecimientos en Iraq, incluyendo el aumento de la violencia de género, luego de la invasión de 2003.

Mientras mis dudas en relación a mi propio trabajo y abordajes respecto a Iraq me llevaron a repensar y redirigir mi enfoque, encontraba una aparente correspondencia entre mis reflexiones, que había publicado en un artículo (véase Al-Ali, 2018), y el de lxs activistas LGBT y feministas queer, quienes señalaban la importancia de reconocer factores locales y regionales en la creación de un ambiente en el que ser gay puede ser una amenaza para la propia vida y acarrea el riesgo de ser golpeadx por la policía, abusadx en la cárcel, arrestadx o detenidx. No obstante, rápidamente se me hizo evidente que había fuertes tensiones y divisiones entre lxs activistas LGBTQ y que algunas corrientes del movimiento eran extremadamente problemáticas para mi posición política. Más allá de sentirme incómoda, tanto con la política de identidad (identity politics) que es central para mucho del activismo organizado LGBT, como con el monopolio y la hegemonía de los hombres gay de clase media en el movimiento, también me sentí extremadamente incómoda por sus vínculos políticos y económicos con entidades neoliberales y neoconservadoras, especialmente relacionadas con el gobierno de Estados Unidos. En Líbano, particularmente, los activismos relativos a la orientación sexual y expresiones e identidades de género han virado de ser organizaciones de base a ser organizaciones formales frecuentemente financiadas por instituciones estadounidenses, lo que ha contribuido a un reconocimiento gradual del Estado en el contexto libanés. Muchos grupos y miembros que eran parte de comunidades se orientaron y adaptaron su liderazgo para trabajar como ONGs que trabajan en base a proyectos enfocados en la provisión de servicios (Gholama, Amira y Mawn, 2017, pp.21-25).

En un artículo que escribimos conjuntamente con Ghiwa Sayegh, fundadora y jefa de redacción de Kohl, para un volumen editado titulado Queer Asia (Luther y Ung Loh, 2019), buscamos involucrarnos en los debates actuales, que encontramos demasiado polarizados y simplistas. Sentíamos la necesidad de distanciarnos tanto del argumento purista de que la organización de base o comunitaria es más “auténtica” y radical que las estructuras formalizadas de trabajo como del argumento neoliberal de que la provisión de servicios y financiamiento de proyectos son las únicas maneras de organización en el terreno. Queríamos cuestionar y desafiar la ONGeización y la transversalización de los derechos y el activismo LGBT (Al-Ali y Sayegh, 2019). Con el déficit de transparencia en relación al financiamiento, sistémico a la ONGeización, las ONGs que monopolizan el financiamiento regional de los “derechos humanos”, particularmente en Líbano, tienden a depender de fuentes de financiamiento que emanan de las mismas estructuras contra las que se han posicionado históricamente, tales como el imperialismo y el neoliberalismo, opacando con ello la tradición de izquierda de los movimientos LGBT (Makarem, 2011, p.105).

Los debates y las tensiones al interior del movimiento se polarizaron aún más durante las discusiones sobre la Marcha del Orgullo y el significado de la bandera LGBTQ entre lxs activistas LGBTQ en Beirut en mayo de 2017. Desde 2005, lxs activistas en Líbano trataron de conmemorar el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia levantando su bandera y organizando actividades relativas a la Marcha del Orgullo. Por primera vez en 2017, la Marcha del Orgullo en Beirut, organizada por una plataforma conjunta de organizaciones LGBT libanesas, recibió apoyo de fondos internacionales, negocios libaneses y medios mainstream. Se anunció abiertamente y con gran entusiasmo una semana de eventos y actividades, a pesar de las críticas de algunxs feministas queer por la comercialización, neoliberalización y el enfoque centralizado en la Marcha del Orgullo, teniendo en cuenta la manera en la que lxs trabajadorxs migrantes y refugiadxs han sido tratadxs y explotadxs en Líbano, con la complicidad e incluso el directo involucramiento de algunas de las organizaciones involucradas en organizar la Marcha del Orgullo. Lynn Darwich, histórica activista feminista queer, articuló su descontento de la siguiente manera:

Usan la bandera del orgullo y una olla llena de oro para atraernos y usar nuestras luchas, para naturalizar e instigar la violencia y la explotación racializada de nuestro entorno. Eso se llama imperialismo gay. Es algo que hacen los gobiernos. No deberíamos caer en esa trampa y, sin embargo, la mayoría de las ONGs toman la olla llena de oro de estas embajadas. Algunas de las ONGs más nuevas son conocidas por lucrar con la opresión de las personas gay y trans y ahora hablan en su nombre. Tienen presupuestos de millones de dólares. ¿Por qué dejamos que esto sucediera? ¿Qué es este silencio? Debemos investigar su trabajo. Pregúntenles de dónde consiguen su financiamiento. Pregúntenles cómo se asignan sus fondos. Pregúntenles sobre los rumores de explotación sexual con los que se los asocia (Darwich, 2017).

Sin embargo, al ser amenazadxs por entidades religiosas, los debates y tensiones dieron un giro radical, dividiendo a lxs feministas queer y silenciando cualquier crítica a la plataforma que organizaba la Marcha del Orgullo. La organización musulmana Ulama, que es un grupo de académicos religiosos suníes, con evidentes lazos con organizaciones extremistas como Al-Nusra y DAESH, emitió una advertencia y un ultimátum en Facebook exigiendo que se cancelara el evento más importante del programa de la semana en torno a la Marcha del Orgullo. El muftí y otras autoridades religiosas también se involucraron y pidieron que el Ministerio del Interior intervenga y cancele el evento que iba a tener lugar en un hotel de Beirut. El hotel recibió amenazas y decidió cancelar el evento. De acuerdo a un informe respaldado por los organizadores de la Marcha del Orgullo:

A las 22:28 del 13 de mayo, la organización musulmana Olama emitió un reconocimiento público de la colaboración que recibieron del ministro del interior y de seguridad y les agradecieron por actuar rápidamente en poner fin al evento. Al día siguiente, emitieron otra declaración presentando un plan de acción para combatir la “desviación” (desviadxs es el término que utilizan para describir a las personas LGBT) en Líbano en colaboración con las autoridades gubernamentales y religiosas (Beirut Pride, 2017).

A pesar de este aparente apoyo de los ministerios, otros eventos planeados para la semana se llevaron a cabo. Sin embargo, el evento final de la semana tuvo que ser trasladado a una ubicación segura luego de que los organizadores recibieran una visita y advertencia de un oficial de las fuerzas de seguridad (Beirut Pride, 2017).

Si bien las amenazas y la intervención de las autoridades religiosas, así como la connivencia de oficiales y de seguridad del gobierno despertaron una fuerte reacción de todo el espectro de activistas LGBTQ y feministas, sólo un pequeño grupo de activistas feministas queer continuaron expresando sus dudas sobre cómo la Marcha del Orgullo había sido concebida y organizada. Según su visión, estaba contribuyendo a la política de respetabilidad de los gays de clase media. Mientras tanto, muchxs feministas queer, entre ellxs aquellxs que habían sido críticxs anteriormente, decidieron apoyar incondicionalmente a la plataforma organizadora de la Marcha del Orgullo. Como sostuvo unx activista e investigadorx queer, “Prefiero la bandera del orgullo que la bandera de ISIS”.

Cuando cuestioné, en un intercambio escrito en Facebook, por qué tendrían que ser opciones excluyentes, señalando también que las políticas e intervenciones de Estados Unidos habían contribuido al surgimiento de la bandera de ISIS, mi intervención fue desestimada totalmente, y sentí que ello era debido a que soy una académica feminista poscolonial asentada en Occidente. Teniendo en cuenta que la Marcha del Orgullo de 2018 tuvo que ser cancelada luego de que su organizador principal, Hadien Damien, fuera detenido por la policía libanesa y forzado a firmar un compromiso a cancelar todos los restantes eventos luego de la inauguración, es entendible que sea difícil expresar críticas al financiamiento, política y marco de la Marcha del Orgullo. Las presiones de las autoridades religiosas y la connivencia del gobierno, así como el contexto regional represivo hacia las comunidades LGBTQ, sumado al ascenso de la derecha en Occidente, han aumentado los niveles de persecución, marginación y el sentimiento de temor. Sin lugar a dudas, lxs activistas LGBTQ y aquellxs en solidaridad necesitan resistir y enfrentar la creciente homofobia y las normas represivas de género heteronormativas. Todavía me pregunto si no es posible comprometerse en esa lucha a la vez que expresar resistencia, crítica e incluso dudas sobre la narrativa hegemónica y las políticas neoliberales de actores y organizaciones, incluyendo las campañas que se enfocan sólo en los derechos sexuales y no en las relaciones de poder patriarcales y misóginas, los efectos de las políticas económicas relevantes, políticas migratorias y derechos de ciudadanía más amplios.

5. Reflexiones finales

Sería necesario un artículo específico sobre el tema para discutir y explorar los múltiples hilos de tensiones, malentendidos y diferencias reales entre el activismo y la academia, por un lado, así como la ubicación y filiación institucional en MONA en oposición a las occidentales, por el otro. Aquí quisiera simplemente señalar que, en mi opinión, y como muchxs feministas han sostenido en numerosas ocasiones, el binomio de producción de conocimiento y activismo es problemático y pasa por alto las maneras complejas en las que operan el financiamiento, los privilegios y las construcciones de autenticidad. En el contexto actual de crisis de la educación superior en lugares como el Reino Unido, por ejemplo, le sería mucho más fácil conseguir financiamiento para un proyecto de investigación a una activista por los derechos de las mujeres iraquí que a una académica asentada en Inglaterra, cuyo trabajo podría además estar en riesgo en el contexto de recortes en las universidades. Con ello no quiero negar los numerosos privilegios que disfrutamos lxs miembros de la academia. Tampoco quiero menospreciar las jerarquías históricas de la producción de conocimiento, que han favorecido claramente los entornos académicos, especialmente los occidentales. En este punto, sin embargo, creo que es necesario complejizar nuestras ideas sobre privilegios, jerarquías y habilidades para comprometernos en la producción de conocimiento. Más aún, lxs activistas, asentados en la región de MONA o en contextos occidentales, tienen experiencias, objetivos y abordajes sustancialmente diferentes. Y sabemos que lxs activistas feministas, incluso lxs activistas feministas queer, pueden estar extremadamente divididxs y polarizadxs en relación a temas específicos.

En este sentido, también pondría en duda construcciones simplistas como “regional auténtico” vs. “occidental”, que pasa por alto diferencias sustanciales entre contextos geográficos, así como de las formas intrincadas y cambiantes en la que todxs nos posicionamos política, institucional y personalmente. Muchxs académicxs y activistas que viven en la región de MONA tienen educación occidental o asistieron a instituciones occidentales de la región. Claramente “Occidente” no es homogéneo, ni en términos de diferencias entre los países, que van desde Estados Unidos y Canadá a los países europeos del norte y sur, ni en términos de diferencias al interior de cada país debido a las diferencias de clase, y, de cada vez mayor importancia, el tipo de políticas la gente apoya. Tanto los extremismos de derecha como las políticas progresistas trascienden a los países en los contextos occidentales y en el Sur Global, incluyendo a la región de MONA. Al mismo tiempo, lo que muchas veces se menciona livianamente como academia occidental -especialmente la producción académica feminista occidental- consiste en un amplio rango de abordajes y posiciones políticas en términos metodológicos, epistemológicos y teóricos. Más aún, la producción académica que actualmente se realiza en las instituciones occidentales está moldeada en gran medida por académicxs “venidxs de otros lugares del mundo” o con vínculos personales, familiares o políticos cercanos con lugares fuera de Estados Unidos y Europa.

No quiero simplemente repetir mi argumento de que necesitamos escapar de nuestros corsés de posicionalidad para evitar los engañosos abordajes dicotómicos. Vivir en Nueva York o Londres y enfrentar diariamente las representaciones islamófobas e imperialistas de los medios y discursos políticos inevitablemente moldea la manera en la que pensamos y escribimos como académicxs y activistas feministas. Sin embargo, esta lucha no debería convertirse en nuestro único ni mayor punto de referencia si queremos tomar en serio la solidaridad y la resistencia contra la violencia de género. Al complejizar nuestro análisis no buscamos priorizar algunas formas de violencia ni generalizar la violencia para todas las mujeres en todos los lugares. Y por supuesto tampoco imponer a las mujeres que elijan entre la bandera del orgullo y la de ISIS. Complejizar el análisis requiere más bien que veamos las conexiones, entrelazamientos y múltiples formas de las configuraciones de poder que inciden en la vida de las personas. Como académicxs y activistas feministas, viviendo en cualquier lugar, no podemos evadir hablar simultáneamente de corrupción, autoritarismo político, sectarismo, instrumentalización de la cultura, religión a nivel regional y local, y los diferentes ejemplos de lo que Deniz Kandiyoti (2014) ha denominado “restauraciones masculinistas”.

Kandiyoti sugiere que, bajo condiciones de neoliberalismo, altos niveles de desempleo masculino, precarización del empleo, aspiraciones elevadas simultáneas y presencia pública de las mujeres, muchos Estados se comprometen en medios simples para mantener y reproducir el patriarcado. Agrega que:

Las presiones contradictorias de las políticas de restauración masculinistas de un lado, y la resistencia anti-patriarcal del otro, abren nuevos campos de disputa para una nueva generación de hombres y mujeres que están mucho más alertas a las relaciones íntimas entre regímenes autoritarios y formas de opresión basadas en el género, el credo, la etnicidad o la orientación sexual. Lxs activistas jóvenes -mujeres y hombres- pueden haber absorbido esto en tanto el orden social patriarcal se da por sentado, naturalizado y no se cuestiona, la ciudadanía queda imperfecta y la democracia, trunca (Kandiyoti, 2014).

Las restauraciones masculinistas refieren a procesos y poderes configurados histórica, regional y localmente que contienen autoritarismo, islamismo y sectarismos que intersectan todos con estructuras globales pertenecientes al imperialismo y a las economías neoliberales. Señalé anteriormente la necesidad de comprometernos en análisis y políticas que miren las configuraciones de poder y desigualdades en un nivel macro y micro (Ali, 2017). En retrospectiva, reconozco que la idea de confrontar micro y macro niveles de configuraciones de poder crea otro binomio problemático que pasa por alto los entrecruzamientos dialécticos y problemáticos de los modos de dominación y opresión que están claramente relacionados y moldeados entre ellos. De manera más evidente, por ejemplo, el surgimiento de ISIS en Iraq y Siria no puede ser explicado por referencia a las cultura y religiones locales, sino que debe ser puesto en sus contextos históricos y empíricos más amplios que están claramente moldeados por políticas imperialistas y neocoloniales.

Sin lugar a dudas, la violencia y sus múltiples fuentes, perpetradores y formas de resistencia están claramente manifiestas en nuestras realidades empíricas. Como académicxs/activistas, no sólo tenemos un compromiso con el intento de comprender, analizar, desafiar y luchar contra la violencia, sino que también luchamos contra sus representaciones. Las representaciones de la violencia en la producción académica, los medios, la cultura popular; de manera más importante, en los discursos políticos, revelan las tensas y complejas maneras en las que nuestras respectivas ubicaciones moldean los registros que utilizamos para hablar y desafiar la violencia contra las mujeres y la violencia de género. Fundamentalmente, nuestra formulación e interpretaciones pueden también afectar las políticas de por sí ya opresivas de la gobernanza global y activar aún más su maquinaria. Tenemos el desafío colectivo de evitar los abordajes dicotómicos en términos de las configuraciones de poder complejas y con múltiples niveles que son constitutivas de cada una, pero que nunca pueden ser reducidas a una o la otra.

El trabajo empíricamente fundamentado puede requerir un cambio en nuestro énfasis y preconceptos sobre la violencia de género; sin embargo, en mi opinión, vamos a seguir reaccionando y a sentirnos impulsadxs a involucrarnos con las narrativas y discursos de nuestro entorno. Por ejemplo, mi cambio de énfasis en relación a Iraq ha estado enraizado tanto en realidades empíricas en el terreno relacionadas con los desarrollos políticos de los últimos 15 años como con mi incomodidad con las narrativas imperantes. Si bien al principio me sentí impulsada a desafiar los discursos racistas de culturización predominantes en el momento de la invasión y la ocupación, me sentí igualmente incómoda con la narrativa de colegas y activistas progresistas de izquierda que seguían culpando de todo a la intervención de Estados Unidos y occidental, aún quince años después y teniendo en cuenta el rol jugado por la élite corrupta, sectaria y autoritaria.

La importancia del trabajo empíricamente fundamentado y su efecto en cómo pensamos y conceptualizamos la violencia de género se me hizo particularmente presente cuando investigaba sobre el movimiento de mujeres kurdas del PKK. Me sorprendió el énfasis que hacían las activistas kurdas en lo dañino que eran los hombres kurdos y las formas locales del patriarcado para la vida de las mujeres kurdas. Hubiera sido muy problemático para mí no reconocer las desigualdades estructurales y las numerosas maneras en las que el Estado turco estaba involucrado activamente en la violencia de género en relación a las mujeres en Turquía, incluyendo a las mujeres kurdas. Pero hubiera sido igualmente irrespetuoso y problemático señalar únicamente el rol del Estado turco sin reconocer el rol de los hombres kurdos, incluyendo a los que forman parte del movimiento político kurdo, en reproducir las desigualdades y ser cómplices en varias formas de violencia de género.

Por último, mis experiencias en relación al activismo y los discursos LGBTQ en Beirut dan cuenta de que hay posiciones enfrentadas no sólo entre académicxs sino también entre activistas. Los espacios para la crítica y los matices se reducen drásticamente en el contexto del extremismo islámico, particularmente desde el surgimiento de ISIS. Las críticas o expresiones de incomodidad son tildadas rápidamente como occidentales, académicas o desconectadas de la realidad política de la lucha en el terreno. Aun así, siento que es académica, política y personalmente imperativo continuar intentando tejer puentes entre diferentes formas de pensar y conceptualizar nuestros diferentes abordajes y énfasis como un continuum más que como diferencias fijas e insuperables.

El intento de mediar y salvar esta brecha requiere que reconozcamos que nuestras posiciones políticas, análisis y maneras de presentar nuestras conclusiones están ligadas a ubicaciones, contextos e historias particulares de violencia de género, así como a historias específicas de resistencia y lucha, y al mismo tiempo reconocer que todxs tendemos a reaccionar de manera crítica a los discursos y representaciones predominantes en nuestro entorno. Ello no significa recaer en el modo naif “estamos-todxs-juntxs-en-esto”, sino aceptar la complejidad, los matices e incluso la ambivalencia.

Referencias

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Notas

1 Traducción de Al-Ali, N. (2019). Feminist Dilemmas: How to Talk About Gender-Based Violence in Relation to the Middle East? Feminist Review, 122(1), 16-31. https://doi.org/10.1177%2F0141778919849525. Descentrada agradece a Nadje Al-Ali y a Feminist Review las respectivas autorizaciones para publicar y traducir el trabajo. La traducción del inglés al español estuvo a cargo de Carolina Bracco a quien también se agradece su impecable trabajo.
2 ISIS/DAESH/El Estado Islámico es una organización islamista sunnita extremista cuyo origen data de 1999 pero que ganó preminencia en 2014 cuando capturó y tomó zonas del norte de Iraq y Siria (nota de la autora para la traducción).
3 Lxs yazidíes son una minoría endogámica de habla kurmanji originaria del norte de Iraq (Kurdistán iraquí). Su religión tiene raíces en una fe iraní pre-zoroastra. Las mujeres yazidíes fueron un objetivo para los militantes del Estado Islámico que las capturaron, las casaron a la fuerza y vendieron como esclavas (nota de la autora para la traducción).
4 El término milicia en Iraq contemporáneo se refiere a grupos armados ligados a diversas facciones sectarias y políticas. Las milicias chiítas se refieren a los grupos armados ligados a las facciones chiítas (nota de la autora para la traducción).
5 Véase, por ejemplo, Al-Ali (2007); Al-Ali y Pratt (2009 y 2009a).
6 El Partido Socialista Árabe Ba’az fue el partido político prevaleciente en Iraq entre 1968 y 2003. Su ideología consistía de una mezcla de antiimperialismo, nacionalismo árabe y nacionalismo iraquí (nota de la autora para la traducción).
7 La región del Kurdistán iraquí es una región autónoma de Iraq que comprende cuatro provincias de población mayoritaria kurda. El parlamento de la región está ubicado en Erbil (nota de la autora para la traducción).
8 El proceso de paz, también llamado proceso de solución buscó resolver el conflicto entre el Estado turco y el Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK). El conflicto comenzó y continúa desde 1984 y dio lugar a unos 40.000 y 100.000 muertxs y enormes pérdidas económicas para Turquía así como un alto costo para la población kurda incluyendo muertes, arrestos y detenciones masivas, la destrucción de pueblos y desplazamiento. El proceso de paz fracasó en 2015 debido a acciones y decisiones del gobierno turco (nota de la autora para la traducción).
9 Realicé esta investigación de manera conjunta con Latif Tas, académico kurdo-turco y global fellow Marie Skłodowska Curie, cuyos aportes sobre el conflicto turco-kurdo han sido invaluables.
10 La manera en la que los organismos internacionales entienden e institucionalizan las relaciones de género. (nota de la traductora).
11 El kemalismo refiere a la filosofía modernista fundada por Kemal Atatürk, que inicialmente guió la transición de un Imperio Otomano multirreligioso y multi-étnico a la República de Turquía. El kemalismo privilegia el secularismo, la centralidad del Estado y la identidad étnica turca, marginando así a las otras tendencias religiosas y minorías étnicas (nota de la autora para la traducción).
12 El HDP (Partido Democrático del Pueblo) es la coalición pro-kurda conformada por actores políticos y tendencias de izquierda, progresistas, democráticas y pro-feministas. Sus líderes y muchxs de sus diputadxs y activistas han estado en prisión desde septiembre de 2016 (nota de la autora para la traducción).
13 Este término se refiere a los políticos cuya ideología y práctica política está basada en su filiación religiosa. En el contexto iraquí se refiere mayormente a la oposición entre islamistas suníes y chiítas (nota de la autora para la traducción).
14 School of Oriental and African Studies, University of London.

Recepción: 01 Diciembre 2021

Aprobación: 14 Junio 2022

Publicación: 01 Septiembre 2022

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